Lee
Goodman se estrena como escritor con el thriller
legal El dilema (Grijalbo, 2014), su
primera novela. Aunque este estadounidense, diplomado en ciencias y licenciado
en Derecho, ya había publicado algunos relatos cortos en The Iowa Review, en la que fue finalista del Pushcart Prize de ficción.
Además, terminó un curso de literatura creativa en la Universidad de Boston y
obtuvo un MFA (Master of Fine Arts) del Bennington College. Y aunque ejerce de
abogado, está retirado en las montañas, ambas características compartidas con
el protagonista de Indefensible, el
título original de El dilema.
El dilema de Lee Goodman, imagen de cubierta |
Nick
Davies, ayudante de la Oficina del Fiscal General, acompaña a una supuesta
testigo, Cassandra Randall, al lugar donde ésta cree haber visto cómo enterraban
un cadáver. El sitio es en mitad del bosque, donde ella estaba observando las
diferentes especies de pájaros y que, casualmente, queda de camino a la casa
del lago de Nick. Así que éste decide aprovechar el viaje y se lleva consigo en
su viejo Volvo a su hija de doce años, Lizzy, y a Kenny, un chico de
veinticinco años con el que hace las veces de padre adoptivo.
La
verdad es que Nick no cree que lo que haya visto Cassandra sea realmente un
acto delictivo, pero ella le gusta. Así que se ofrece voluntario a ir hasta
allí. Además, los siguen en sus propios coches el agente del FBI y amigo de
Nick, Chip d’Villafranca, y el capitán Dorsey, de la policía estatal, que
llevan más equipo para registrar la zona.
Y sí,
encuentran el cadáver, que resulta ser de un joven universitario, Zander
Phippin, al que trataban de convencer para que les sirviera de informador sobre
los “peces gordos” del hampa local a cambio de obviar su delito de posesión y
venta de drogas.
Desde
ese momento, comienza una investigación cada vez más compleja, que irá dando
giros argumentales y las conexiones sorprenderán al lector. Nadie está a salvo.
Lee Goodman, el autor |
Sin
lugar a dudas, Nick Davies es el centro de toda la historia, además del
vehículo transmisor. Es un hombre maduro —unos cincuenta y tres años—, asentado
profesionalmente en un puesto donde se siente cómodo y con una vida personal
marcada por la tragedia mucho tiempo atrás. Está divorciado de la madre de
Lizzy, Flora, aunque son vecinos en la zona del lago. Y durante unas horas ve
en Cassandra, una mujer dulce e inteligente, alguien con quien rehacer su vida,
la última oportunidad de construir un hogar no disfuncional, que dirían
algunos.
Pero si
hay un rasgo peculiar que destacar de Nick a lo largo de la novela, además de
su consciencia sobre su supuesta falta de dilemas morales, es una tendencia
algo paranoica a imaginar todo tipo de desgracias en el destino de su familia o
en el suyo propio. Mantiene un estado de alerta muy peculiar, creyendo que
algunos hechos van a convertirse en amenazas serias. Y la verdad es que estar
alerta suele ser una ventaja.
Alrededor
de él hay muchos personajes, aunque existe una diferencia sutil entre ellos.
Algunos son parte de la investigación o del desarrollo de ésta, otros ofrecen
al lector una visión más completa de Nick mediante su relación con éste, y
luego están los que cumplen ambos requisitos, puesto que desde el comienzo el
adjunto de la Oficina del Fiscal mezcla sus entornos.
Quizás,
la presencia más relevante sea Lizzy, su hija adolescente. Una chica lista,
madura, culta, sensible y perspicaz, en quien Nick confía más allá de toda duda
y por quien sería capaz de cualquier cosa. Sin límites.
“—Pues, claro —dice ella—. Tener perro es una de las mejores cosas de ser humano. Una de las diez mejores.
—¿Y las otras nueve?
—No sé. El amor, bailar, un buen café, los hijos… ¿el verano, quizás? Nunca he hecho la lista. Pero si la hiciera, los perros estarían en ella.
—Jane Austen estaría en la lista —dice Lizzy; miro en el retrovisor justo antes de que sus labios se tensen en una mueca desdeñosa, pero ha estado ahí por un instante: su sonrisa metálica, que revela los correctores con elásticos rojos que recorren sus dientes como un ciempiés.
