23 octubre 2014

Causas naturales

James Oswald, un granjero escocés, escribió Causas naturales como un breve relato policial y en 2006 fue publicado por la revista Spinetingler. Después, decidió convertirlo en novela —más de 450 páginas en su traducción al español lo atestiguan— y la editora de dicha revista le recomendó presentarse al Debut Dagger, un concurso de la CWA (Crime Writers Association), del que quedó finalista en 2007.

Entonces, Oswald decidió autopublicar su obra de forma independiente y venderla a través de internet, saltándose el patrón tradicional y apostando por ella en solitario. Sin embargo, eso duró poco, puesto que el público lector comenzó a darle su apoyo y las ventas de Causas naturales destacaron tanto que importantes grupos editoriales se fijaron en él. En Reino Unido, los derechos los compró Penguin, y en España lo hemos conocido de la mano de Planeta.

Causas naturales de James Oswald,
imagen de cubierta de la edición de Planeta

El inspector Anthony McLean, de la policía de Lothian and borders en Escocia, va de camino a visitar a su abuela Esther al hospital, pero se detiene al ver que en una de las casas del vecindario la policía está investigando un crimen. El anciano Barnaby Smythe, reputado benefactor de la ciudad y ciudadano comprometido ha sido asesinado de forma macabra.

Pero ese no es su caso, sino el del incompetente comisario Duguid, por quien el inspector McLean siente una animadversión completamente correspondida. A él y a su pequeño grupo, integrado por el sargento Bob Laird, alias Bob el Cascarrabias, y el novato agente Stuart MacBride, les asignan otras dos investigaciones mucho menos relevantes y nada mediáticas: un pequeño robo profesional en una casa de lujo y un asesinato ritual cometido unos setenta años antes.

El primero de ellos le parecerá tedioso a Tony McLean, pero con el segundo sentirá rápidamente una fuerte conexión, que el resto no parece percibir y que lo mantendrá obsesionado en busca de respuestas.

El inspector McLean, según cuenta el propio James Oswald en una especie de nota del autor al final del libro, fue sacado de una de sus tiras cómicas, donde era un personaje secundario, y luego fue protagonista de varios relatos cortos de género policíaco. En Causas naturales (Planeta internacional, 2014), McLean acaba de convertirse en inspector a sus treinta y siete años, y está adaptándose a su nuevo puesto: sus compañeros de antes tienen que tratarlo con más respeto por ser su superior y, sin embargo, para sus ahora iguales o superiores nunca dejará de ser un subordinado con mucho camino por recorrer.

Otro motivo por el cual intentan alienarlo en el trabajo, sobre todo su archienemigo el comisario Duguid, es por su origen acomodado. Su abuela materna, quien lo crió desde niño tras la trágica muerte de sus padres, es una mujer acaudalada y respetada en los círculos de la alta sociedad local. De hecho, la doctora Esther McLean podría haber sido una gran fuente de ayuda para Tony en el caso de la muchacha asesinada en el ritual. Por cuestiones de fechas, su abuela tendría que haberla conocido, si no a ella, sí la casa donde es encontrada o a los dueños, la banca Farquhar. Pero la doctora lleva en coma dieciocho meses, hecho que ha profundizado el aislamiento de McLean, su melancolía permanente provocada por un pasado que el lector irá conociendo poco a poco.

Pero el inspector no trabaja solo. Además del perezoso y sensato sargento Bob el Cascarrabias y el eficiente aunque joven agente MacBride, hay todo un plantel de profesionales que pululan por la comisaría, las escenas del crimen y la morgue. En esta última es donde siempre se encuentra Angus Cadwallader, el patólogo forense, amigo de Tony y discípulo de Esther. Tiene un peculiar sentido del humor y a menudo está acompañado por su ayudante, la doctora Tracy Sharp, que no desaprovecha ocasión para coquetear con McLean. Aunque éste sospecha que sus intereses están enfocados en otro objetivo. Ambos doctores aparecen constantemente, tanto en el lugar del crimen como en sus dependencias en el depósito, ya que son múltiples las autopsias a las que ha de asistir el inspector. Y no se ahorran detalles escabrosos ni macabros, por cierto.

Todos esos detalles los fotografía y recoge, entre otros, la agente de la policía científica Emma Baird, una chica rebelde y descarada que sabe perfectamente lo que busca.

El simpático agente Andrew Houseman, Andy el Grandullón, y la paciente agente Alison Kydd, a quien le suele tocar lidiar con la peor parte, completan el grupo de caras amistosas en la comisaría dirigida por la comisaria Jayne McIntyre, una jefa que intenta ser justa en un cargo donde hay mucho de política y diplomacia, pero poco espacio para un trabajo minucioso.

Y, claro, el comisario Charles Duguid, conocido como Dagwood por las malas lenguas debido a su obesidad, es la parte negativa. Él representa el arquetipo de policía vago, despótico, irrespetuoso, lleno de prejuicios y torpe, que vive del trabajo de los demás y convierte en suyos los éxitos ajenos con la misma facilidad que elude los errores propios a favor de otros agentes de menor rango.

Entre los amigos de McLean fuera del trabajo están Phil, un profesor de universidad y ex compañero de piso del inspector cuando eran jóvenes, su novia Rachel y la hermana de ésta, Jenny Spiers. Ellos tratan de sacar a la persona, al hombre que es Tony, ayudándolo a evadirse de la obsesión constante que pueden suponer sus casos y a continuar adelante, tras lo que sucedió años atrás. Aunque eso es complicado porque, a pesar de disponer del suficiente dinero como para vivir en una buena casa, McLean continúa en el mismo viejo apartamento de entonces, donde comparte escalera con estudiantes juerguistas y la anciana y cotilla señora McCutcheon.

