15 enero 2015

El Gran Hotel del Salto

Margarita Barbáchano, periodista de larga trayectoria y autora de Mujeres en la edad invisible, Ver, oír y NO callar, La piscina azul y La dama rosa, llega ahora con una novela sobre una mujer valiente y decidida, que llevará al lector en un viaje a través de la selva amazónica, la alta sociedad colombiana de principios del siglo XX, las mitologías y costumbres indígenas, las nostálgicas playas gallegas y mucho más.

El Gran Hotel del Salto de Margarita
Barbáchano, imagen de cubierta


Con una mente inquieta y un espíritu luchador, Violeta Saramago siente la necesidad imperante de descubrir y conocer nuevas realidades. El siglo XIX se apaga y da comienzo a una etapa histórica plena de cambios en los que esta joven gallega quiere participar. Por eso, en cuanto la edad y los ahorros de la familia se lo permiten, abandona lo que ella considera una existencia insatisfactoria y frustrante en Lariño, un pequeño pueblo de la Costa da Morte, y se embarca en el famoso transatlántico Lusitania con destino a la hacienda cafetalera de su tío Eliodoro Saramago en el valle del Cauca, lugar por el que siente una patente fascinación desde niña, cuando su padre les leía las cartas que su hermano le mandaba describiendo aquellos parajes.

Violeta deja atrás a su familia, a su mejor amigo, su playa revuelta y la comodidad de un futuro planeado. Pero en Colombia encuentra experiencias que jamás habría conocido en su tierra. Es testigo de las duras condiciones en las que viven los indígenas de las plantaciones desde un lugar privilegiado: la sobrina del amo. Y, además, ve las injusticias, los abusos y las matanzas de la burguesía política y el ejército, la unión de los pueblos indígenas, su sublevación y su lucha por conservar una identidad propia.

Manuel Quintín Lame (sentado, fumando) junto a sus
compañeros, 1915

Margarita Barbáchano introduce, con mucho acierto, hechos y figuras históricas reales, a veces modificados, para dotar de mayor entidad y consistencia a su obra. Ejemplo de ello es Manuel Quintín Lame, líder de la causa indigenista que en 1910 fue elegido defensor de los cabildos del Cauca y desde entonces no dejó de luchar por los derechos de la población y culturas indígenas, cada día más explotadas y esquilmadas. Y, en El Gran Hotel del Salto (Ediciones B, 2014), personaje por el que Violeta siente una admiración y una amistad profunda, tales que llegan a ser su inspiración vital en muchos momentos de la historia.

Otra de esas figuras es la del premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez, transformado en Gabriel García Ponce a través del poder inmensurable de la ficción. Gabriel es un joven periodista nacido en Aracataca que conoce —y entusiasma— a Violeta cuando las vidas de ambos comienzan a seguir un camino propio.

Pero García Ponce no es el único que trata de enamorar su corazón de mujer. A lo largo de la obra, Violeta conoce distintas clases de amor y, aunque algunos comparten la característica común de su amistad, no se parecen entre sí como personas ni en el tipo de relación que mantienen con ella. Porque lo de Juan es el despertar de la mano de un amigo, lo de Leonardo pura fiebre, con Rodrigo un “para siempre”, mientras que Alonso es una herida a olvidar y Armand, curiosidad.

Lo que demuestra que, de nuevo, la naturaleza inconformista de Violeta Saramago está presente y no le permite estancarse en un lugar, una persona o una causa que no la llenen de la manera en que ella siente que necesita. En eso se parece a su padre, el médico rural Odilo Saramago, según él mismo asegura en varias ocasiones. Aunque, tanto en la forma como en el fondo, la historia se encarga de desmentirlo con sutileza.

