13 noviembre 2014

La librería de los finales felices

Katarina Bivald pasó de librera en Estocolmo a escritora internacional gracias a la publicación de La librería de los finales felices (Planeta, 2014). Con esta primera obra, traducida a más de quince idiomas, se ha proclamado como una de las autoras jóvenes —nació en 1983— más representativas de lo que se ha dado en llamar el género feel-good, historias cuyo fin es crear en el lector una sensación de agradable armonía, podría decirse que hasta de cierto equilibrio existencial.

La librería de los finales felices de
Katarina Bivald, imagen de cubierta


Sara Lindqvist es una joven sueca que ha estado carteándose durante dos años con Amy Harris, una mujer de Iowa. Pero nada de correos electrónicos, ellas han estado usando papel de carta y sobres, con sellos y direcciones postales. La única vez que se comunican usando la red es cuando se ponen en contacto al principio, porque Amy busca un libro por internet de la librería donde trabaja Sara en Suecia, Josephsson.

Al comienzo, hablan sobre libros y literatura, eso es lo que las ha unido. Pero, poco a poco, sus cartas van incorporando cada vez más fragmentos de su vida y su entorno, de una manera sutil y elegante, sin entrar en detalles escabrosos ni dramas.

Sin embargo, cuando Amy se entera de que a Sara la van a despedir, no puede evitar ofrecerle de nuevo su casa para pasar unas largas vacaciones y conocerse, por fin, en persona. Así que la joven librera acepta —dispuesta a vivir su primera gran aventura— y viaja hasta Broken Wheel, un pueblo compuesto por cuatro calles (Principal, Segunda, Tercera y Jimmie Coogan) y un semáforo que está siempre en rojo, con enormes campos de maíz y unos cuantos robles.


  —Toda una ciudad por descubrir, ¿eh? —dijo Grace.
  Sus enormes brazos volvían a descansar sobre la barra.
  —Una ciudad bonita —respondió Sara sin creerlo.
  —Un agujero de mierda, eso es lo que es. Si yo fuera tú, no me quedaría aquí. —Hizo una pausa dramática—. Huye mientras puedas, es lo único que digo. Nunca he entendido por qué mi abuela decidió quedarse aquí.


La sorpresa llega cuando a Sara, con su maleta cargada de libros y la ropa imprescindible, le comunican que Amy ha fallecido y en su casa se está “celebrando” el funeral.

De esa manera, Sara se encuentra viviendo en un pueblo y con unas personas que no conoce pero de los que sabe unas cuantas cosas, aunque ellos no tengan ni idea. Es, en cierto modo, como aterrizar de pronto dentro de una novela que estabas leyendo. Conoces a los personajes, los escenarios y las historias, aunque te hayas quedado sin narrador y pases a ser tú quien lo experimenta en primera persona.

Sara Lindqvist es tímida y los libros le ofrecen un mundo infinitamente más interesante y auténtico que la vida “real”. De ellos aprende, disfruta y se ayuda para afrontar lo que sucede fuera de las tapas. Y no es que las personas no le interesen, aunque no se le dan demasiado bien —o eso es lo que ella siente—, sino que ha descubierto el inagotable mundo de experiencias y aventuras que, sin correr excesivos riesgos, ofrecen los libros.


