JK
Rowling, utilizando el pseudónimo Robert Galbraith, publicaba esta novela
policíaca, The Cuckoo's Calling, a finales de abril de 2013 en Estados Unidos. Nadie sabía,
supuestamente, que la saga de Harry Potter y El canto del cuco compartían creador, y durante unos meses
consiguió vender hasta 1500 ejemplares. Cifra que no está mal para un autor
desconocido.
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The Cuckoo's Calling, cubierta original |
Sin
embargo, a mediados de julio de ese mismo año, la autora tuvo que quitarse el
disfraz de forma pública, tras el anuncio de Sunday Times de este pequeño secreto.
Desde
ese momento y en cuestión de unas horas, según informaba la plataforma Amazon,
las ventas de la segunda novela de ficción para público adulto de JK Rowling se
dispararon un 507.000 % y escalaron en su lista de ventas más de 5.000 puestos.
Así que echad cuentas…
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Fabricando ejemplares en serie de The Cuckoo's Calling |
Quizás,
como Rowling afirmaba, ser Robert Galbraith fue una experiencia tremendamente
liberadora, sin el peso del triunfo —¡qué dura es la vida!— de las historias de
Harry Potter y, sí, también pudo servirle para evitar el batacazo que se llevó
con Una vacante imprevista. Pero qué
hubiera sido de este libro si nunca se hubiera sabido este insignificante
detalle será una duda que tocará mantener. Desde luego, cuesta creer que
hubiera decidido tan pronto sacar una secuela, como anunció poco después la
autora.
¿Nos
creemos que fue todo casualidad y no hubo nada preparado en este “destape”? Veamos
qué respuestas puede ofrecernos la novela y qué diría Cormoran Strike al
respecto.
Lula
Landry, modelo internacional, aparece muerta en la nieve, bajo su ventana.
Rápidamente, se dictamina que la causa ha sido el impacto al caer desde la
terraza de su exclusivo ático en el londinense barrio de Mayfair. Y, aunque el
caso termina por cerrarse concluyendo que ha sido un suicidio, unos meses
después John Bristow, el hermano de Lula, le encarga el caso a un detective
privado, el peculiar Cormoran Strike.
Strike
es un ex soldado de ejército británico, con un pasado pintoresco —valga el
eufemismo—, y una desastrosa vida personal y económica: su prometida,
Charlotte, lo acaba de dejar tras quince años y lo acosan las deudas. Además de
todo eso, físicamente tampoco se encuentra en su mejor momento: hace dos años
perdió una pierna en una misión militar y su enorme cuerpo no ayuda
precisamente a mitigar el dolor. Cormoran Strike, AKA “cabeza de vello púbico”
en el colegio, nunca ha logrado pasar desapercibido en ningún sentido, estaba
marcado desde el comienzo.
Sin
embargo, dice la sabiduría popular que dios aprieta pero no ahoga, y las cosas empiezan
a cambiar el día en que una secretaria temporal, Robin, aparece en su puerta y
pocos minutos después John Bristow le pide que se haga cargo, por unos
honorarios muy jugosos, de investigar la muerte de su hermana Lula Landry, caso
mediático donde los haya.
Y ahí
comienza el desfile de personajes famosos y los parásitos que viven de ellos,
salvo que a veces se hace difícil discernir las rémoras del tiburón.
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Cubierta en España para El canto del cuco |
Robin,
desde el principio, deja entreverse como un personaje que funcionará
ofreciéndole una especie de contrapunto a Strike, además de una ayuda
inestimable. Algunos años más joven que Cormoran —él ronda los 35—, recién
llegada a Londres para vivir con su novio de siempre, discreta cuando toca y
llena de ilusión por la sorpresa de cumplir su sueño de trabajar por fin en una
investigación, Robin sorprende al observador y meticuloso Strike con unos
recursos inesperados. Y la relación que se establece entre ambos es muy
atractiva, por momentos tiene ciertos toques similares a la de Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro —personajes de
Lorenzo Silva— y crea un ambiente en la oficina que a muchos les recordará a Luz de luna o Remington Steele, siempre salvando las distancias.
Al
margen de eso, el variopinto grupo de conocidos, amigos y familiares de Lula
está plagado por arquetipos recurrentes y, en muchos casos, demasiado vistos.
El actor-cantante-poeta yonki que no
sale de la mediocridad y se pasa la vida de fiesta, el diseñador homosexual con
una lengua afilada, la súper modelo “como” que con problemas de discurso y
“como” sospechosa de ser “como” falsa, el abogado poderoso y clasista, el
policía obeso y malhumorado…
Por
otro lado, el estilo narrativo es agradable, no se puede negar que está bien
escrito, con fluidez y coherencia. Ahí JK Rowling hace un buen trabajo. Pero es
más el mérito en mantener el pulso durante más de cuatrocientas páginas y los
detalles y descripciones que da sobre el carácter o gestos, que la trama en sí.
Quizás
sea un requerimiento excesivamente personal, ¿pero dónde estaban las pistas a
lo largo del libro para que el lector pudiera ir jugando a ser un poco
detective, como Cormoran y Robin? Ese es uno de los claros alicientes de las
novelas policíacas.
Desde
el principio, es obvio cuál va a ser el resultado y, sin embargo, hay una
sensación de exclusión del lector en el periplo hasta encontrar las evidencias
bastante notable. Es decir, por ejemplo, un detalle visual en un libro ha de
estar más recalcado de lo que cabría esperar en una película o una serie, si
eso va a ser crucial en el desarrollo y la resolución de la historia. Porque,
perdón, ¡pero el lector no lo ve! Además, quedan algunos flecos sueltos que
sorprende no tengan una explicación dada, puesto que parecen necesitarla para
terminar de comprender lo que sucedió.
Al
final, da pena que se termine el libro, eso sí, porque el carisma tanto de
Strike como de Robin hace que se les tome simpatía y se quiera saber más sobre
ellos. De ahí que, sí, se acabe con una sensación de ser el episodio piloto de
algo más largo y por esa razón la pregunta de antes: ¿cuánto de inocente hubo
en esa fuga de información y cuánto de estrategia? ¿Se habría sabido quién era
Robert Galbraith de esa forma si no fuese esto ya una especie de proyecto de
más novelas?
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JK Rowling mostrando el peso de su éxito |
A
veces, nos pueden los prejuicios. Casi siempre, para ser honestos. Pero existen
grandes diferencias entre por qué JK Rowling decidió ocultarse bajo un
pseudónimo masculino y por qué lo hicieron las hermanas Brontë, por ejemplo. Un
objetivo común, pero motivos definitivamente distintos. Y es inevitable que
exista una pequeña sombra de duda al pensar que esta podría haber sido una de
tantas historias bien escritas que pasan por las librerías sin pena ni gloria,
si la autora o la editorial no hubiesen hecho valer su nombre.
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