Playa de Lariño en la Costa da Morte, lugar donde Violeta
Saramago pasa su infancia

Valle del Cauca en Colombia, la fascinación de Violeta
se verá justificada por los impresionantes paisajes y
secretos de aquellas culturas

Además de los personajes, otro de los aliados con los que cuenta Margarita Barbáchano en El Gran Hotel del Salto es el entorno, tanto la naturaleza que caracteriza a la costa y el monte gallegos, como la selva amazónica o las jóvenes urbes colombianas. Porque, a través de esas localizaciones, la autora consigue hacer mucho más que situar a los personajes y los hechos en un escenario, logra dar una dimensión física a los sentimientos, pensamientos y la propia idiosincrasia de sus habitantes.

Así, muestra a los gallegos a menudo desconfiados y recelosos, siempre alerta en un pueblo de pescadores donde el mar significa vida y muerte, salvación o traición. Aunque, a pesar de todas sus precauciones, les siguen engañando y lamentablemente continúan perdiendo vidas. Porque en la Costa da Morte o en el monte O Pindo la gente sigue tan apegada a sus costumbres y cultura como los indígenas, a miles de kilómetros de allí, en los Bosques de Niebla. Los indios nativos también temen, aunque es un miedo distinto, les están robando sus tierras, su espacio sagrado y no hay manera de prevenir la desgracia.

Pero, a pesar de esta similitud entre ambos lugares, en la obra se distingue de forma obvia a ese país indómito que emerge como el nuevo siglo, abriéndose paso y dejando atrás la hegemonía tiránica de los europeos, de la sociedad conformada del “reino español”. Aunque la United Fruit Company hace que la sombra de Estados Unidos sea alargada.

Y la manera en que la autora consigue perfilar todo eso es a través de los viajes que realiza Violeta —sea cual sea la distancia—, con descripciones prolijas de las playas y el oleaje temperamental durante su infancia en La Coruña o la inmensidad de la selva, verde y misteriosa, pero nunca hostil, que guarda secretos ancestrales de las tribus que la protagonista conoce junto a Quintín Lame, Leonardo o en solitario muchos años después.


“Y Violeta pensó emocionada que en este país todas las cosas hermosas estaban al alcance de la mano.
—Es como si brotaran a un paso, a tus pies. —Se refería, claro está, a la vegetación que brotaba hasta invadirlo todo, a las orquídeas de mil colores diferentes, a los pájaros extraños, a las ballenas que llegaban hasta las playas para ser admiradas, a la belleza de las etnias indígenas.
Cuando llegaron, violeta comprobó que las explicaciones de Leonardo se habían quedado cortas, en la ensenada de Utría no hacía falta coger ningún barco para verlas. Estaban ahí mismo, cerca de la tierra. Los cetáceos penetraban en la ensenada y se ponían a jugar muy cerca de la costa. Entonces pensó que pocas cosas había más tiernas que ver a un ballenato del tamaño de un vagón asomando el morro en la superficie y cogiendo impulso para dar un magnífico salto e introducirse en el mar luciendo su espléndida cola antes de hundirse de nuevo. Después de contemplar a las ballenas, la pareja emprendió varios recorridos cortos para perderse entre la vegetación exuberante, húmeda y prodigiosa de color de los manglares cercanos.”


El Gran Hotel del Salto es una novela de dimensiones considerables, casi 600 páginas que Barbáchano ha dividido en partes, cada vez que el lugar en que se desarrollan los hechos cambia, anotando también la fecha que sirve de referencia orientativa al lector. Por ejemplo, el primer capítulo se titula “Lariño, Costa da Morte, Galicia, 1891”, y si se va avanzando en la novela llegarán “Bogotá, 1906-1907” o “Salto de Tequendama, 1923”. Solo unos pocos de estos capítulos son referidos a personajes y su misión es realizar aclaraciones en las que la voz narrativa, en tercera persona y pasado, ha de despegarse de la perspectiva de Violeta Saramago para acercarse a la visión de alguien distinto.

Y, aunque la estructura externa da muchas pistas sobre el desarrollo de la historia, ésta tiene una división interna bastante clara también: infancia, juventud y madurez de Violeta. Es decir, Lariño, Valle del Cauca y Bogotá, desde 1891 a 1929.

