Katarina
Bivald pasó de librera en Estocolmo a escritora internacional gracias a la
publicación de La librería de los finales
felices (Planeta, 2014). Con esta primera obra, traducida a más de quince
idiomas, se ha proclamado como una de las autoras jóvenes —nació en 1983— más
representativas de lo que se ha dado en llamar el género feel-good, historias cuyo fin es crear en el lector una sensación
de agradable armonía, podría decirse que hasta de cierto equilibrio
existencial.
La librería de los finales felices de Katarina Bivald, imagen de cubierta |
Sara
Lindqvist es una joven sueca que ha estado carteándose durante dos años con Amy
Harris, una mujer de Iowa. Pero nada de correos electrónicos, ellas han estado
usando papel de carta y sobres, con sellos y direcciones postales. La única vez
que se comunican usando la red es cuando se ponen en contacto al principio,
porque Amy busca un libro por internet de la librería donde trabaja Sara en
Suecia, Josephsson.
Al
comienzo, hablan sobre libros y literatura, eso es lo que las ha unido. Pero,
poco a poco, sus cartas van incorporando cada vez más fragmentos de su vida y
su entorno, de una manera sutil y elegante, sin entrar en detalles escabrosos
ni dramas.
Sin
embargo, cuando Amy se entera de que a Sara la van a despedir, no puede evitar
ofrecerle de nuevo su casa para pasar unas largas vacaciones y conocerse, por
fin, en persona. Así que la joven librera acepta —dispuesta a vivir su primera
gran aventura— y viaja hasta Broken Wheel, un pueblo compuesto por cuatro
calles (Principal, Segunda, Tercera y Jimmie Coogan) y un semáforo que está
siempre en rojo, con enormes campos de maíz y unos cuantos robles.
—Toda una ciudad por descubrir, ¿eh?
—dijo Grace.
Sus enormes brazos volvían a
descansar sobre la barra.
—Una ciudad bonita —respondió Sara
sin creerlo.
—Un agujero de mierda, eso es lo que
es. Si yo fuera tú, no me quedaría aquí. —Hizo una pausa dramática—. Huye
mientras puedas, es lo único que digo. Nunca he entendido por qué mi abuela
decidió quedarse aquí.
La
sorpresa llega cuando a Sara, con su maleta cargada de libros y la ropa
imprescindible, le comunican que Amy ha fallecido y en su casa se está “celebrando”
el funeral.
De esa
manera, Sara se encuentra viviendo en un pueblo y con unas personas que no
conoce pero de los que sabe unas cuantas cosas, aunque ellos no tengan ni idea.
Es, en cierto modo, como aterrizar de pronto dentro de una novela que estabas
leyendo. Conoces a los personajes, los escenarios y las historias, aunque te
hayas quedado sin narrador y pases a ser tú quien lo experimenta en primera
persona.
Sara
Lindqvist es tímida y los libros le ofrecen un mundo infinitamente más
interesante y auténtico que la vida “real”. De ellos aprende, disfruta y se
ayuda para afrontar lo que sucede fuera de las tapas. Y no es que las personas
no le interesen, aunque no se le dan demasiado bien —o eso es lo que ella
siente—, sino que ha descubierto el inagotable mundo de experiencias y
aventuras que, sin correr excesivos riesgos, ofrecen los libros.
—Así que tú eres Sara —dijo al
final.
No había mucho que decir al
respecto, así que la joven se quedó callada. Sin darse cuenta se estaba
abrazando al bolsillo de la chaqueta, donde había metido un libro por si acaso.
No le parecía acertado sacarlo, pero también resultaba obvio que Tom no tenía
ganas de hablar con ella. Las personas eran extrañas, en ese sentido: podían no
mostrar ningún interés por una, pero en cuanto sacaba un libro era ella la
antipática.
Al otro lado de la ventanilla
volvieron a aparecer los campos de maíz en cuanto salieron del camino que
llevaba a casa de Amy. Sara no tenía muy claro si le parecían protectores o
amenazantes.
—A la que le gusta leer.
Sara se preguntó si aquel hombre era
capaz de leerle el pensamiento, pero no se molestó en mirarlo.
—Llevas un libro escondido en el
bolsillo. —Su voz sonó aún más seca, si es que era posible.
—Las personas son mejores en los
libros —murmuró ella con una voz tan baja que pensaba que él no la oiría. Pero
cuando lo miró de reojo vio que había tensado las comisuras de la boca—. ¿No te
parece? —preguntó a la defensiva.
—No —respondió él.
Sara supuso que la mayor parte de la
gente opinaría lo mismo.
—Pero son mucho más divertidas e
interesantes, y… —“Amables”, pensó.
—¿Seguras?
—Eso también. —A Sara se le escapó
una risita.
Él parecía haber perdido de nuevo el
interés tanto por la conversación como por ella.
—Pero no son reales —señaló, como si
con aquello quedara todo zanjado.
“Reales”. ¿Qué diantre tenía la
realidad que la hiciera tan fantástica? Amy estaba muerta, Sara estaba atrapada
en aquel coche con un hombre a quien no le caía bien. En los libros podía
convertirse en quien quisiera. Podía ser chula, bella, elegante, se le podía
ocurrir la réplica perfecta en el momento adecuado, y podía… vivir cosas. Cosas
de verdad. Cosas que les pasaban a las personas de verdad.
