Álvaro Abad es el pseudónimo que ha estrenado Gonzalo Torné, autor de obras como Lo
inhóspito (Debolsillo, 2007), Hilos de sangre (Literatura Random
House, 2010) y Divorcio en el aire (Literatura Random House, 2013), para
publicar esta primera novela negra
en un cambio de registro inesperado. Además, el escritor barcelonés, y desde
hace tres años director adjunto del Invisible College, ha traducido a William
Wordsworth, Samuel Johnson y John Ashbery, con lo que eso conlleva.
Nadie debería irse a dormir de Álvaro Abad, imagen de cubierta |
Nadie debería irse
a dormir (Roja y negra, 2015) arranca con Norberto Obanos, empresario vinícola
además de dueño de unas bodegas de tradición familiar, y sus problemas con un
misterioso grupo que parece tenerlo amenazado. Como ya anticipan en la sinopsis
de la contra (aquí no se desvela nada), a las pocas páginas hallan el cadáver de
Obanos en su despacho tras grabarse realizando una breve llamada en la que
nombra a Medusa y poco más.
Eso es
motivo suficiente, en apariencia, para sacar de su retiro a Trejo, un policía jubilado hace
relativamente poco tiempo que trata de acostumbrarse a su nueva vida en una
pequeña ciudad de Navarra,
alquilando películas antiguas y cuidando cactus.
Perspicaz,
inteligente, analítico y con un nivel de empatía hacia los demás algo precario,
Trejo, solo Trejo, a secas, es uno de esos personajes de los que la mayoría de
la gente huiría si fuese una persona real pero que consigue despertar la
atención del lector y, a pesar de sus manías y falta de tacto, logra su
simpatía, que no caerle simpático.
La
relación con Irina, una hija a la
que no le ha dado su apellido y de la que se distanció durante años para
protegerla, es uno de los grandes puntos a favor de Nadie debería irse a dormir. Un policía de métodos poco comunes y
menos convencionales, un héroe para muchos compañeros y futuras generaciones
del gremio, que se dedicaba a cazar “a los monstruos” en una zona convulsa de
un país aletargado. Una chica que no ha cumplido los treinta, comprometida
socialmente en la lucha, con piercings
e ideales, digna hija de su padre. Diálogos cargados de significados inferidos,
conversaciones sobre la actualidad —real— de esta sociedad en crisis, ahogada
por la corrupción y la pasividad.
“Así llegaron a una zona del parque desde la
que se veía la calle, y lo que vieron pasar fue una pequeña manifestación con
una pancarta donde habían escrito consignas variadas contra los recortes en
sanidad. No eran más de veinte personas, y no parecían creer en el futuro de
sus protestas, como si su pensamiento se proyectase ya hacia lo que les
depararía la tarde una vez volviesen al domicilio privado.
—Qué pena. Cuatro gatos. No pasa una
semana sin que recorten, sin que las cosas se pongan peor y peor, pero es como
si no ocurriese nada. ¿Dónde están los ciudadanos? ¿Me lo puedes explicar,
Trejo? Es como si sólo pudiesen hacer algo juntos cuando se trata de ver
deporte. Si todos esos espectadores que acuden a los campos con sus bufadas
saliesen cada domingo a protestar…
—En el estadio les dan lo que han
ido a buscar. Y se lo dan al momento. En noventa minutos. Y luego pueden volver
a casa tranquilos, sin cabos por atar. Ni siquiera las derrotas son demasiado
dolorosas, a la semana siguiente tienen otro partido. Pero estas
manifestaciones… Cuesta demasiado que tengan un efecto práctico. Tienes que
venir un día, semanas, meses… Los que mandan saben que la vida de todos es
demasiado corta, que los manifestantes no invertirán demasiado de su tiempo en
la militancia, y que tampoco se atreverán a romper nada…
—Y si se atreviesen a romper algo
enseguida aparecerían por ahí los tuyos, tú y tu gente.
—¿Los míos? ¿Se puede saber quiénes
son los míos? Pensaba que querías hablar en serio… ¿Sabes por qué disfrutamos
de esos subsidios, de tus becas desaprovechadas y de mi seguro médico? Porque
en el año 75 la gente se sentía corresponsable de haber derrotado al fascismo y
quería una recompensa. Y toda esa gente que movía el dinero estaba asustada de
que si el paro volvía a ser general la economía se asfixiaría. Tenían miedo de
lo que miles de ciudadanos sin nada que perder podían hacerles, cuando las
personas están desesperadas calculan mal, son capaces de arriesgar su vida, de
soportar grandes sufrimientos, y entonces es cuando damos miedo de verdad.
Tenemos demasiado que perder todavía, hacemos demasiados cálculos. Nos ven como
un cuerpo agonizante y van a seguir recortando el sistema público hasta que les
demostremos que estamos vivos.
