Anne
Brontë fue una de las ahora famosas hermanas Brontë, Charlotte y Emily. Las
tres llevaron una vida casi de novela victoriana, pero del lado más humilde. De
hecho, sus historias poseen bastante de autobiográfico en cuanto a las ideas y
la inspiración para crear y recrear lugares y situaciones. Por ejemplo, la
infancia y adolescencia de Jane Eyre es muy similar a lo que ellas vivieron:
internados lúgubres plagados de enfermedades, castigos y vejaciones. Aunque,
tras perder a su hermana mayor Mary, volvieron a su casa, a los páramos salvajes
por los que corren Katherine y Heathcliff en Cumbres borrascosas (Wuthering
Heights), la única novela de Emily. ¿Qué es lo que incluye, entonces, Anne
sobre su propia experiencia en esta obra de la que Charlotte intentó frustrar
una reedición tras el fallecimiento de su hermana? Veamos…
En el
condado de Yorkshire, Inglaterra, durante el otoño de 1827, los chismorreos
maliciosos de los vecinos comienzan a revolucionarse con la misteriosa llegada
a Wildfell Hall, una mansión casi abandonada, de una viuda que responde al
nombre de Helen Graham y su hijo pequeño, Arthur. Sin embargo, no todo el
interés que despierta la nueva inquilina está basado en un afán malicioso, lo
que siente Gilbert Markham por ella podría definirse como creciente y mal
disimulada fascinación. ¿Quién será en realidad la supuesta señora Graham y qué
la ha llevado hasta aquella propiedad tan inhóspita en las proximidades de
Linden-Car? Los secretos desvelados y la narración de hechos pasados serán,
sobre todo si contextualizamos la obra en su tiempo (1848), bastante…
llamativos.
Quien,
en un principio, podría parecer el
protagonista, Gilbert Markham, y quien es de hecho el narrador de parte de la
obra, por momentos, parece más bien ser un vehículo de transmisión para la
historia con más peso dentro de la novela.
El
señor Markham posee tierras, en inglés lo nombran como farmer, aunque no es un granjero en el concepto humilde que pueda
tenerse del término, sino que su posición en la sociedad inglesa de la época lo
distingue como alguien acomodado, con una buena
“renta anual”, pero sin títulos nobiliarios. Eso delimita con cierta
precisión el “muestrario” de mujeres entre las que puede elegir para casarse.
Porque, recordemos, el clasismos aún tenía mucha fuerza sin caer en
hipocresías. No se les convencía de aquello de “venís de mundos muy diferentes,
no tenéis los mismos objetivos vitales”. Se asumía de forma soberbia/sumisa que
unas personas estaban por encima de otras. Y, en el caso de Gilbert, su madre
le insiste para que no elija a la ligera y se conforme con su vecina Eliza
Millward, a quien considera por debajo de su posición a la hora de emparentar.
Y el señor Markham, aunque interesado, lleva una táctica de conquista —ya
ganada— sin compromisos. Es por eso que, ante la entrada en el juego de Helen
Graham, Gilbert se sienta libre de concentrar su atención en la novedad. Lo que
demuestra no solo la falta de espíritu de éste para imponerse realmente a su
madre y comprometerse, sino el carácter voluble y caprichoso que lo lleva a
fijar su objetivo en otra.
Helen
es el gran misterio o más bien lo son su vida y sus motivaciones. La mujer que
conoce el lector al comienzo es reservada, distante, aunque con cierto halo de
vulnerabilidad. Es una madre sola. Sin embargo, no siempre fue así. Helen una
vez fue una joven inconsciente que se casó por amor y creyó que éste sería
suficiente para redimir a Arthur Huntingdon, quien se convertiría en su marido.
Y ahora la vida la lleva a una situación en la que necesita desvelar la
vergüenza que la mantiene en silencio.
Y ahí
es cuando llega el aplauso y la ovación para Anne Brontë, que opta por crear
una novela epistolar para dar diferentes voces a la historia. Los primeros
quince capítulos son cartas de Gilbert a su cuñado, contándole cómo hace años
llegó una mujer desconocida a Wildfell Hall y las habladurías, el ostracismo y
la reclusión que vivió ésta junto a su hijo. Después, hay veintiocho capítulos
más donde el lector tiene acceso directo al diario de Helen sobre el tiempo
anterior a su estancia en Wildfell Hall. Y, finalmente, menos de una decena de
capítulos donde Gilbert retoma la voz narrativa para explicarle a su cuñado — a
través de más cartas y en pago a una curiosa deuda— lo que sucedió desde entonces
hasta su realidad.
Esta
estructura quizás hoy no resulte excesivamente novedosa, aunque sí tenía cierto
punto de originalidad en la tendencia de aquella época. Pero la agilidad que le
da a la lectura queda patente, además de ser un método muy efectivo para
controlar la información de la que dispone el lector, quien no tiene demasiado
claro qué va a suceder después. Eso y el estilo, en ocasiones, un tanto crudo
para una época en la que no se consideraba decoroso mencionar partes de la
anatomía propia, hacen que la obra de Anne Brontë destaque por encima del
resto.
Los
temas, además, son bastante atípicos. Está catalogada por muchos como una obra
feminista. Probablemente, las dos únicas novelas de Anne —The Tenant of Wildfell Hall, Agnes Grey— fuesen un caramelo
demasiado dulce para ser desaprovechado por algunas corrientes de pensamiento
o… modas intelectuales. Pero si se mira de forma un poco más global, la
profundidad de su diatriba alcanza a toda la sociedad, mujeres incluidas. Porque
lo que subyace no es tanto una reivindicación de los derechos de la mujer en lo
que se muestra como un ambiente hostil dominado por los hombres, sino la
crítica social y la búsqueda de concienciación ante temas como el alcoholismo
(también padecido por su hermano Branwell Brontë), el juego y los abusos
psicológicos y físicos. Son reales y las historias de ficción —de aquella época
y, según parece últimamente, de ésta también— en ocasiones crean unas falsas
expectativas e ilusiones que, a falta de sentido común, pueden conducir al
sufrimiento. Y suele suceder que la única vía para tomar contacto con la
realidad es el desengaño y, como consecuencia, el dolor.
Lo
curioso es que a estas alturas esas mismas problemáticas, en cierto modo,
parecen seguir vigentes en muchos sentidos. Los prejuicios heredados han
demostrado ser una lacra casi indeleble.
![]() |
Tara Fitzgerald en la adaptación de la BBC |
Ha
habido varias adaptaciones, tanto al cine como a los escenarios, pero la más
reciente es la versión de la BBC de 1996 protagonizada por Tara Fitzgerald,
Rupert Graves, Toby Stephens y James Purefoy. Por si no os animáis a la lectura...
al menos, a esta en concreto.
Clásico o actual, no abandonéis la lectura este verano.
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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