  —Así que tú eres Sara —dijo al final.
  No había mucho que decir al respecto, así que la joven se quedó callada. Sin darse cuenta se estaba abrazando al bolsillo de la chaqueta, donde había metido un libro por si acaso. No le parecía acertado sacarlo, pero también resultaba obvio que Tom no tenía ganas de hablar con ella. Las personas eran extrañas, en ese sentido: podían no mostrar ningún interés por una, pero en cuanto sacaba un libro era ella la antipática.
  Al otro lado de la ventanilla volvieron a aparecer los campos de maíz en cuanto salieron del camino que llevaba a casa de Amy. Sara no tenía muy claro si le parecían protectores o amenazantes.
  —A la que le gusta leer.
  Sara se preguntó si aquel hombre era capaz de leerle el pensamiento, pero no se molestó en mirarlo.
  —Llevas un libro escondido en el bolsillo. —Su voz sonó aún más seca, si es que era posible.
  —Las personas son mejores en los libros —murmuró ella con una voz tan baja que pensaba que él no la oiría. Pero cuando lo miró de reojo vio que había tensado las comisuras de la boca—. ¿No te parece? —preguntó a la defensiva.
  —No —respondió él.
  Sara supuso que la mayor parte de la gente opinaría lo mismo.
  —Pero son mucho más divertidas e interesantes, y… —“Amables”, pensó.
  —¿Seguras?
  —Eso también. —A Sara se le escapó una risita.
  Él parecía haber perdido de nuevo el interés tanto por la conversación como por ella.
  —Pero no son reales —señaló, como si con aquello quedara todo zanjado.
  “Reales”. ¿Qué diantre tenía la realidad que la hiciera tan fantástica? Amy estaba muerta, Sara estaba atrapada en aquel coche con un hombre a quien no le caía bien. En los libros podía convertirse en quien quisiera. Podía ser chula, bella, elegante, se le podía ocurrir la réplica perfecta en el momento adecuado, y podía… vivir cosas. Cosas de verdad. Cosas que les pasaban a las personas de verdad.
  En los libros las personas eran elegantes y afables y la vida seguía patrones marcados. Si una persona soñaba con hacer algo, se sabía casi seguro que al final del libro lo conseguiría. Y que encontraría a alguien con quien hacerlo. En la realidad uno podía estar casi seguro de que una persona haría cualquier cosa menos aquello.
  —Están pensadas para ser mejores que en la realidad —dijo ella—. Más grandes, más divertidas, más hermosas, más trágicas, más románticas.
  —O sea, no reales. Definitivamente —apuntilló Tom, de nuevo casi satisfecho.
  Sus ojos titilaron y aquello hizo que las palabras de Sara sonaran como una romántica fantasía de colegiala sobre héroes y heroínas y el amor verdadero.
  —Cuando son reales son más reales que la vida. Si el relato habla de un día a día gris e insignificante, es mucho más gris e insignificante que nuestro propio día a día gris e insignificante.


Amy Harris, por su parte, no es un personaje presente, salvo por las cartas que preceden a algunos de los capítulos. En realidad, la figura de Amy actúa como nexo de unión y, hasta cierto punto, como excusa para dar pie al resto de la historia. Aunque su huella sobre ésta es muy fuerte y se hace sentir.

Tom, Catherine, Grace, George, Jen, Andy, Carl, Claire, Gertrude, Annie May… poco más se puede decir del resto de personajes sin descubrir secretos que a una reseña no le toca revelar. Ellos, sus relaciones con los demás y con el entorno son la verdadera historia. La llegada de Sara y su pasión por los libros —a cada uno le da justo el que le ofrece ese pequeño empujón— supondrán una pausada revolución.

  Caroline volvió a entrar en la librería con la misma contundencia con la que había salido.
  —Vale —dijo tras asegurarse de que la tienda estaba vacía—. Dame uno.
  —¿Un qué?
  —Un libro de esos, evidentemente. —Jamás lograría verbalizar que quería comprar porno gay—. Soy una mujer justa —afirmó con altivez—. Como muy bien has señalado tú, no es correcto juzgar a alguien sin haberlo escuchado. O leído, en este caso. Así que dame uno. —Y luego añadió en tono fatalista—: Después oirás lo que tenga que decir.
  Sara la miró con fijeza, pero al ver que Caroline no daba ninguna señal de cambiar de opinión, se acercó con cuidado a la balda de erótica gay, cogió un libro y, por suerte, lo metió en una funda.
  Caroline asintió con la cabeza y pagó sin hacer ningún comentario más.
  Pero una vez que llegó a casa, no supo qué hacer con él.
  En la tienda, con la tensión del momento, quizá hubiera estado de acuerdo en que era anticristiano juzgar un libro sin haberlo leído, pero cuando se encontró sola en su hogar ya no se sintió tan segura.
  Le entraron sudores fríos al pensar que ella tenía un libro de esos en su casa.


