Tras
algunas pesquisas, porque no se pueden llamar estudios de campo con propiedad,
y unos cuantos ratitos leyendo las opiniones y auténticas discusiones sobre el
tema, hoy toca entrada subjetiva para hablar de la autopublicación que Amazon
ha puesto ya hace un tiempo a disposición de quien desee publicar su obra y lo
que esto está trayendo consigo.
El servicio KDP (Kindle Direct Publishing) consiste en subir
uno su propio libro al portal de Amazon sin coste alguno, pues ellos se quedarán
con un 30% de lo que venda el autor. Es decir, si no existen ventas, no cobran
nada.
El autor necesita una obra y obtener un ISBN (International
Standard Book Number), una especie de DNI del libro, que en España es
relativamente sencillo desde hace ya unos años. Después, Amazon provee de un
sistema con el que “maquetar” el contenido en un formato apropiado para que sus
e-readers (Kindle) puedan leerlo.
Ahora bien, es por parte del autor que corre el diseño de la cubierta, la
corrección ortotipográfica y de estilo, la disposición de la maqueta, la
estructura del libro, etc.
Y, luego, dependiendo del producto y del criterio del dueño
de la obra, éste establece un precio de venta. Por lo general, oscila entre
0,89 céntimos y 4 euros como mucho. Decisión que, probablemente, se deba a que
se busca estar en la lista de los más vendidos, ya que Amazon tiene un potente
sistema de TOP en descargas por períodos de tiempo. De hecho eso, junto con la
posibilidad de opinar y ser valorado con estrellas por los usuarios, es uno de
los caminos para promocionar la obra de forma gratuita.
Kindle Fire de Amazon |
Pero, claro, esta vía de publicación tiene, como todo, sus
puntos positivos y otros detalles algo menos agradables, sobre todo dependiendo
del lado del mercado editorial en el que cada uno se encuentra —autor,
editorial, lector— y, en general, quizás también para el propio mercado en sí.
Lo más positivo, sin lugar a dudas, es la oportunidad. Parece una palabra
sencilla, pero guarda detrás muchas otras: ilusión, realidad, profesión,
consenso, valía, individualidad, criterio, comienzo, fin, cambio… y otras
tantas más. Todos estos términos son aplicables a la experiencia que alguien
obtiene, al fin, tras enfrentar su obra al público directamente, sin
intermediarios que decidan si ésta vale la pena como negocio. Es decir, en
algunos casos el autor, por fin, puede saber si lo que escribe no le interesa a
nadie y es mejor que se lo guarde para sí o para su entorno —no tiene por qué
dejar de escribir, es terapéutico—, sin que le quede siempre la duda de si su obra
merecía la pena pero no era su momento o no correspondía con el
criterio de una editorial. Y, en otros casos, puede ser y es un comienzo, una
puerta de entrada al mercado, dándole opción a recibir ofertas de editoriales
consolidadas (pudiendo rechazarlas también) y hacerse un nombre. E, incluso,
esa publicación puede ser un requisito para una candidatura laboral.
Compartir está bien, pero si te da de comer, mejor.
Además, ese contacto directo entre autores y lectores marca
una tendencia en el mercado más
cercana a lo que realmente le interesa al comprador, y no lo que dicten en ese
momento las grandes compañías.
Por otro lado, están las consecuencias negativas, empezando
por la pérdida de calidad a nivel general, salvo excepciones. Y no únicamente
en cuanto a estilo, coherencia, desarrollo o atributos internos de la obra,
sino a algo que destaca a simple vista y es indiscutible. Es decir, aquí no hay
colores para diferentes gustos, una falta de ortografía es un error marcado por
una normativa respaldada por una institución (la RAE en el caso del español)
que intenta cuidar y proteger el idioma. Lo intenta, en serio.
Además, se pierde calidad estética —aquí ya sí hay colores—,
se difuminan hasta desaparecer las convenciones a las que el lector está
acostumbrado y que, en cierto sentido, le ofrecen una imagen de trabajo
“profesional”: sin página de créditos (desinformación), sin índices cuando
serían de ayuda, sin estructura externa que facilite la comprensión lectora,
etc.
Y eso, siento decirlo, no tiene nada que ver con si al
editor le ha gustado o le ha convencido la obra para invertir su dinero en
ella. Esa parte, en la autoedición, igual que escribir el libro o tramitar el
ISBN, es responsabilidad del autor, quien ha invertido horas durante meses e,
incluso, años en producir una obra pero no ha estado atento a los “detalles”
que marcan la diferencia. Y sí, no todo el mundo, además de narrar, tiene por
qué saber hacerlo sin cometer errores ortotipográficos. De hecho, todos los
textos, vengan de quien vengan, necesitan revisión, puesto que el ser humano es
falible y, a la hora de componer, se dejan atrás otros aspectos. Para eso hay
profesionales, y muy asequibles. Como para crear un diseño de cubierta o
realizar una maquetación que ayude a la obra, en lugar de jugar en su contra.
¿Estamos pasando también en el mercado del libro de la
“venta Corte Inglés” —caro pero con un mínimo de calidad— a la “compra de los
chinos” —barato y casi siempre de pésima calidad—, porque lo importante es
consumir? ¿Hace daño a la literatura todo esto?
Personalmente, creo que si ha sobrevivido hasta ahora, podrá
con esto y con mucho más. No es el idioma lo que está en peligro —aunque le
perjudique—, sino el tipo de negocio establecido lo que se ve amenazado por
otro más innovador.
El filtro lo pone el propio lector, ya que existe la
posiblidiad de leer las primeras páginas en ambos casos. Así, él o ella serán
quienes opten por el producto editorial que le ofrece la empresa dedicada a
ello de forma tradicional o la obra subida a una plataforma como es Amazon,
quizás igual de cuidada que si fuese un producto profesional desde el principio
o puede que la escoja llena de errores pero más barata.
Ahora bien, igual que hay pros y contras o algunas dudas de
cómo de beneficioso o perjudicial puede llegar a ser para lectores y
editoriales, hay un claro e indiscutible ganador: Amazon. Ellos tienen muchos
más productos en sus catálogos y, por lo tanto, más opciones de venta. Tanto es
así que ya hace tiempo La casa del libro puso en marcha esta forma de
publicación.
Tagus de La casa del libro |
Ambas plataformas —probablemente haya más— admiten la
autopublicación de forma totalmente gratuita y ponen a disposición de los
autores un sistema de maquetación en el que ellos mismos se encargan de
convertir el archivo enviado en uno legible para su Kindle o su Tagus, como
comentaba al principio.
Conclusión: el lector tiene la última palabra o lo intenta.
Seguid leyendo,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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