Existen
personas capaces de construir magia al unir las palabras. No son exactamente
aquellos que el mercado llama “escritores”, sino unos pocos individuos dotados
con el poder de expresión necesario para transmitir aquello que alimenta el
espíritu y la imaginación del mundo sin esperar nada a cambio, ni voto ni
devoción. Eduardo Galeano fue uno de
ellos.
La pasión de decir II
Ese hombre o mujer, está embarazado
de mucha gente. La gente se le sale por los poros. Así lo muestran en figuras
de barro, los indios de Nuevo México: el narrador, el que cuenta la memoria
colectiva, está todo brotado de personitas.
Este autor uruguayo, al que esta semana nos
tocaba despedir, era conocedor del poder de las palabras: estructuran
pensamientos, unen y separan vidas, crean, delimitan o destruyen mundos; nacen
sentimientos, arrancan emociones, terminan y empiezan…
Celebración de la voz humana I
Los indios shuar, los llamados
jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en
un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo
vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra
que jamás se pudre.
Es considerado uno de los escritores más representativos de
la literatura latinoamericana actual, pero el premio que lo llevó a Suecia en
2010 no fue el Nobel, sino el Stig
Dagerman. Sin duda menos conocido a nivel internacional, pero no por ello
menos prestigioso, puesto que se les concede a aquellos autores que en su obra
muestran “la importancia de la libertad de la palabra mediante la promoción de
la comprensión intercultural”. Las razones del jurado que le otorgó el premio
fueron que estuvo “siempre y de forma inquebrantable del lado de los
condenados, por escuchar y transmitir su testimonio mediante la poesía, el
periodismo, la prosa y el activismo”.
Nochebuena
Fernando Silva dirige el hospital de
niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó
trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los
fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En
su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las
salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos
pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los
enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba
solo.
Fernando reconoció su cara ya marcada
por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó
con la mano:
—Decile
a... —susurró el niño—. Decile a
alguien, que yo estoy aquí.
En 1973, durante el golpe
de Estado del 27 de junio en Uruguay, Eduardo Galeano, entonces con 33
años, fue encarcelado y posteriormente exiliado. Un par de años antes había
publicado Las venas abiertas de América Latina, prohibido por los
gobiernos chileno, uruguayo y argentino, donde realizaba un análisis de la
historia del continente desde la época de las brutales colonizaciones europeas
hasta la actualidad y ponía de manifiesto la constante esquilmación de los
recursos naturales que estaban llevando a cabo Estados Unidos y Reino Unido.
Los nadies
Sueñan las pulgas con comprarse un
perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de
pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena
suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del
cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la
mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando
de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los
dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los
ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino
dialectos.
Que no profesan religiones, sino
supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino
folklore.
Que no son seres humanos, sino
recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia
universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la
bala que los mata.
Desde 1987 hasta 1989, ya de vuelta en Montevideo, formó
parte de la Comisión Nacional Pro
Referendum, en un intento por revocar la Ley de Caducidad de la pretensión
punitiva del Estado. Esta ley había sido aprobada a finales de 1986 para evitar
cualquier tipo de juicio contra los crímenes y abusos producidos durante la
dictadura militar que se apoderó de Uruguay desde 1973 hasta 1985.
La cultura del terror II
La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se
piensa,
la prohibición de hacer lo que se
siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de
penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la
desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una
cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y
contagia la peste del miedo.
—Los derechos humanos tendrían que
empezar por casa —me comenta, en Chile, Andrés Domínguez.
Un año antes de regresar a su Uruguay natal, publicó el
último de los volúmenes de lo que constituiría uno de sus trabajos más
conocidos y elogiados: la trilogía Memoria del Fuego. Esta fue escrita
y publicada durante el tiempo que vivió en España, y está compuesta por Los
nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El
siglo del viento (1986). En ellas, retoma en forma de relatos el tema
que se mantendría constante a lo largo de su producción: la historia de América
Latina.
