Anne
Holt está considerada como “la madrina de la novela negra noruega”, con una
prolífica trayectoria en este género del mundo literario que abarca hasta
dieciséis obras, varias de ellas pertenecientes a dos sagas: Serie de Hanne
Wilhelmsen y Serie de Vik y Stubø. Y es a la primera de éstas, la protagonizada
por la ya subinspectora de policía de Oslo Hanne Wilhelmsen, a la que pertenece
El hijo único (Roja y Negra, 2014).
Precedida
por La diosa ciega (1993) y Bienaventurados los sedientos (1994), Demonens død —título original, que
significa literalmente “la muerte del demonio”— fue publicada en 1995 y narra la
investigación que lleva a cabo el equipo de Hanne Wilhelmsen en el caso del
asesinato de Agnes Vestavik, la directora de una casa de acogida para niños, y
la desaparición de uno de los chicos que vivía allí, Olav.
Aunque,
en realidad, la búsqueda de Olav está asignada a otros agentes y todo apunta,
dada su pésima adaptación al lugar, a que el niño de tan solo doce años se ha
fugado de la casa, burlando al personal que se encontraba de guardia la noche
en que además se cometió el asesinato.
El hijo único, imagen de cubierta |
Los
personajes de esta obra pueden dividirse en tres ámbitos bastante claros: la
comisaría, el orfanato y el doméstico. Y eso, sin lugar a dudas, los condiciona.
En la
comisaría de la ciudad de Oslo están la propia Hanne Wilhelmsen, admirada por
sus compañeros, cuidadosamente femenina y con cierto halo de misterio (quizás,
alter ego de la propia Anne Holt); Billy T., un atractivo
investigador de más de dos metros, indumentaria estrambótica y ahora
subordinado de Hanne; Erik Henriksen, el joven agente que suspira resignado por
el amor de Wilhelmsen, y Tone-Marit Steen, otra eficiente agente a las puertas
de un ascenso.
En el
orfanato, el lector se va a encontrar a la ya fallecida Agnes Vestavik y a un
grupo de trabajadores encabezados por Maren Kalsvik y Terje Welby, además de
Olav y otros siete chicos de edades diversas.
Y en el
ámbito doméstico, en el que realmente se ve una faceta distinta de los
personajes que puede ayudar a conocerlos y comprender su psicología, quienes
aparecen son Cecilie, médico y pareja de Hanne durante diecisiete años —ambas
tienen ya 36—, y Birgitte Håkonsen, la madre del problemático Olav.
Por
ello, quizás, aunque la ciudad donde tienen lugar los hechos relatados sea
Oslo, cabría decir que los escenarios son esos en los que se desarrollan los
tres ámbitos mencionados.
Anne Holt, la autora |
Anne
Holt estructura la novela en once capítulos de extensión variada, pueden ser un
par de hojas o muchas más, ya que en total hacen 259. Tiene un narrador
omnisciente en tercera persona y pasado, que cuenta solo lo conveniente y a
dosis muy pequeñas para generar expectación. Aunque hay fragmentos
diferenciados en cursiva, donde el lector pasa a escuchar la voz de Birgitte
Håkonsen en referencia a su vida con Olav.
Y se
puede decir que el estilo de Anne Holt es muy pausado en la narración, pero
directo y afilado en los acontecimientos. Por una parte, omite o posterga
información que ha dejado creer al lector que va a obtener en las siguientes
líneas, quizás recreando esa sensación de lentitud y torpeza que nos invade
ante el frío y, sobre todo, la nieve. Rasgo muy escandinavo. No hay prisa. Y,
con ello, consigue crear una atmósfera de angustia e impotencia. Mientras que,
por otro lado, tanto las situaciones como los personajes que presenta y sus
acciones son servidos en crudo, sin aditivos ni edulcorantes. De hecho, a
veces, el regusto que dejan es amargo.
En
cuanto a las temáticas tratadas, el lector se va a encontrar sin duda con tres
que destacan sobre las demás: la justicia, el trato del sistema a los niños y
la aceptación.
El
primero está presente a lo largo de toda la obra, de principio a fin lo más
justo no es exactamente lo que ocurre y eso, de una u otra forma, tiene un
sentido y tiene unas consecuencias.
Aunque
en Vårsol, el orfanato, los chicos son tratados con cuidado y están bajo normas
que les marcan límites, a veces es mucho el camino que hay que recorrer hasta
llegar allí. Y, además, no es un lugar al que los niños sueñen con ir, pero sus
realidades son generalmente más duras e, incluso, brutales que lo que puedan
encontrarse en aquella casa. Además, el desamparo social que siente a lo largo
de los años la madre de Olav, al verse sola con un niño tan especial como él,
queda patente.
Y el
tema de la aceptación de uno mismo y sus circunstancias se muestra de forma
intensa durante toda la novela, al contraponer cómo un chaval de doce años se
asume gordo, feo y grotesco pero no deja de vivir e interactuar —como puede y
como sabe— con los demás y el secretismo que roza la traición de Hanne al
ocultar su relación con Cecilie en su entorno. Uno se asume monstruo
físicamente, pero no se esconde, mientras otra juzga su homosexualidad como
algo monstruoso y reniega de la persona con la que convive.
Dicho
todo esto, ya sabéis, cada uno que decida si le apetece una novela de
investigaciones con atmósfera asfixiante, que aprovecha para tratar otra serie
de temas. Pero hay que añadir dos detalles, no pegas pero sí podrían ser
mejoras más bien de la edición que de la obra. Primero, si os aventuráis con El hijo único, tened en cuenta que fue
escrita en 1995. Son veinte años y tanto en la edad de los personajes como en
otra serie de cosas se notan los cambios. Y segundo, ¿por qué esa traducción
del título? ¿De dónde sale ese El hijo
único, si la novela se llama Demonens
død? ¿Puede deberse al poema de Edgar Allan Poe, Solo, de la cita que precede a la historia y que sí encaja con el
resto de la novela? Misterios…
Seguid leyendo,
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