Cassandra se vuelve para mirar de nuevo a Lizzy y dice:
—Jane Austen, sin lugar a dudas.”
Después
está Kenny, un intento de redención más de una vez. Nick lo conoce cuando el
chico es todavía un niño, proviene de una familia de delincuentes y ha sufrido
abusos. Flora y Nick, aunque no lo adoptan, sino que va a una casa de acogida,
sí intentan compartir con él un tiempo para ofrecerle un hogar al que acudir.
Chip
d’Villafranca y el capitán Dorsey son dos arquetipos de agentes, tanto del FBI
como de la policía, de una zona rural como aquella. Acostumbrados a trabajar en
contacto con otros grupos de las fuerzas del orden público, cada uno está
caracterizado por una personalidad que a Nick, quien se pasa el tiempo
catalogando a cada persona que conoce, por momentos le agrada y en otras
ocasiones le irrita. Eso sí, la manera en que los percibe deja cierto regusto a
superioridad por su parte.
Y, como
antagonista de Nick, el abogado Kendall Vance, quien acepta casos de casi todo
tipo de acusados a cambio de sustanciosas sumas de dinero.
Pero
para no destripar —¡eso nunca!—, detendremos aquí el análisis de los
personajes, que son muchos, para dejar que sea el lector quien vaya conociéndolos.
Y pasamos a hablar de los escenarios en que tiene lugar la historia.
Por un
parte, está el entorno privado de Nick: su casa en el lago, la vecina casa de
Flora e incluso su viejo Volvo, testigo de tantas cosas. Por otra, el entorno
laboral: la Oficina del Fiscal, la comisaría, el bufete de Kendall Vance, los
juzgados, etc. Pero, como ya sucedía con los personajes, estos ámbitos van
mezclándose, principalmente, debido a las acciones del propio Nick.
Aunque
hay dos puntos a destacar, el lago y las fábricas abandonadas. Éstas últimas
son mencionadas constantemente y reflejan la decadencia económica de la zona,
antes próspera y en ebullición, pero ahora solo constituyen fantasmas de esa
pequeña revolución industrial con un fuerte sabor a descripción de Dickens.
En
cuanto al estilo, es sencillo, de ritmo pausado y vocabulario asequible a todos
los públicos. Aunque no lo sea tanto el nivel de tiras y aflojas, giro aquí, avalancha
de nombres allá. Hay que seguir el hilo, los pasos que da la mente de Nick Davis
frente a los acontecimientos, puesto que es su voz la que narra en primera
persona del presente lo que sucede. Aunque, en más de una ocasión, puede que el
lector quiera irse por otra vía y llegue incluso a pensar que el protagonista
se está confundiendo en sus elucubraciones, no ya en sus actos. Lo que, sin
duda, le aporta emoción a la historia.
Y si la
novela de la semana pasada, por ejemplo, algunos pueden catalogarla como
lectura expuesta a través de un prisma femenino, El dilema cabe, entonces, en la categoría de “psicológicamente
masculina”. Lo cual no quiere decir que los lectores tengan que pertenecer a un
género o a otro, ni mucho menos. ¡Aquí que cada uno lea lo que quiera! Pero sí
es cierto que, subjetivamente, los autores dejan ver ese rasgo de su
personalidad. En este caso, Lee Goodman empodera una serie de valores y rige a
sus personajes por un código, como si de una obra de Ernest Hemingway se
tratase. Ese deber masculino con respecto a su código, al código de los
hombres, al margen de sentimientos o emociones, supuestamente más propios de
las mujeres.
De
hecho, ese es uno de los temas más destacables, sino el que da título a la
obra. El dilema moral y profesional —no solo de Nick Davies—, la justicia, el
sistema legal, la familia, la infancia, la delgada línea entre lo correcto y un
error garrafal, el racismo y la eugenesia. ¿No decir la verdad es siempre
mentir?
Resumiendo,
si os gustan las novelas de John Grisham, El
dilema de Lee Goodman os va a atrapar desde el principio. Y, además, el
autor está preparando su siguiente obra, también protagonizada por Nick Davies,
que llegará en 2015 bajo el título Identify.
¿Os apetece un thriller legal que os
haga pensar en dónde están los límites de la ética?
Seguid leyendo,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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