15 mayo 2014

Hasta que volvamos a vernos

Jamie Ford consiguió cautivar a millones de lectores con su primera novela, El sabor prohibido del jengibre (Hotel on the Corner of Bitter and Sweet, 2009), que fue traducida a 34 idiomas. Ahora, este autor estadounidense, con ascendencia europea por parte materna y china por parte paterna, regresa para contarnos la historia de William y la de su madre, Willow Frost.

Hasta que volvamos a vernos (Espasa, 2014) o Songs of Willow Frost, como se titula en inglés, comienza cuando un huérfano de doce años, William Eng, cree reconocer a su madre en una película durante una visita al cine como acontecimiento especial en el orfanato del Sagrado Corazón de Seattle. Están en 1934, es el quinto año que William pasa en el centro y siempre ha creído que su madre, Liu Song, había fallecido. Sin embargo, ahora descubre que es una estrella de cine llamada Willow Frost y necesita verla, preguntarle por qué lo abandonó. Y la única vía para hacerlo es escaparse.

Hasta que volvamos a vernos,
cubierta

Pero el Seattle de esa época es un lugar peligroso, especialmente para un niño sin recursos. Inmersa en la crisis económica que llevaba azotando al país durante varios años, la ciudad se encuentra llena de desempleados, vagabundos, mendigos, malhechores, revueltas, protestas sindicalistas y, en general, personas desposeídas y hambrientas. Aunque la voluntad de William, impulsada por el apoyo y la compañía de Charlotte, otra huérfana ciega, no se amedrenta ante nada. Y ambos huyen, él en busca de su madre y ella, escapando de un futuro sin días.

Ese es un escenario, un marco temporal y una perspectiva narrativa, aunque la voz que cuenta la historia es siempre en tercera persona y utiliza el pasado de los verbos. Pero existe otra parte y es la que se refiere a la perspectiva de Liu Eng, desde 1921 y con más presencia en el barrio chino de la ciudad.

Seattle, Washington, en 1930
Sin duda, el lector va a vislumbrar a la persona adulta en que promete transformarse William. Pero la verdadera protagonista de esta novela es Liu Eng, antes y después de ser Willow Frost. Y, sin entrar en más detalles, sí que se podría esbozar este personaje a través de una sencilla pregunta: ¿qué puede llevar a una madre, que supuestamente adora a su hijo, a abandonarlo en un orfanato y no volver a buscarlo?

Por otra parte, el personaje de Charlotte es una lección en sí mismo. Y se contrapone, en cierto modo, al arquetipo que representa Liu Eng.

Es inevitable, quizás por la cercanía en el tiempo o por la asociación cultural, comparar la obra de Jamie Ford con El valle del asombro (Planeta, 2014) de Amy Tan, que os comentábamos aquí. En ninguno de los dos abundan los personajes masculinos bondadosos, sino todo lo contrario: pasivos o viles. Lo que lleva a afirmar decididamente que no hay héroes, sino heroínas. En ambos, la lucha y la abnegación a la que aboca el amor de una madre son impresionantes y la separación de ésta de los hijos implica una herida irremediable que se extiende a lo largo de toda la novela.

Tanto en la obra de Jamie Ford que nos ocupa como en la de Amy Tan, se muestra un mundo exterior terriblemente hostil, difícil y plagado de precariedad, donde la injusticia llena al lector de indignación por empatía con los personajes. Pero, sobre todo, es la denuncia de la situación de la mujer, ya sea en China o ya sea en Estados Unidos de más o menos la misma época. Las únicas opciones que tenían eran casarse y no ser nadie o convertirse a ojos del mundo en unas “perdidas” —tampoco hacía falta que fuese verdad— y ser menos aún que nadie.

Jamie Ford, el autor
El estilo de Ford, a pesar de lo dramático de los hechos que narra, es bastante agradable, sencillo y fluido. No cae en vulgarismos, sino que bordea lo obvio con mucha sutileza. Las descripciones no son tediosas y, en muchas ocasiones, incluye datos históricos —relativos al cine y al mundo del espectáculo, sobre todo— que amenizan la lectura, al tiempo que hacen de esta una vía de aprendizaje.

Hasta que volvamos a vernos no es una novela optimista, en líneas generales. Es, quizás, un recordatorio de algo que sucedía, a nivel social y económico, en muchos casos. Y que sigue sucediendo en más lugares de los que podamos creer. Pero eso no evita que exista un anhelo de esperanza durante toda la historia, un sentimiento de admiración por la valentía, la superación y el poder de un amor que estamos poco acostumbrados a ver en la literatura actual, el que existe entre la madre y los hijos.

Y si vamos más allá, por qué no plantearse el significado que pueda tener la imagen de la madre como hogar, como raíz del ser humano, casi equivalente al de la propia cultura, que ya no país. William tiene rasgos chinos, pero es estadounidense, nació allí, habla el idioma a la perfección. Ha ido olvidando lo poco que conocía del cantonés y tiene recuerdos de algunas costumbres chinas, aunque es incapaz de sentir la fe cristiana. Quiere a su madre, una china americana que canta canciones de jazz, pero siente una especie de hermandad con otros niños del orfanato. La sensación de pertenencia es extraña y ambigua, pero esto mismo también sucedía con El valle del asombro.


Dicho esto, ahora es vuestro turno, ¿os apetece una historia emotiva con implicaciones sociales y culturales de fondo? Si es así, acomodaos porque son 393 páginas llenas de saltos en el tiempo, intercalando el presente de William con los recuerdos de Willow… y el añadido del encanto que nunca perderán los libros de tapa dura.

¡Leed!
@rpm220981
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