02 octubre 2014

La ladrona de vestidos

Natalie Meg Evans es una autora británica que ha sido premiada por la Asociación de Novelistas de Reino Unido. Entre sus obras están En algún lugar son las seis y Una temporada enredada, ahora llega con The Dress Thief, La ladrona de vestidos (Lumen, 2014), una historia que no podremos dejar de comparar con la novela de María Dueñas, El tiempo entre costuras, por sus muchos puntos en común y por otros tantos en los que se diferencian.

Alix Gowan es una joven de veinte años en el París de 1937. Hace relativamente poco que ha llegado, junto a su abuela Danielle Luztman, Mémé, desde Inglaterra. Ambas se mantienen de los pequeños ingresos de Mémé como costurera y del puesto de Alix en una centralita telefónica, gracias a su buen uso del francés y el dominio del inglés. Pero ese no es su sueño. Su verdadera pasión es la moda y, además, cuenta con habilidades innatas para ello: tiene gusto, maneja la aguja con destreza, sabe dibujar y es ambiciosa. Por eso, ante las calamidades que les provoca la falta de dinero, saca unos ingresos extra dibujando algún que otro modelo de alta costura recién estrenado en París, que luego los contactos de su amigo Paul venderán a los mayoristas estadounidenses para que hagan falsificaciones baratas cuanto antes.

Sin embargo, pronto, esos contactos querrán algo más grande: la colección entera de Maison Javier, uno de los modistos más cotizados de París. Y Alix tendrá que infiltrarse en su atelier para llevar a cabo un juego muy peligroso, mientras intenta descubrir la verdad sobre sus orígenes y se maneja como puede su vida amorosa.

La ladrona de vestidos, imagen de cubierta

El personaje de Alix Gowan es el que lleva el peso de la historia, aunque es cierto que el narrador es omnisciente y en varios momentos lo relatado es ajeno a ella. Pero la mayor parte de la obra la ocupan las desventuras y peripecias de esta joven a quien no podemos dejar de comparar con Sira Quiroga, salvando las distancias. Vive con una mujer de su familia mayor que ella y amargada por la viudedad y la crudeza de la vida. A diferencia de la madre de Sira, Danielle no quiere que su nieta continúe el oficio de costurera, desea algo mejor para ella.

Y ese paralelismo con la protagonista de El tiempo entre costuras también puede establecerse al hablar de los hombres de su vida. El padre ausente, un hombre mayor relativamente poderoso que la apoya, un joven de su misma clase social que la adora, el chulo con una vida sin normas que la atrae e, incluso, el guapo periodista inglés inmerso en la Guerra Civil española. Es decir, John Gowan, el conde de Charembourg, Paul le Gal, Serge Martel y Verrian Haviland.

En cuanto al espacio y el tiempo, la mayoría de los hechos tienen lugar en París durante el período de entreguerras, donde el glamour y la precariedad bordean el mismo límite. Pero también hay fragmentos de la obra situados en otros lugares, como Alsacia, Madrid o Marsella. Y se ven reforzados por detalles históricos que transportan al lector hasta allí con mayor intensidad significativa y visual. La Exposición Internacional de París en la que se presentó el Guernica de Picasso, el bombardeo alemán a Durango o la aparición, en el mundo de la moda, del primer pañuelo de Hermès, por ejemplo.

Exposición Internacional de París, 1937

La estructura externa de las 605 páginas (más Agradecimientos) está muy bien definida. Hay una primera división de Prólogo y tres partes. Luego, cada una de ellas se subdivide en capítulos no demasiado extensos, hasta sumar un total de 37. Y, por otro lado, la estructura interna mantiene la tensión, tras un comienzo álgido, a fuerza de giros que no por esperados, resultan menos interesantes. Es decir, el lector ve venir los hechos —más, si son históricos—, pero se pregunta qué sucederá después, cómo lograrán salir de ahí los personajes.

Sobre el estilo narrativo, como se mencionaba antes, es una voz en tercera persona del pasado y omnisciente. Sin embargo, queda claro que el punto de vista, tanto por su presencia en la historia como por su candidez o la pérdida de ésta, es el de Alix. Se utiliza un léxico relacionado con el mundo de la moda y la haute couture y eso, junto con las constantes menciones a la música —jazz, swing, foxtrot…— y los recorridos por los cafés parisinos, colaboran a la hora dibujar los escenarios de la obra. Aunque, eso sí, las descripciones de telas, vestidos, diseños, cortes, puntadas, colores… son omnipresentes.

También es curioso, al menos, quizás lo sea para el lector español, la visión que Natalie Meg Evans da sobre la idiosincrasia de los españoles y lo que sucedió durante la Guerra Civil. Detalle que en apariencia puede parecer insignificante, pero no deja de llamar la atención cómo se percibieron los hechos fuera del país. Sin posicionarse.

El tiempo entre costuras, imagen
de cubierta de la novela de María
Dueñas con Adriana Ugarte


Así que si te gustó El tiempo entre costuras, te apasiona la moda o, sencillamente, te apetece leer una novela sobre la búsqueda de los sueños en momentos difíciles y con muchos obstáculos en contra, prueba con La ladrona de vestidos. Te va a gustar.

¡Leed!

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