29 octubre 2015

¿Sabes leer?

Leer es un premio indiscutible y disponer de tiempo y buen material para hacerlo, un privilegio del que muchos no estamos acostumbrados a prescindir. Pero ¿cómo aprendimos a leer? ¿Quién nos enseñó a utilizar ese regalo? ¿Realmente lo sabemos hacer o estamos navegando en un analfabetismo funcional encubierto? ¿Cuánto hay de simpleza mental en nosotros y a nuestro alrededor y cuánto de esa ausencia de aprendizaje? ¿Escasez de conocimientos o necesidad de aceptación entre la masa? ¿Entontecimiento supino?

Pongámonos nostálgicos y recordemos esa época en que aprendimos a descodificar signos con valor de sonido que, sumados entre sí, formaban objetos, acciones, sentimientos, personas, animales, lugares… palabras. De pronto, el mundo se llenó de mensajes hasta entonces ocultos, estaban en todas partes y nosotros teníamos nuestra propia piedra Rosetta para descifrarlos.

Micho, el primer libro de texto para miles
de niños de hace ya unos cuantos años


Hoy en día, para la mayoría, ese tiempo transcurrió durante la infancia, pero otros no fueron tan privilegiados y tuvieron que aprender a leer ya en edad adulta. Es una circunstancia que no todo el mundo se detiene a valorar y quizás deberíamos empezar por ahí.

Técnicas para aprender a leer hay unas cuantas, los especialistas parecen destacar el método analítico y el método global, uno consiste en unir letra a letra hasta formar un todo y el otro, en partir de la palabra y su significado para ir descomponiéndola en letras. Se dice que ambas corrientes son complementarias y que el resto de métodos se basan en ellas.

Ahora, y desde hace unos años, existen múltiples manuales para los colegios e, incluso, hay quien aboga por no implantar la lectoescritura como una enseñanza obligatoria previa a los seis o siete años para proteger de alguna manera la libertad creativa de los niños. Y ahí es donde la figura del profesor o profesora juega un papel decisivo. En casa, cada uno puede enseñarles a sus hijos lo que estime oportuno, pero el maestro de ceremonias en esta función suele ser con mucho más peso el docente.

¿Qué manual usasteis vosotros? ¿Recordáis a vuestros profesores? ¿Fuisteis de los de Letrilandia y la princesa i, hija del rey u? ¿O pertenecéis a esa generación que, mediante gestos, leía la cartilla de Micho?

Mediante gestos, con Micho, se aprendía a
relacionar sondios con letras. Mover el puño
cerrado, como si se acelerase una moto, era la r
El Rey U gobernaba Letrilandia, donde
cada letra tenía su idiosincrasia particular


Entonces, si todos hemos superado esa fase de desarrollo intelectual, ¿por qué suceden determinadas cosas? Y en ese punto es cuando llegan las dudas y el cuestionamiento.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define analfabeto, en su principal acepción, como aquel “que no sabe leer ni escribir”. Mientras que las Naciones Unidas puntualizan esta descripción refiriéndose a la incapacidad de leer y escribir un texto sencillo relacionado con la vida cotidiana del individuo. Es decir, si sabes reconocer unas cuantas palabras e incluso reproducirlas, podrás pasar las pruebas necesarias para abandonar el título de iletrado.

Sin embargo, existe una variedad intermedia entre aquellos que no saben leer ni escribir y los que lo hacen con un nivel de consciencia aceptable, son los analfabetos funcionales o, según la UNESCO, los alfabetos funcionales. Hay un artículo muy interesante y recomendable al respecto, Redefinición del analfabetismo: El analfabetismo funcional, firmado por Juan Jiménez del Castillo y publicado en la revista de Educación del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Aquí el enlace donde podéis leerlo.

Estas personas serán capaces de enfrentarse a un texto y descifrar las palabras allí escritas, pero ¿sabrán identificar los conceptos que se exponen y relacionarlos entre sí y con otros ya conocidos? Probablemente, muchos de ellos compren libros, envíen correos electrónicos, dejen mensajes en las redes sociales, hagan compras en internet, tomen fármacos sin prescripción médica, conduzcan, tengan firmadas hipotecas o créditos, utilicen ordenadores y smartphones, etc.


“Un pueblo que no sabe leer ni escribir es un pueblo fácil de engañar.”
Ernesto Ché Guevara


Pero si llegan a un cajero automático, de esos horribles que se han puesto de moda ahora y desde los que se supone que puedes hacer casi todas las gestiones bancarias, y puede que se aturullen porque no asimilan lo que leen y no lo relacionan con la acción que han de ejecutar (descartamos de todo esto a las personas mayores, que bastantes versiones del mundo han conocido ya, no así a los de mediana edad y alrededores, muchos de ellos cobrando sueldos de escándalo para el panorama actual).

Quizás, necesiten la ayuda de un técnico para sintonizar los canales de la televisión o televisiones que tengan en casa y éste les llevará una cantidad desproporcionada, veinte o treinta euros, por algo que solo implica apretar cuatro botones que se van indicando en la propia pantalla del aparato y que algunos —ya da miedo decir la mayoría sin correr el riesgo de equivocarse— hacen, mientras ponen la mesa.

Tienen bastantes papeletas para firmar documentos sin saber exactamente si aquello es una petición de change.org para que tal personaje regrese a su serie favorita, unas preferentes que les van a birlar los ahorros o una autorización para que sus niños vayan de excursión al museo de Ciencias Naturales.

“Nunca se termina de aprender a leer. Tal vez como nunca se termine de aprender a vivir.”
Jorge Luis Borges

Con toda seguridad comprarán libros de sintaxis obtusa, en el sentido negativo del término, pobres en imaginación pero espléndidos en pretensiones. Y, como no son pocos, los encumbrarán como literatura de calidad y los convertirán en superventas sin poder siquiera hacer luego un resumen comprensible de lo que han leído, no ya un análisis superficial del contenido. Lo de adoptar una actitud crítica, tanto positiva como negativa, y relacionarlo con otras obras del género mediante ejemplos reales lo dejamos para la hora de dormir, porque eso ya es soñar.

Sin duda, muchos desayunarán con las arengas matutinas de la prensa escrita y políticamente viciada, sin llegar a comprender las implicaciones de la noticia, ni su desarrollo dentro del entorno en que tienen lugar ni las consecuencias reales posteriores, porque con toda probabilidad se quedarán con el titular y si hacen el esfuerzo de leer el resto, será ya demasiado contrastarlo con otros medios.

Y así podríamos seguir y seguir…

Como resultado, obtenemos una opinión pública fácilmente manipulable, una sociedad atrasada en la implantación de ayuda tecnológica, miles de personas estafadas, una industria editorial no literaria, y mucha masa poderosa creyéndose que en ellos reside la capacidad de decidir. ¿Nos suena de algo?

¿De verdad sabes leer? ¿Y escribir?

@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com




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