Charlotte Perkins Gilman, nacida en 1860, fue una
escritora estadounidense, además de una comprometida activista a favor de la Reforma social y la defensa de la mujer como ser humano independiente e
intelectual. De entre sus muchos ensayos, novelas, cuentos y poemas, hoy en
día se la conoce más por su breve pero eficaz relato The Yellow Wallpaper o, como se ha traducido oficialmente al castellano, El papel pintado amarillo.
Cuando
Charlotte era una niña, Frederic Beecher Perkins, su padre, los abandonó en una
situación económicamente precaria que la madre, Mary, no pudo terminar de
solventar. Ese hecho propició dos circunstancias que marcarían el carácter
futuro de Charlotte y sus decisiones. Por una parte, la escasez de dinero hizo
que tanto ella como su único hermano, Thomas Adie, pasaran mucho tiempo en las casas
de sus tías paternas: la sufragista Isabella
Beecher Hooker, la abolicionista y autora de La cabaña del tío Tom (1852), Harriet Beecher Stowe; y la defensora de la educación como medio
para el cambio (aunque con ideas dispares entre géneros), Catherine Beecher.
Por
otro lado, la herida y posterior cicatriz que dejó el abandono de su padre en la
personalidad de su madre, además del fallecimiento de varios de sus bebés, hizo
que ésta intentara hacer de sus hijos personas fuertes y no dadas a
sentimentalismos. Por eso, Mary Perkins evitaba demostrar afecto hacia sus
hijos y los instaba a que no mantuvieran relaciones profundas con nadie.
Años
después, ya con dieciocho, completó sus estudios de Diseño con el apoyo
económico de su padre y su propio trabajo como dibujante. También era pintor
Charles Walter Stetson, el hombre con el que se casó en 1884 y el padre de su
única hija en común, Katharine. Fue tras el nacimiento de ésta cuando se sumió
en una depresión postparto difícil de superar.
En
aquella época, las mujeres eran consideras como criaturas propensas a la
histeria y débiles emocionalmente, problema de los nervios que se agravaba si
acababan de dar a luz. Por esa consideración social y la tendencia previa de
Charlotte a la melancolía, recurrió a la ayuda de un prestigioso neurólogo de
entonces, el doctor Silas Weir Mitchell, quien la trató durante varias semanas
y luego le aconsejó lo siguiente:
“Live as domestic a life as possible. Have your child with you all the time… Lie down an hour after each meal. Have but two hours’ intellectual life a day. And never touch pen, brush or pencil as long as you live.”
“Vive una vida tan casera como puedas. Ten a tu niña contigo todo el tiempo… Acuéstate una hora después de cada comida. No hagas más de dos horas diarias de actividad intelectual. Y nunca vuelvas a coger una pluma, pincel o lápiz en lo que te quede de vida.”
Y así lo intentó, hasta que la idea del suicidio se fijó en
su mente. Fue entonces cuando Charles y ella decidieron separarse por el bien
de todos, ya en 1888. Madre e hija se mudaron a Pasadena y la recuperación de
Charlotte fue directamente proporcional a su implicación en causas sociales y
su producción literaria.
Envuelta en el movimiento feminista, la lucha por el derecho
a voto de las mujeres, el apoyo a la causa abolicionista y la oposición al
capitalismo, entre otras, envió a Katherine, cuando esta tenía nueve años, a
vivir con su padre y la segunda mujer de éste, amiga íntima de Charlotte y en la
que confiaba sinceramente para desempeñar un rol en el que ella no se sentía
“tan adecuada”. Además, en sus memorias expresó su deseo de respetar el derecho
de Walter Stetson a conocer y disfrutar de su hija y el de ésta mantener una
buena relación con su padre. Quizás, esa concienciación le vino a la autora a
través de su experiencia con el ausente Frederic Beecher Perkins.
El papel pintado amarillo, antalogía donde aparece el breve relato |
Durante aquella época fue cuando surgió el breve relato que
se convertiría en una referencia para las feministas, The Yellow Wallpaper. Escrito en 1890, no fue publicado hasta 1892,
en el número de enero del The New English
Magazine.
El papel pintado
amarillo se basa en la propia experiencia de Charlotte Perkins Gilman como
enferma mental y el tratamiento que le recomendó el doctor Silas Weir Mitchell,
a quien ésta le hizo llegar una copia de la publicación.
La voz narrativa, en primera persona y presente, es la de
una mujer que sufre la común depresión postparto y, por recomendación de su
marido y también doctor, se retiran a pasar tres meses de descanso en una vieja
casa solariega. Allí él le aconseja reposo y le prohíbe, siempre con mucho
amor, que escriba o reciba visitas que de alguna manera puedan alterarla.
Poco a poco, la soledad y es aislamiento, además de la
inactividad intelectual y, por supuesto, la prohibición sobre la vía de escape
a su imaginativa mente que le proporciona la escritura, la protagonista va
obsesionándose con el papel pintado de la habitación, amarillo y viejo.
Su marido trata de ayudarla con toda su buena intención,
pero la trata de forma condescendiente. Desde el principio, queda claro que es
él quien decide sobre la vida en común, pero también sobre la de ella, y la
narradora lo asume con resignación porque se supone que es él el que sabe qué es
lo más conveniente.
Esa obsesión con el papel amarillo de la pared, en principio
aborrecido, va adquiriendo vida hasta convertirse, con las horas y días de
encierro, en toda una historia, la suya propia.
Lo que trababa de comunicar la autora con este relato era el
terrible error que supone negarle la independencia a la mujer como tal, sin
permitirle expresarse, crear e interactuar como seres autónomos capaces de
decidir sobre su propia vida. Y eso, hoy en día, se puede traducir en esa necesidad humana de leer, pintar, escribir, crear, etc., cuya anulación o negación para muchos equivaldría a la locura.
“John es médico, y es posible (claro que no se lo diría a nadie, pero esto lo escribo sólo para mí, y con gran alivio por mi parte), es posible, digo, que ése sea el motivo de que no me cure más deprisa.
¡Es que no se cree que esté enferma!
¿Y qué se le va a hacer?
Si un médico de prestigio, que además es tu marido, asegura a los amigos y a los parientes que lo que le pasa a su mujer no es nada grave, sólo una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria), ¿qué se le va a hacer?
Mi hermano, que también es un médico de prestigio, dice lo mismo.
O sea, que tomo no sé si fosfatos o fosfitos, y tónicos, y viajo, y respiro aire fresco, y hago ejercicio, y tengo terminantemente prohibido «trabajar» hasta que vuelva a encontrarme bien.
Personalmente disiento de sus ideas.
Personalmente creo que un trabajo agradable, interesante y variado, me sentaría bien.
Pero ¿qué se le va a hacer?
Durante una temporada sí que escribí, a pesar de lo que dijeran; pero es verdad que me agota bastante. Tener que llevarlo con tanto disimulo, a riesgo de topar con una oposición firme...”
En 1893, regresó a su ciudad natal, Hartford, y allí
coincidió con un primo suyo, Houghton Gilman. Se casaron algunos años más tarde
y tuvieron un hijo. Nunca se separaron hasta que, tras treinta y cuatro años de
matrimonio, Hartford falleció. Solo un año más tarde, en 1935, Charlotte
Perkins Gillman se suicidó con cloroformo. En 1932 le había sido diagnosticado
cáncer de mama y siempre fue una defensora de la eutanasia para enfermos
terminales. La nota que dejó decía “…chose
chloroform over cancer”.
Elegid bien vuestras lecturas,
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