—Gracias por la lección de historia,
profesor. Pero volvamos al punto de partida. ¿Qué quieres que hagan? Sabes que
si intentan algo en serio, incluso si no es demasiado violento, los tuyos los
reprimirán.
—¿Por qué dices otra vez los míos?
Te equivocas de enemigo. Mi generación pensó que si seguíamos engordando en la
abundancia nos volveríamos fofos y blandos, que perderíamos fuerza y
efectividad. Teníamos miedo de que los chinos y los indios nos pasaran por
delante. Hace menso de cinco años la gente todavía pensaba que los latinos y
sus hijos iban a quitarles el trabajo. Nada de eso. Ha sido nuestra propia clase
pudiente la que nos ha puesto el pie en el cuello. Pensábamos que la lucha de
clases había terminado, pero ha vuelto con fuerza, nos ha cogido con el pie
cambiado, y resulta que vamos perdiendo. No se trata de policías y ladrones,
eso no tiene ninguna importancia. Es algo completamente insignificante.”
Y si
Irina es su flanco débil, Trejo va desarrollando otro, su relación de extraño
pupilaje con el joven policía novato Carlos
Piminchumo, un chico peruano al que elige como ayudante y aliado silencioso
en la comisaría de Bilbao, donde
tiene lugar la investigación del caso Medusa. Y también es a través de sus encuentros
y conversaciones con él que el lector va viendo un poco más de Trejo.
“Trejo se quedó mirándole fijamente. Carlos
se sobresaltó al ver cómo aquella cara fría pero que se las arreglaba para
resultar afable se transformaba de repente en un rostro afilado. Por primera
vez entendió una expresión que había leído muchas veces en los libros sin poder
asociar a una imagen real: que te traspasen con la mirada. Carlos no soltó el
aire hasta que comprobó que Trejo estallaba en una risa estridente, fresca.
—¿Y qué cara ha puesto? No me lo digas. Me lo
imagino. Muy bien, Carlos. Muy bien.
Trejo se acercó hacia los cactus y puso la
mano sobre las púas con cierta fuerza, como si se castigase por la pérdida de
control. Insistió en presionar como si quisiera dejarse una marca, un
recordatorio de lo que había pasado y no quería que volviese a suceder.”
Incluso
los intercambios de información —o no— con su jefe administrativo, Zubioca, el hijo de su compañero y
mejor amigo fallecido en una misión años atrás, o con el inspector Sebastián, un miembro del cuerpo al que desprecia, son un
vehículo más para descubrir otros ángulos, nuevas luces bajo las que observar a
Trejo. Así que, al final, el retrato robot, el perfil psicológico a lo Criminal Minds que se va creando durante
la novela no es el de Medusa o el asesino que se pueda esconder bajo ese
pseudónimo, sino el del propio protagonista, Trejo.
Y ahí
el autor vuelve a conseguir ese efecto que ya consiguió en Divorcio en el aire, por ejemplo, la sensación de estar viendo cómo
un lienzo en blanco recibe trazos del carboncillo en apariencia aleatorios que
terminan generando una imagen de la personalidad del protagonista tan completa
que resulta hasta íntimo.
Además Gonzalo
Torné, que aquí ejerce de Álvaro Abad, demuestra una capacidad cómoda para
mantener un estilo diferente al de sus anteriores novelas a lo largo de toda la
narración. Sin embargo, se deja ver en el brillo de algunas descripciones que
recrean con inmediatez y no con sopor, en la pasión que desprenden los
personajes a través de los diálogos (aunque a veces sea justo por lo contenido y
no siempre por la verborrea de Trejo) o la sonrisa que le sonsaca al lector a
través del comportamiento irreverente de sus protagonistas, que tienen una
puntería infalible para herir los sentimientos de los demás.
“A Trejo se le fue la vista a la
cuneta. Unos carteles iluminados daban
indicaciones sobre la velocidad, las poblaciones y la distancia. Los hermosos
nombres vascos conducían a desvíos, a una red de carreteras secundarias, hacia
bolsas de sombras donde se ocultaban los árboles verdes, las montañas
onduladas, las casas agradables en disposiciones armoniosas. Todo dormía oculto
tras una tenebrosa piedad.”
En
definitiva, más de trescientas páginas que este verano os tenéis que leer, y no
es una recomendación objetiva, sino una opinión formada tras haber disfrutado de
una historia de crímenes sin disparos en la que el título adopta sentidos
inesperados.
Trejo
es todo un personaje al que el lector querrá volver a encontrar en futuras
historias, porque su carisma corrosivo tiene la fortaleza de si no la
honestidad —miente igual que respira— sí de la justicia. Y de esta última nos
sentimos huérfanos unos cuántos.
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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