James
Oswald, un granjero escocés, escribió Causas
naturales como un breve relato policial y en 2006 fue publicado por la
revista Spinetingler. Después,
decidió convertirlo en novela —más de 450 páginas en su traducción al español
lo atestiguan— y la editora de dicha revista le recomendó presentarse al Debut
Dagger, un concurso de la CWA (Crime Writers Association), del que quedó
finalista en 2007.
Entonces,
Oswald decidió autopublicar su obra de forma independiente y venderla a través
de internet, saltándose el patrón tradicional y apostando por ella en
solitario. Sin embargo, eso duró poco, puesto que el público lector comenzó a
darle su apoyo y las ventas de Causas
naturales destacaron tanto que importantes grupos editoriales se fijaron en
él. En Reino Unido, los derechos los compró Penguin, y en España lo hemos
conocido de la mano de Planeta.
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Causas naturales de James Oswald, imagen de cubierta de la edición de Planeta |
El
inspector Anthony McLean, de la policía de Lothian and borders en Escocia, va
de camino a visitar a su abuela Esther al hospital, pero se detiene al ver que
en una de las casas del vecindario la policía está investigando un crimen. El
anciano Barnaby Smythe, reputado benefactor de la ciudad y ciudadano
comprometido ha sido asesinado de forma macabra.
Pero
ese no es su caso, sino el del incompetente comisario Duguid, por quien el
inspector McLean siente una animadversión completamente correspondida. A él y a
su pequeño grupo, integrado por el sargento Bob Laird, alias Bob el
Cascarrabias, y el novato agente Stuart MacBride, les asignan otras dos investigaciones
mucho menos relevantes y nada mediáticas: un pequeño robo profesional en una
casa de lujo y un asesinato ritual cometido unos setenta años antes.
El
primero de ellos le parecerá tedioso a Tony McLean, pero con el segundo sentirá
rápidamente una fuerte conexión, que el resto no parece percibir y que lo
mantendrá obsesionado en busca de respuestas.
El
inspector McLean, según cuenta el propio James Oswald en una especie de nota
del autor al final del libro, fue sacado de una de sus tiras cómicas, donde era
un personaje secundario, y luego fue protagonista de varios relatos cortos de
género policíaco. En Causas naturales
(Planeta internacional, 2014), McLean acaba de convertirse en inspector a sus
treinta y siete años, y está adaptándose a su nuevo puesto: sus compañeros de
antes tienen que tratarlo con más respeto por ser su superior y, sin embargo,
para sus ahora iguales o superiores nunca dejará de ser un subordinado con
mucho camino por recorrer.
Otro
motivo por el cual intentan alienarlo en el trabajo, sobre todo su archienemigo
el comisario Duguid, es por su origen acomodado. Su abuela materna, quien lo
crió desde niño tras la trágica muerte de sus padres, es una mujer acaudalada y
respetada en los círculos de la alta sociedad local. De hecho, la doctora
Esther McLean podría haber sido una gran fuente de ayuda para Tony en el caso
de la muchacha asesinada en el ritual. Por cuestiones de fechas, su abuela
tendría que haberla conocido, si no a ella, sí la casa donde es encontrada o a
los dueños, la banca Farquhar. Pero la doctora lleva en coma dieciocho meses,
hecho que ha profundizado el aislamiento de McLean, su melancolía permanente
provocada por un pasado que el lector irá conociendo poco a poco.
Pero el
inspector no trabaja solo. Además del perezoso y sensato sargento Bob el
Cascarrabias y el eficiente aunque joven agente MacBride, hay todo un plantel
de profesionales que pululan por la comisaría, las escenas del crimen y la
morgue. En esta última es donde siempre se encuentra Angus Cadwallader, el patólogo
forense, amigo de Tony y discípulo de Esther. Tiene un peculiar sentido del
humor y a menudo está acompañado por su ayudante, la doctora Tracy Sharp, que
no desaprovecha ocasión para coquetear con McLean. Aunque éste sospecha que sus
intereses están enfocados en otro objetivo. Ambos doctores aparecen
constantemente, tanto en el lugar del crimen como en sus dependencias en el
depósito, ya que son múltiples las autopsias a las que ha de asistir el
inspector. Y no se ahorran detalles escabrosos ni macabros, por cierto.
Todos
esos detalles los fotografía y recoge, entre otros, la agente de la policía
científica Emma Baird, una chica rebelde y descarada que sabe perfectamente lo
que busca.
El
simpático agente Andrew Houseman, Andy el Grandullón, y la paciente agente
Alison Kydd, a quien le suele tocar lidiar con la peor parte, completan el
grupo de caras amistosas en la comisaría dirigida por la comisaria Jayne
McIntyre, una jefa que intenta ser justa en un cargo donde hay mucho de
política y diplomacia, pero poco espacio para un trabajo minucioso.
Y,
claro, el comisario Charles Duguid, conocido como Dagwood por las malas lenguas
debido a su obesidad, es la parte negativa. Él representa el arquetipo de
policía vago, despótico, irrespetuoso, lleno de prejuicios y torpe, que vive
del trabajo de los demás y convierte en suyos los éxitos ajenos con la misma
facilidad que elude los errores propios a favor de otros agentes de menor rango.
Entre
los amigos de McLean fuera del trabajo están Phil, un profesor de universidad y
ex compañero de piso del inspector cuando eran jóvenes, su novia Rachel y la
hermana de ésta, Jenny Spiers. Ellos tratan de sacar a la persona, al hombre
que es Tony, ayudándolo a evadirse de la obsesión constante que pueden suponer
sus casos y a continuar adelante, tras lo que sucedió años atrás. Aunque eso es
complicado porque, a pesar de disponer del suficiente dinero como para vivir en
una buena casa, McLean continúa en el mismo viejo apartamento de entonces, donde comparte escalera
con estudiantes juerguistas y la anciana y cotilla señora McCutcheon.
