Leer es
un premio indiscutible y disponer de tiempo y buen material para hacerlo, un
privilegio del que muchos no estamos acostumbrados a prescindir. Pero ¿cómo
aprendimos a leer? ¿Quién nos enseñó a utilizar ese regalo? ¿Realmente lo
sabemos hacer o estamos navegando en un analfabetismo funcional encubierto?
¿Cuánto hay de simpleza mental en nosotros y a nuestro alrededor y cuánto de
esa ausencia de aprendizaje? ¿Escasez de conocimientos o necesidad de
aceptación entre la masa? ¿Entontecimiento supino?
Pongámonos
nostálgicos y recordemos esa época en que aprendimos a descodificar signos con
valor de sonido que, sumados entre sí, formaban objetos, acciones,
sentimientos, personas, animales, lugares… palabras. De pronto, el mundo se
llenó de mensajes hasta entonces ocultos, estaban en todas partes y nosotros
teníamos nuestra propia piedra Rosetta para descifrarlos.
Micho, el primer libro de texto para miles de niños de hace ya unos cuantos años |
Hoy en
día, para la mayoría, ese tiempo transcurrió durante la infancia, pero otros no
fueron tan privilegiados y tuvieron que aprender a leer ya en edad adulta. Es
una circunstancia que no todo el mundo se detiene a valorar y quizás deberíamos
empezar por ahí.
Técnicas
para aprender a leer hay unas cuantas, los especialistas parecen destacar el
método analítico y el método global, uno consiste en unir letra a letra hasta
formar un todo y el otro, en partir de la palabra y su significado para ir
descomponiéndola en letras. Se dice que ambas corrientes son complementarias y
que el resto de métodos se basan en ellas.
Ahora,
y desde hace unos años, existen múltiples manuales para los colegios e,
incluso, hay quien aboga por no implantar la lectoescritura como una enseñanza
obligatoria previa a los seis o siete años para proteger de alguna manera la
libertad creativa de los niños. Y ahí es donde la figura del profesor o
profesora juega un papel decisivo. En casa, cada uno puede enseñarles a sus
hijos lo que estime oportuno, pero el maestro de ceremonias en esta función
suele ser con mucho más peso el docente.
¿Qué
manual usasteis vosotros? ¿Recordáis a vuestros profesores? ¿Fuisteis de los de
Letrilandia y la princesa i, hija del
rey u? ¿O pertenecéis a esa generación que, mediante gestos, leía la cartilla
de Micho?
Mediante gestos, con Micho, se aprendía a relacionar sondios con letras. Mover el puño cerrado, como si se acelerase una moto, era la r |
El Rey U gobernaba Letrilandia, donde cada letra tenía su idiosincrasia particular |
Entonces,
si todos hemos superado esa fase de desarrollo intelectual, ¿por qué suceden
determinadas cosas? Y en ese punto es cuando llegan las dudas y el
cuestionamiento.
El
diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define analfabeto, en su
principal acepción, como aquel “que no sabe leer ni escribir”. Mientras que las
Naciones Unidas puntualizan esta descripción refiriéndose a la incapacidad de
leer y escribir un texto sencillo relacionado con la vida cotidiana del
individuo. Es decir, si sabes reconocer unas cuantas palabras e incluso
reproducirlas, podrás pasar las pruebas necesarias para abandonar el título de
iletrado.
Sin
embargo, existe una variedad intermedia entre aquellos que no saben leer ni
escribir y los que lo hacen con un nivel de consciencia aceptable, son los
analfabetos funcionales o, según la UNESCO, los alfabetos funcionales. Hay un
artículo muy interesante y recomendable al respecto, Redefinición del analfabetismo: El analfabetismo funcional, firmado
por Juan Jiménez del Castillo y publicado en la revista de Educación del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Aquí el enlace donde podéis leerlo.
Estas
personas serán capaces de enfrentarse a un texto y descifrar las palabras allí
escritas, pero ¿sabrán identificar los conceptos que se exponen y relacionarlos
entre sí y con otros ya conocidos? Probablemente, muchos de ellos compren
libros, envíen correos electrónicos, dejen mensajes en las redes sociales, hagan
compras en internet, tomen fármacos sin prescripción médica, conduzcan, tengan
firmadas hipotecas o créditos, utilicen ordenadores y smartphones, etc.
“Un pueblo que no sabe leer ni escribir es un
pueblo fácil de engañar.”
Ernesto Ché
Guevara
Pero
si llegan a un cajero automático, de esos horribles que se han puesto de moda
ahora y desde los que se supone que puedes hacer casi todas las gestiones
bancarias, y puede que se aturullen porque no asimilan lo que leen y no lo relacionan
con la acción que han de ejecutar (descartamos de todo esto a las personas
mayores, que bastantes versiones del mundo han conocido ya, no así a los de
mediana edad y alrededores, muchos de ellos cobrando sueldos de escándalo para
el panorama actual).
Quizás, necesiten la ayuda de un técnico para sintonizar los canales de la televisión o
televisiones que tengan en casa y éste les llevará una cantidad desproporcionada,
veinte o treinta euros, por algo que solo implica apretar cuatro botones que se
van indicando en la propia pantalla del aparato y que algunos —ya da miedo
decir la mayoría sin correr el riesgo de equivocarse— hacen, mientras ponen la
mesa.
Tienen bastantes papeletas para firmar documentos sin saber exactamente si aquello es una petición de change.org para
que tal personaje regrese a su serie favorita, unas preferentes que les van a
birlar los ahorros o una autorización para que sus niños vayan de excursión al
museo de Ciencias Naturales.
“Nunca se termina de aprender a leer. Tal vez
como nunca se termine de aprender a vivir.”
Jorge Luis Borges
Con toda seguridad comprarán libros de sintaxis obtusa, en el sentido negativo del término, pobres en
imaginación pero espléndidos en pretensiones. Y, como no son pocos, los
encumbrarán como literatura de calidad y los convertirán en superventas sin
poder siquiera hacer luego un resumen comprensible de lo que han leído, no ya un
análisis superficial del contenido. Lo de adoptar una actitud crítica, tanto positiva
como negativa, y relacionarlo con otras obras del género mediante ejemplos
reales lo dejamos para la hora de dormir, porque eso ya es soñar.
Sin duda, muchos desayunarán
con las arengas matutinas de la prensa escrita y políticamente viciada, sin
llegar a comprender las implicaciones de la noticia, ni su desarrollo dentro
del entorno en que tienen lugar ni las consecuencias reales posteriores, porque
con toda probabilidad se quedarán con el titular y si hacen el esfuerzo de leer
el resto, será ya demasiado contrastarlo con otros medios.
Y así
podríamos seguir y seguir…
Como
resultado, obtenemos una opinión pública fácilmente manipulable, una sociedad
atrasada en la implantación de ayuda tecnológica, miles de personas estafadas,
una industria editorial no literaria, y mucha masa poderosa creyéndose que en
ellos reside la capacidad de decidir. ¿Nos suena de algo?
¿De
verdad sabes leer? ¿Y escribir?
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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