En cuanto a la temática, el lector lo tendrá claro nada más abrir el libro, puesto que hay una dedicatoria de cuatro palabras en la soledad de una página en blanco: “A las mujeres valientes”. Y eso es exactamente Violeta, esa es la gran diferencia que existe entre su padre y ella, ese es el motor de la novela. Pero además habla de la libertad como derecho indispensable para mantener una identidad propia, tanto la de Violeta como la que les va faltando a los indígenas. Opone el conformismo o la aceptación de las obligaciones impuestas por costumbre, como es el caso de Juan, frente a la consecución de sueños e ilusiones a través de la lucha, como sucede con el Gran Hotel del Salto de Tequendama de Armand o el activismo social de Rodrigo. Y varias veces el lector será testigo de venganzas que, con mayor o menor recorrido, se han ido fraguando durante páginas y páginas.

El estilo narrativo de Barbáchano en esta obra es pausado, lleno de descripciones detalladas y circunloquios reflexivos con una clara intención recreativa, aunque los hechos se suceden sin tregua. Por otro lado, el léxico —con abundancia de adjetivos— y la sintaxis son asequibles para el lector medio, que aprenderá más de un término curioso relativo a la cultura indígena durante la época en que la protagonista vive allí. Ejemplo de ello son chichuca (“caliente”, regalo típico entre las mujeres de la tribu), tunjos (“piezas decoradas con hilos de oro”) o yanacona (“el que ayuda”, nombre de tribu).

¿Y por qué ese título? Esta no es la historia de un hotel situado en plena selva amazónica, pero en cierto sentido representa la esencia de la novela. Uno ha de luchar por lo que quiere, aunque parezca inalcanzable y peligroso. E introducir a la sociedad “urbanizada” en el interior de la selva no carece de atractivos, pero se corre el riesgo de pagar un precio muy alto antes o después.


“—De momento lo que hay en el Salto de Tequendama es una parada con una pequeña caseta, pero el sitio es tan espectacular que los viajeros siempre se bajan del tren para ver el salto y escuchar el estruendo que produce. Lo cierto es que cuesta que vuelvan al tren, se quedan como hipnotizados contemplando la caída del agua a escasos metros del mirador. Mi idea es convencer a socios con dinero para levantar un hotel de lujo allí mismo, sobre el precipicio. Creo que sería un buen negocio por su singularidad y belleza.
—¡Dios mío! Me estremezco solo de pensar estar allí. No sé si podría… —reconoció la joven imaginándose el lugar.
—Sí, lo sé, pero hay muchas personas a las que les gusta enfrentarse a la naturaleza o estar cerca de situaciones de riesgo. Sería un hotel pensado para esa gente muy rica y muy aburrida a la que le gusta mezclar el lujo más sofisticado con un poco de naturaleza salvaje; desde luego, contemplada desde un mirador o desde los cristales de un conformable dormitorio. De todas formas, es solo un proyecto descabellado que no sé si verán mis ojos —matizó.
—Parece un proyecto ambicioso; seguro que consigue financiación. Las ideas extravagantes en Colombia suelen triunfar —dijo Violeta, animándole.
Armand Doisneau dio gracias al cielo por oírla hablar, moverse, escucharla y volver a estar cerca de esa criatura que lo llenaba de una extraña paz. Le gustaría atreverse a acariciar su pelo, besar sus labios y explorar su boca para perderse en su sabor, que intuía delicioso.”


En definitiva, si sois lectores con ganas de recrearos, con languidez y abandono, en paisajes plagados de misterio y encanto —tanto los colombianos como los gallegos—, si os apetece viajar con Violeta en el Lusitania para descubrir el Valle del Cauca a principios del siglo XX o si, quizás, os gustan las historias de vida protagonizadas por personajes valientes, El Gran Hotel del Salto tiene muchas opciones para gustaros.



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