Y si
habéis leído hasta aquí y habéis pensado que ya conocéis a todos o casi todos
los personajes de Causas naturales, os equivocáis. No sabéis nada.
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James Oswald, granjero escocés que en sus ratos libres se dedica a escribir best sellers de novela negra |
Los
escenarios —no siempre del crimen— están situados en la zona de Lothian and
borders, principalmente en Edimburgo. Y son muchos, el inspector no para de
caminar y coger taxis o pedir a algún agente que lo acerque en un coche
patrulla. Y aunque se recuerdan hechos del pasado, es inevitable para el caso
de la chica asesinada en la casa de la banca Farquhar en Sighthill o los
secretos familiares que guarda su abuela, según le cuenta el poderoso abogado y
amigo de ésta, Jonas Castairs, todo eso se narra como recuerdos o
elucubraciones, nunca como hechos en presente.
En
cuanto a la división de la obra, está estructurada en 65 capítulos y un
epílogo, aunque las 460 páginas totales las completan unos simpáticos
Agradecimientos, una nota del autor explicando brevemente el origen y evolución
de su novela, y el impactante y espeluznante capítulo 1 de ésta cuando era un
relato.
La voz
narrativa, salvo pocas y muy concretas excepciones, es en tercera persona y
pasado. Además, siempre sigue a McLean, de manera que el lector únicamente ve
lo que él vive y ni siquiera eso, a veces. Y el estilo que emplea James Oswald,
aunque sencillo, es muy prolijo en detalles. Esto denota la preocupación del
autor por situar al lector en determinada atmósfera a través de las
descripciones del entorno, más allá de los hechos, gestos o palabras de los
personajes.
“El dormitorio de su abuela no era el más amplio de la casa, pero aun así seguía siendo probablemente más grande que el piso que McLean tenía en Newington. Entró en la habitación y pasó una mano sobre la cama, hecha todavía con las mismas sábanas en las que había dormido la noche antes de sufrir el derrame. Abrió armarios repletos de ropa que su abuela ya nunca volvería a ponerse y luego cruzó la habitación hasta el tocador, frente al cual había una silla en cuyo respaldo descansaba una bata de seda. El cepillo, colocado sobre el tocador con las cerdas hacia arriba, aún conservaba algunos mechones de pelo, largos filamentos blancos que brillaban bajo la intensa luz amarillenta que se reflejaba en un espejo muy antiguo. A un lado del tocador, perfectamente colocados sobre una bandejita plateada, vio varios frascos de perfume; al otro lado, un par de fotografías con sus recargados marcos…”
Además,
esa característica descriptiva se extiende a los crímenes, autopsias, torturas
y resultados, lo que llegará a entusiasmar a aquellos lectores que disfruten
con series como Bones, CSI, El cuerpo del delito.
“Era una biblioteca, revestida de estantes caoba repletos de libros encuadernados en piel. Entre dos ventanales se veía un antiguo escritorio, vacío, a excepción de una carpeta de cuero y un teléfono móvil. Dos sillones de piel, de respaldo alto, se hallaban perfectamente colocados a ambos lados de una recargada chimenea, de cara al fuego apagado. El sillón de la izquierda estaba vacío y sobre uno de sus brazos reposaban, pulcramente dobladas, varias prendas de ropa. McLean cruzó la estancia y rodeó el otro sillón. La figura que lo ocupaba le llamó de inmediato la atención, pero arrugó la nariz al percibir el hedor.
El hombre parecía casi sereno, con las manos ligeramente apoyadas en los brazos del sillón y los pies en el suelo, un poco separados. Estaba pálido y miraba al frente, con ojos vidriosos. De la boca, cerrada, le caía un hilillo de sangre negruzca, que le resbalaba por la barbilla. Al principio McLean creyó que llevaba puesto una especie de abrigo oscuro de terciopelo, pero luego vio los intestinos, relucientes espirales de color gris azulado que colgaban hasta la alfombra persona del suelo. No era terciopelo, ni tampoco un abrigo.”
Con respecto
a la temática es difícil hablar sin destripar el argumento. Así que diremos que
el inspector McLean tiene “una sensibilidad especial”, porque ya lo comentaban
en la propia sinopsis de la contra. Y luego añadir a la lista de temas
desarrollados la necesidad de justicia en el mundo, los secretos del pasado, el
origen de cada persona como rasgo determinante pero no siempre definitivo, el
compromiso con el trabajo… Pero si queréis una pista, ¿por qué causas naturales
como título?
Amantes
de la novela negra, ésta no os la podéis perder. No tiene acción a raudales, ni
muchísimo menos, ni esperéis descubrir al “malo” a última hora. La fuerza de
esta obra reside en los personajes, en las circunstancias de estos y en cómo la
figura del inspector McLean va haciendo las conexiones necesarias para
sustentar con firmeza lo que, quizás, la mente de un lector avezado se ha
lanzado a elucubrar.
Y si os
sirve de aval, ha sido ya traducida a catorce idiomas. Ahora solo falta ver si
se animan a hacer película, aunque la saga del inspector McLean da más para
serie, porque su historia continúa con The
Book of Souls, Dead Man Bones y The Hangman’s Song.
¡¡Leedme!!
@rpm220981
rpm.devicio@gmail,com
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