Y si habéis leído hasta aquí y habéis pensado que ya conocéis a todos o casi todos los personajes de Causas naturales, os equivocáis. No sabéis nada.

James Oswald, granjero escocés que
en sus ratos libres se dedica a escribir
best sellers de novela negra


Los escenarios —no siempre del crimen— están situados en la zona de Lothian and borders, principalmente en Edimburgo. Y son muchos, el inspector no para de caminar y coger taxis o pedir a algún agente que lo acerque en un coche patrulla. Y aunque se recuerdan hechos del pasado, es inevitable para el caso de la chica asesinada en la casa de la banca Farquhar en Sighthill o los secretos familiares que guarda su abuela, según le cuenta el poderoso abogado y amigo de ésta, Jonas Castairs, todo eso se narra como recuerdos o elucubraciones, nunca como hechos en presente.

En cuanto a la división de la obra, está estructurada en 65 capítulos y un epílogo, aunque las 460 páginas totales las completan unos simpáticos Agradecimientos, una nota del autor explicando brevemente el origen y evolución de su novela, y el impactante y espeluznante capítulo 1 de ésta cuando era un relato.

La voz narrativa, salvo pocas y muy concretas excepciones, es en tercera persona y pasado. Además, siempre sigue a McLean, de manera que el lector únicamente ve lo que él vive y ni siquiera eso, a veces. Y el estilo que emplea James Oswald, aunque sencillo, es muy prolijo en detalles. Esto denota la preocupación del autor por situar al lector en determinada atmósfera a través de las descripciones del entorno, más allá de los hechos, gestos o palabras de los personajes.

“El dormitorio de su abuela no era el más amplio de la casa, pero aun así seguía siendo probablemente más grande que el piso que McLean tenía en Newington. Entró en la habitación y pasó una mano sobre la cama, hecha todavía con las mismas sábanas en las que había dormido la noche antes de sufrir el derrame. Abrió armarios repletos de ropa que su abuela ya nunca volvería a ponerse y luego cruzó la habitación hasta el tocador, frente al cual había una silla en cuyo respaldo descansaba una bata de seda. El cepillo, colocado sobre el tocador con las cerdas hacia arriba, aún conservaba algunos mechones de pelo, largos filamentos blancos que brillaban bajo la intensa luz amarillenta que se reflejaba en un espejo muy antiguo. A un lado del tocador, perfectamente colocados sobre una bandejita plateada, vio varios frascos de perfume; al otro lado, un par de fotografías con sus recargados marcos…”

Además, esa característica descriptiva se extiende a los crímenes, autopsias, torturas y resultados, lo que llegará a entusiasmar a aquellos lectores que disfruten con series como Bones, CSI, El cuerpo del delito.

“Era una biblioteca, revestida de estantes caoba repletos de libros encuadernados en piel. Entre dos ventanales se veía un antiguo escritorio, vacío, a excepción de una carpeta de cuero y un teléfono móvil. Dos sillones de piel, de respaldo alto, se hallaban perfectamente colocados a ambos lados de una recargada chimenea, de cara al fuego apagado. El sillón de la izquierda estaba vacío y sobre uno de sus brazos reposaban, pulcramente dobladas, varias prendas de ropa. McLean cruzó la estancia y rodeó el otro sillón. La figura que lo ocupaba le llamó de inmediato la atención, pero arrugó la nariz al percibir el  hedor.

El hombre parecía casi sereno, con las manos ligeramente apoyadas en los brazos del sillón y los pies en el suelo, un poco separados. Estaba pálido y miraba al frente, con ojos vidriosos. De la boca, cerrada, le caía un hilillo de sangre negruzca, que le resbalaba por la barbilla. Al principio McLean creyó que llevaba puesto una especie de abrigo oscuro de terciopelo, pero luego vio los intestinos, relucientes espirales de color gris azulado que colgaban hasta la alfombra persona del suelo. No era terciopelo, ni tampoco un abrigo.”

Con respecto a la temática es difícil hablar sin destripar el argumento. Así que diremos que el inspector McLean tiene “una sensibilidad especial”, porque ya lo comentaban en la propia sinopsis de la contra. Y luego añadir a la lista de temas desarrollados la necesidad de justicia en el mundo, los secretos del pasado, el origen de cada persona como rasgo determinante pero no siempre definitivo, el compromiso con el trabajo… Pero si queréis una pista, ¿por qué causas naturales como título?

Amantes de la novela negra, ésta no os la podéis perder. No tiene acción a raudales, ni muchísimo menos, ni esperéis descubrir al “malo” a última hora. La fuerza de esta obra reside en los personajes, en las circunstancias de estos y en cómo la figura del inspector McLean va haciendo las conexiones necesarias para sustentar con firmeza lo que, quizás, la mente de un lector avezado se ha lanzado a elucubrar.


Y si os sirve de aval, ha sido ya traducida a catorce idiomas. Ahora solo falta ver si se animan a hacer película, aunque la saga del inspector McLean da más para serie, porque su historia continúa con The Book of Souls, Dead Man Bones y The Hangman’s Song.

¡¡Leedme!!

@rpm220981
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