19 febrero 2015

Lisario o el placer infinito de las mujeres – Antonella Cilento

Antonella Cilento es una prolífica escritora napolitana autora de Il cielo capovolto (2000), Una lunga notte (2002), Non è il paradiso (2003), Neronapoletano (2004), L’amore, quello vero (2005), Napoli sul mare luccica (2006), Nessun sogno finisce (2007), Isole senza mare (2009), Asino chi legge (2010), La paura della lince (2012) y ahora llega, por fin en castellano, con Lisario o il piacere infinito delle donne, obra con la que fue ganadora del Premio Boccaccio en 2014 y finalista del prestigioso Premio Strega el mismo año. Además, Antonella Cilento es profesora de escritura creativa desde hace más de dos décadas, escribe guiones para relatos radiofónicos, obras de teatro y colabora en el diario Il Mattino de Nápoles.

Lisario o el placer infinito de las
mujeres
de Antonella Cilento,
imagen de cubierta Antífona,
óleo de Dino Valls

Lisario y Avicente Iguelmano se conocen en extrañas circunstancias. Ella es una suerte de Bella Durmiente de dieciséis años en el Nápoles de 1645, y él será el príncipe que la despierte. Aunque existen unas cuantas diferencias con el cuento tradicional. Lisario es muda, a pesar de todo lo que tiene que decir, y su sueño no es producto de ningún maleficio ni se ha pinchado con ninguna rueca, es una reacción generada por el rechazo que le produce el matrimonio concertado por su padre con un anciano. Y Avicente no es un príncipe, propiamente dicho, sino un médico de nombre pero con actitudes nulas para aprender y ejercer.

Ella le escribe cartas a la Virgen con cierto aire de consultorio radiofónico en unos tiempos en los que era casi pecado que una mujer supiera leer y escribir, no ya tener los conocimientos sobre la obra de dos maestros de la literatura universal como Miguel de Cervantes y William Shakespeare. A él le interesan más los ratos de ocio y vida disipada, pero no ha encontrado heredera acaudalada con la que casarse y ha tenido que huir de La Haya, donde aprendía de un maestro cirujano, por su ineptitud y malas prácticas. Pero las influencias y el buen nombre de su padre, fallecido y también médico, le han conseguido un puesto como médico personal de una dama española venida a menos, la señora de Mezzala.

Ésta, astuta y taimada, le pone como condición para el empleo que demuestre su valía curando uno de los casos más extraños de la zona, el de la hija del general Ilario Morales, de las tropas del virrey español asentadas en Nápoles. Ella es Belisaria, la joven Lisario aún.

En su ineptitud e impulsado por la atracción que le despierta la muchacha postrada en la cama, tras varias visitas en las que solo la observaba, Avicente Iguelmano no prueba a besarla en los labios como el príncipe azul del cuento, sino que le levanta la falda y mete la mano entre sus piernas. Al principio, solo son unas cuantas caricias, justificadas en su conciencia con la excusa de ver algunas supuestas reacciones en el rostro de Lisario, un camino hacia una cura. Pero luego, en las semanas sucesivas, las ansias de Avicente son más apremiantes y prescinde de la ropa, la suya y la de ella, para acariciar, tocar y profundizar en el deseo de ambos.

Con el transcurso de los días, se hace evidente para todo el mundo que el tratamiento del doctor Iguelmano, consistente en la observación de la paciente y poco más, es inútil y se hace forzosa su marcha. A punto de embarcar, despreciado por todos, surge la noticia de que Lisario ha despertado y, con ella, el cambio radical de su estatus al de gran científico y sanador. Por lo que, en agradecimiento principalmente, el padre de Lisario le ofrece la mano de su hija, y ésta y el doctor terminan casados, pero no por amor, sino más bien obligados. Él se pregunta si la muchacha recordará en qué consistió el tratamiento y ella se resigna a la imposición de su padre.

Aun así, el matrimonio se entiende bastante bien en el único terreno que puede conseguir simular momentáneamente que las cosas progresan: la cama. Un tiempo después, sin embargo, una serie de acontecimientos hacen que ella no esté tan receptiva y Avicente comience a obsesionarse con la clave del placer de las mujeres; de hecho, cuestiona con toda la fuerza de su convicción que dicho placer exista, puesto que la mujer —en aquella época— era concebida como yegua de cría. Su única utilidad era procrear si era decente, es decir, rica, y proporcionarle placer al hombre si no lo era, es decir, si era pobre… o ambas cosas por necesidad, que eran tiempos malos y lo usual era que una misma mujer la utilizase el marido, el suegro, el cuñado e, incluso, algún vecino aunque no fuera exactamente por dinero.

En esa búsqueda que inicia Iguelmano, se acentúa la sensación de objeto que tiene Lisario. No hablan, ella es muda. Pero él no cesa de ordenar. Luego investiga, observa, anota… Cree que así logrará redimirse públicamente como médico y todos lo admirarán.

Además de Lisario y Avicente, a lo largo de la novela surgen multitud de personajes, con mayor o menor relevancia. Entre los primeros hay que destacar al pintor francés Jacques Israël Colmar y al holandés Michael de Sweerts, cuya presencia sumerge al lector en el mundo artístico de la época, desde los pintores favorecidos por el reconocimiento a las calamidades de los que trabajan por convertir su obra en inmortal.

