Jamie
Ford consiguió cautivar a millones de lectores con su primera novela, El sabor prohibido del jengibre (Hotel on the Corner of Bitter and Sweet,
2009), que fue traducida a 34 idiomas. Ahora, este autor estadounidense, con
ascendencia europea por parte materna y china por parte paterna, regresa para
contarnos la historia de William y la de su madre, Willow Frost.
Hasta que volvamos a vernos (Espasa, 2014) o Songs
of Willow Frost, como se titula en inglés, comienza cuando un huérfano de
doce años, William Eng, cree reconocer a su madre en una película durante una
visita al cine como acontecimiento especial en el orfanato del Sagrado Corazón
de Seattle. Están en 1934, es el quinto año que William pasa en el centro y
siempre ha creído que su madre, Liu Song, había fallecido. Sin embargo, ahora
descubre que es una estrella de cine llamada Willow Frost y necesita verla,
preguntarle por qué lo abandonó. Y la única vía para hacerlo es escaparse.
Hasta que volvamos a vernos, cubierta |
Pero el
Seattle de esa época es un lugar peligroso, especialmente para un niño sin
recursos. Inmersa en la crisis económica que llevaba azotando al país durante
varios años, la ciudad se encuentra llena de desempleados, vagabundos,
mendigos, malhechores, revueltas, protestas sindicalistas y, en general,
personas desposeídas y hambrientas. Aunque la voluntad de William, impulsada
por el apoyo y la compañía de Charlotte, otra huérfana ciega, no se amedrenta
ante nada. Y ambos huyen, él en busca de su madre y ella, escapando de un
futuro sin días.
Ese es
un escenario, un marco temporal y una perspectiva narrativa, aunque la voz que
cuenta la historia es siempre en tercera persona y utiliza el pasado de los
verbos. Pero existe otra parte y es la que se refiere a la perspectiva de Liu Eng, desde 1921 y con
más presencia en el barrio chino de la ciudad.
Seattle, Washington, en 1930 |
Sin
duda, el lector va a vislumbrar a la persona adulta en que promete
transformarse William. Pero la verdadera protagonista de esta novela es Liu
Eng, antes y después de ser Willow Frost. Y, sin entrar en más detalles, sí que
se podría esbozar este personaje a través de una sencilla pregunta: ¿qué puede
llevar a una madre, que supuestamente adora a su hijo, a abandonarlo en un
orfanato y no volver a buscarlo?
Por
otra parte, el personaje de Charlotte es una lección en sí mismo. Y se
contrapone, en cierto modo, al arquetipo que representa Liu Eng.
Es
inevitable, quizás por la cercanía en el tiempo o por la asociación cultural,
comparar la obra de Jamie Ford con El valle del
asombro (Planeta, 2014) de Amy Tan, que os comentábamos aquí. En ninguno de los dos abundan los
personajes masculinos bondadosos, sino todo lo contrario: pasivos o viles. Lo
que lleva a afirmar decididamente que no hay héroes, sino heroínas. En ambos,
la lucha y la abnegación a la que aboca el amor de una madre son impresionantes
y la separación de ésta de los hijos implica una herida irremediable que se
extiende a lo largo de toda la novela.
Tanto
en la obra de Jamie Ford que nos ocupa como en la de Amy Tan, se muestra un
mundo exterior terriblemente hostil, difícil y plagado de precariedad, donde la
injusticia llena al lector de indignación por empatía con los personajes. Pero,
sobre todo, es la denuncia de la situación de la mujer, ya sea en China o ya
sea en Estados Unidos de más o menos la misma época. Las únicas opciones que
tenían eran casarse y no ser nadie o convertirse a ojos del mundo en unas
“perdidas” —tampoco hacía falta que fuese verdad— y ser menos aún que nadie.
Jamie Ford, el autor |
El
estilo de Ford, a pesar de lo dramático de los hechos que narra, es bastante
agradable, sencillo y fluido. No cae en vulgarismos, sino que bordea lo obvio
con mucha sutileza. Las descripciones no son tediosas y, en muchas ocasiones,
incluye datos históricos —relativos al cine y al mundo del espectáculo, sobre
todo— que amenizan la lectura, al tiempo que hacen de esta una vía de
aprendizaje.
Hasta que volvamos a vernos no es una novela optimista, en
líneas generales. Es, quizás, un recordatorio de algo que sucedía, a nivel
social y económico, en muchos casos. Y que sigue sucediendo en más lugares de
los que podamos creer. Pero eso no evita que exista un anhelo de esperanza
durante toda la historia, un sentimiento de admiración por la valentía, la
superación y el poder de un amor que estamos poco acostumbrados a ver en la
literatura actual, el que existe entre la madre y los hijos.
Y si
vamos más allá, por qué no plantearse el significado que pueda tener la imagen
de la madre como hogar, como raíz del ser humano, casi equivalente al de la
propia cultura, que ya no país. William tiene rasgos chinos, pero es
estadounidense, nació allí, habla el idioma a la perfección. Ha ido olvidando
lo poco que conocía del cantonés y tiene recuerdos de algunas costumbres
chinas, aunque es incapaz de sentir la fe cristiana. Quiere a su madre, una china
americana que canta canciones de jazz, pero siente una especie de hermandad con
otros niños del orfanato. La sensación de pertenencia es extraña y ambigua,
pero esto mismo también sucedía con El
valle del asombro.
Dicho
esto, ahora es vuestro turno, ¿os apetece una historia emotiva con
implicaciones sociales y culturales de fondo? Si es así, acomodaos porque son
393 páginas llenas de saltos en el tiempo, intercalando el presente de William
con los recuerdos de Willow… y el añadido del encanto que nunca perderán los
libros de tapa dura.
¡Leed!
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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