Dicen las paredes V
En la Facultad de Ciencias
Económicas, en Montevideo:
“La droga produce amnesia y otras
cosas que no recuerdo.”
En Santiago de Chile a orillas del
río Mapocho:
“Bienaventurados los borrachos, porque
ellos verán a Dios dos veces.”
En Buenos Aires, en el barrio de
Flores:
“Una novia sin tetas más que novia es
un amigo.”
Más allá del compromiso que adquirió por su sentir nacional
y continental, las denuncias que realizaba entonces caben ahora en muchos
países de otros continentes, tanto como lo podían haber hecho en otras épocas
quizás ya olvidadas. Ese es, sobre todo, uno de los rasgos que distinguen su
obra como universal.
El sistema I
Los funcionarios no funcionan.
Los políticos hablan pero no dicen.
Los votantes votan pero no eligen.
Los medios de información
desinforman.
Los centros de enseñanza enseñan a
ignorar.
Los jueces condenan a las victimas.
Los militares están en guerra contra
sus compatriotas.
Los policías no combaten los
crímenes, porque están ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las
ganancias se privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente está al servicio de las
cosas.
Otra de las características que otorga universalidad a la
obra de Eduardo Galeano es el retrato de cualidades intrínsecas al ser humano
potenciadas de forma negativa por una forma de gobierno que olvida la
naturaleza de hombres y mujeres como seres vivos pensantes para convertirlos en
elementos productores de beneficios.
El hambre II
Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame.
El prójimo no es tu hermano, ni tu
amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una
cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos
los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.
Pero no todo fue lucha social y crítica contra la
injusticia, el desamparo y las políticas explotadoras y abusivas. En su obra
también quedaron patentes sentimientos íntimos, a veces con mayor grado de
confesión y otras dejando claro que también esas emociones profundas y
debilidades inevitables son, al fin y al cabo, un sentir compartido, un nexo
que nos arrastra a todos al mismo nivel, sin importar el dinero, la clase
social o la educación.
El diagnóstico y la
terapéutica
El amor es una enfermedad de las más
jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras
delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, y
padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir
estupideces.
El amor se puede provocar, dejando
caer un puñadito de polvo de quereme,
como al descuido, en el café o en la sopa o en el trago. Se puede provocar,
pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo
de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada.
El amor es sordo al Verbo divino y al
conjuro de las brujas. No hay decreto del gobierno que pueda con él, ni pócima
capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los mercados, infalibles
brebajes con garantía y todo.
Con el comienzo del nuevo siglo, ya a cierta distancia del
exilio, le fueron concedidos muchos premios internacionales, especialmente Doctorados Honoris Causa por
universidades latinoamericanas. Además, recibió el Premio Casa de las Américas en 2011 y el Premio Alba de las Letras en 2013. En muchas ocasiones, se ha dicho
de su forma de narrar —ya “escribir” ciñe demasiado— que se trata de una prosa
poética. Las razones, aquí, son obvias.
La noche II
Arránqueme, señora, las ropas y las
dudas. Desnúdeme, desdúdeme.
![]() |
Eduardo Galeano |
En 1989, publicó El libro de los abrazos, uniendo en
el título dos palabras cuyos significantes están llenos de grandes y múltiples
significados. De esta obra son los breves relatos que han ido conformando la
entrada que ha tratado de ser un humilde recordatorio a la figura de un autor
tan grande como demostró ser Eduardo Galeano. Tocó despedirlo el 13 de abril,
el mismo día que a otro potente representante de la literatura, el alemán Günter Grass. Pero, a pesar de esas
pérdidas y de lo que ello significan para la cultura de las palabras y la
expresión, el libro elegido para esta despedida ha sido un libro lleno de esperanza y voz, y
el relato que pone fin habla de una suerte de muerte, pero no del adiós.
La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a
lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más
alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso
dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría
que duele. “Pequeña muerte”, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que
rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. “Pequeña
muerte”, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
Seguiremos leyéndole,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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