Y para ello, tanto en las escenas de la historia del complicado matrimonio Iguelmano Morales como en las peripecias del mundo pictórico, la narración se interna en palacios y castillos, pero también en barrios marginales y peligrosos, principalmente de Nápoles y de forma breve en Roma.

Las fechas en que tiene lugar no son menos relevantes, para nadie es ajeno que fueron tiempos convulsos para toda Europa. Concretamente allí, durante el período comprendido entre noviembre de 1647 y abril de 1648, el pueblo napolitano se sublevó contra el virrey español y estableció la Serenísima República de Nápoles. Estos hechos históricos son parte importante de la narración, no por extensión real dentro de la obra, sino porque Antonella Cilento los ha integrado como condicionantes del destino de los personajes.

Antonella Cilento, la autora

La estructura externa de estas 330 páginas de Lisario o el placer infinito de las mujeres (Alfaguara, 2015) va intercalando bloques de la voz narrativa omnisciente en tercera persona del plural y pasado, posteriormente subdivididos en capítulos numerados, con otros de Cartas a la Santísima Señora de la Corona de las Siete Espina Inmaculada Asunción y Siempre Virgen María, escritas por Lisario en primera persona del singular y con una manera de expresarse propias tanto de su época como de su edad, inocente pero afectada. Aunque, con acierto, no están compensados en cuanto a extensión, puesto que las cartas redactadas por Lisario en fugaces momentos que logra esconderse no pueden tener el peso que ostenta el resto de la historia.

En cuanto a los temas tratados, como asegura ya desde la cubierta, la novela de Antonella Cilento es una obra donde abunda la sensualidad, a través de sensaciones y deseos, no de la descripción del sexo en versión documental de la BBC; aunque sí incluye distintos tipos de preferencias: heterosexuales, homosexuales, transexuales. etc.

De lo que se trata, más  bien, es del placer erótico, su fuente y sus caminos, con o sin amor de por medio, pero con un alto componente de libertad e individualidad. La imposición de lo indeseado, las órdenes sin consenso, una perspectiva fría y calculada no ayudan a fomentar la pasión o el amor, sino el rechazo y el odio. Y, desde luego, partir de la premisa de que no existe como tal no será la clave para desvelar los secretos del placer femenino.

De esa temática, analizada sobre los personajes, se puede remarcar que mientras Avicente Iguelmano es egoísta en su placer y su objetivo es obtener reconocimiento profesional con su escaso talento, Jacques busca complacer a quienes desea, se deja hacer, trata de conformarse con sobrevivir y mantener a los suyos aunque eso implique no ser nunca considerado un gran pintor ni pasar a la historia como una figura destacada. De ahí también la importancia que se le da a la fama y éxito profesional por parte de los hombres.

Otro tema importante es la religión y las creencias. Avicente se respalda en Dios padre como recurso absoluto de la supremacía masculina, negándole a la mujer la capacidad de sentir, pensar o tener algo parecido al alma humana. Y, por su parte, Lisario se dirige con respeto a la Virgen, madre y mujer, para contarle sus impresiones, expresarle sus dudas y hallar consejos a través  de esas reflexiones. En el caso de Michael se castiga por sus tendencias sexuales, sus deseos, sentimientos, pasiones y la consecución de estos. Por eso reza a Dios, reza y reza, se flagela y vuelve a rezar, pinta motivos y escenas religiosas para alcanzar la luz de la redención. Mientras que Jacques sencillamente es un judío de nacimiento, poco o nulo practicante, en unos tiempos y un lugar en que esa religión estaba perseguida y condenada.

¿Introduce Antonella Cilento cierto componente feminista en su obra? Evidentemente, el título de por sí ya sugiere algo. Pero no es tanto un alegato a los derechos de la mujer sino dar voz, como la que le fue arrebatada a Lisario, a una realidad que se estuvo negando durante años, siglos, y a la que aún hoy en día se le sigue temiendo: el placer sexual de la mujer y el poder e independencia que esto le otorga.

Sobre el estilo decir que Lisario o el placer infinito de las mujeres es una novela de Alfaguara y, al margen de juicios previos, eso suele ser sinónimo de calidad, y no solo argumental. En este caso, se describiría como una prosa no plana, un estilo narrativo cómodo —cierto que según para quién—, que mantiene al lector encandilado por la cadencia sintáctica y también léxica. Es una lectura que, más allá de la temática o la historia, genera bienestar por la forma en que conecta con la mente del lector. Una comparación sencilla, y quizás más gráfica, sería decir que esta voz narrativa es como la de esas personas que por su manera de hablar pausada, sabiendo lo que dicen, pero sin arrogancia ni pretensión de imbuir a quien escucha sus ideas, explicando las cosas de manera sencilla, logran envolver a la audiencia de tal manera que podrían pasarse horas atentos, en silencio, sin perder detalle.


Novela histórica, feminista, erótica… la han catalogado de muchas manera y, en parte, todas ellas la describen. Pero solo en parte, el todo es mucho más. Prueba y verás.

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