La novela se desarrolla en el peculiar y minúsculo pueblo de Broken Wheel, Iowa, cerca de Hope, su eterno rival. Ambos topónimos parecen ser de lo más descriptivos en cuanto a las características de las localidades: Rueda rota frente a Esperanza. Y es que, mientras Broken Wheel se va cayendo a pedazos, aniquilado por la crisis económica y el abandono de sus habitantes en busca de mejores oportunidades, Hope es el lugar elegido por los políticos para posar en “agradables entornos rurales”. Es decir, lo que muchos llamarían un pueblo “de revista” (aunque no tenga librerías).

Y, como sucede en algunas ocasiones, el entorno casi pasa a tener personalidad propia dentro de la novela. Pero esta vez no es tanto por las características geográficas, sino por lo que alberga, la comunidad de vecinos, las tiendas, la estructura social, etc.

Katarina Bivald, la autora

En cuanto a la división del libro, decir que sus 462 páginas tienen una estructura externa diferenciada por capítulos no demasiado extensos, varias cartas de Amy y un epílogo. Mientras que la estructura interna puede verse reflejada a través del título del primer capítulo, “Libros vs. vida: 1 – 0”, y el del epílogo, que incluye “libros vs. vida:”… y un resultado muy elocuente.

La voz narrativa no es la de Amy ni la de Sara, sino que Katarina Bivald utiliza un narrador omnisciente en tercera persona del plural y en pasado para contar, con un léxico sencillo pero rico y variado, la historia que se esconde bajo La librería de los finales felices. ¿Accesible para todo tipo de público? Sí, incluso aunque hay muchas referencias literarias, porque no es necesario identificarlas todas para comprender la novela. Pero… sí se pierde parte de la complicidad que la autora ha querido compartir con el lector.


  Se quedó sentada en la cama paseando la mirada por ellos con asombro mientras los libros y los colores y la vida y las historias revoloteaban por toda la estancia. Allí estaba Jane Austen, incluida una biografía y una edición con colección epistolar. Todas las hermanas Brontë, aunque parecía haber sentido predilección por Charlotte: Jane Eyre estaba en tres ediciones distintas, y también Vilette y una biografía. Había biografías de presidentes estadounidenses, incluso republicanos, y mamotretos sobre los movimientos por los derechos de la ciudadanía, era una colosal mezcla de poder y oposición.
  Paul Auster, Harriet Beecher Stowe, montones de Joyce Carol Oates y un par de Toni Morrison.
  Una colección de Oscar Wilde, algunos Dickens, ningún Shakespeare. Todos los de Harry Potter, en tapa dura. En el siguiente estante descansaba Annie Proulx, todos los libros que Sara le conocía, y Proulx era una de sus favoritas. Atando cabos estaba tanto en tapa dura como en edición de bolsillo, el resto de los títulos eran todos de bolsillo y estaban muy manoseados: algunos Philip Roth y Suave es la noche de F. Scott Fitzgerald, más toda una colección de novelas de intriga: Dan Brown, John Grisham y Lee Child, un descubrimiento que alegró a Sara casi tanto como Proulx.
  También estaba Christopher Paolini: Eragon, Eldest y Brisingr, y ahí Sara tuvo que hacer un alto y dejarse caer de nuevo sobre la cama.


Un libro que consigue hacer sonreír al lector. Y que, de algún modo, explica el sentimiento o, incluso, la tendencia de algunas personas por la lectura. No necesariamente son intelectuales, culturetas, desapasionados de la vida, aburridos que no ven más allá de las tapas de un libro, ni que hablan del estructuralismo, el existencialismo o el determinismo biológico como algo cotidiano. No, no lo somos.


  Carl era realmente guapo, hasta el punto de rozar lo inverosímil. Parecía sacado de una portada de Ediciones Harlequín. Pero llevaba camiseta blanca en vez de camisa de seda. Aún así, no perdía nada.


A veces, hasta este tipo de personas, gente tranquila como Sara Lindqvist, pueden revolucionar la vida de toda una comunidad. Eso sí, página a página.

¡Y leedme!, aunque sea en las citas

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