En los libros las personas eran
elegantes y afables y la vida seguía patrones marcados. Si una persona soñaba
con hacer algo, se sabía casi seguro que al final del libro lo conseguiría. Y
que encontraría a alguien con quien hacerlo. En la realidad uno podía estar
casi seguro de que una persona haría cualquier cosa menos aquello.
—Están pensadas para ser mejores que
en la realidad —dijo ella—. Más grandes, más divertidas, más hermosas, más
trágicas, más románticas.
—O sea, no reales. Definitivamente
—apuntilló Tom, de nuevo casi satisfecho.
Sus ojos titilaron y aquello hizo
que las palabras de Sara sonaran como una romántica fantasía de colegiala sobre
héroes y heroínas y el amor verdadero.
—Cuando son reales son más reales
que la vida. Si el relato habla de un día a día gris e insignificante, es mucho
más gris e insignificante que nuestro propio día a día gris e insignificante.
Amy
Harris, por su parte, no es un personaje presente, salvo por las cartas que
preceden a algunos de los capítulos. En realidad, la figura de Amy actúa como
nexo de unión y, hasta cierto punto, como excusa para dar pie al resto de la
historia. Aunque su huella sobre ésta es muy fuerte y se hace sentir.
Tom, Catherine, Grace, George, Jen, Andy, Carl, Claire,
Gertrude, Annie May… poco más se puede decir del resto de personajes sin
descubrir secretos que a una reseña no le toca revelar. Ellos, sus relaciones
con los demás y con el entorno son la verdadera historia. La llegada de Sara y
su pasión por los libros —a cada uno le da justo el que le ofrece ese pequeño
empujón— supondrán una pausada revolución.
Caroline
volvió a entrar en la librería con la misma contundencia con la que había
salido.
—Vale —dijo
tras asegurarse de que la tienda estaba vacía—. Dame uno.
—¿Un qué?
—Un libro
de esos, evidentemente. —Jamás lograría verbalizar que quería comprar porno
gay—. Soy una mujer justa —afirmó con altivez—. Como muy bien has señalado tú,
no es correcto juzgar a alguien sin haberlo escuchado. O leído, en este caso.
Así que dame uno. —Y luego añadió en tono fatalista—: Después oirás lo que
tenga que decir.
Sara la
miró con fijeza, pero al ver que Caroline no daba ninguna señal de cambiar de
opinión, se acercó con cuidado a la balda de erótica gay, cogió un libro y, por
suerte, lo metió en una funda.
Caroline
asintió con la cabeza y pagó sin hacer ningún comentario más.
Pero una
vez que llegó a casa, no supo qué hacer con él.
En la
tienda, con la tensión del momento, quizá hubiera estado de acuerdo en que era
anticristiano juzgar un libro sin haberlo leído, pero cuando se encontró sola
en su hogar ya no se sintió tan segura.
Le entraron
sudores fríos al pensar que ella
tenía un libro de esos en su casa.
La novela se desarrolla en el peculiar y minúsculo pueblo de
Broken Wheel, Iowa, cerca de Hope, su eterno rival. Ambos topónimos parecen ser
de lo más descriptivos en cuanto a las características de las localidades:
Rueda rota frente a Esperanza. Y es que, mientras Broken Wheel se va cayendo a
pedazos, aniquilado por la crisis económica y el abandono de sus habitantes en
busca de mejores oportunidades, Hope es el lugar elegido por los políticos para
posar en “agradables entornos rurales”. Es decir, lo que muchos llamarían un
pueblo “de revista” (aunque no tenga librerías).
Y, como sucede en algunas ocasiones, el entorno casi pasa a
tener personalidad propia dentro de la novela. Pero esta vez no es tanto por
las características geográficas, sino por lo que alberga, la comunidad de
vecinos, las tiendas, la estructura social, etc.
Katarina Bivald, la autora |
En cuanto a la división del libro, decir que sus 462 páginas
tienen una estructura externa diferenciada por capítulos no demasiado extensos,
varias cartas de Amy y un epílogo. Mientras que la estructura interna puede
verse reflejada a través del título del primer capítulo, “Libros vs. vida: 1 –
0”, y el del epílogo, que incluye “libros vs. vida:”… y un resultado muy
elocuente.
La voz narrativa no es la de Amy ni la de Sara, sino que
Katarina Bivald utiliza un narrador omnisciente en tercera persona del plural y
en pasado para contar, con un léxico sencillo pero rico y variado, la historia
que se esconde bajo La librería de los
finales felices. ¿Accesible para todo tipo de público? Sí, incluso aunque
hay muchas referencias literarias, porque no es necesario identificarlas todas
para comprender la novela. Pero… sí se pierde parte de la complicidad que la
autora ha querido compartir con el lector.
Se quedó
sentada en la cama paseando la mirada por ellos con asombro mientras los libros
y los colores y la vida y las historias revoloteaban por toda la estancia. Allí
estaba Jane Austen, incluida una biografía y una edición con colección
epistolar. Todas las hermanas Brontë, aunque parecía haber sentido predilección
por Charlotte: Jane Eyre estaba en
tres ediciones distintas, y también Vilette
y una biografía. Había biografías de presidentes estadounidenses, incluso
republicanos, y mamotretos sobre los movimientos por los derechos de la
ciudadanía, era una colosal mezcla de poder y oposición.
Paul
Auster, Harriet Beecher Stowe, montones de Joyce Carol Oates y un par de Toni
Morrison.
Una
colección de Oscar Wilde, algunos Dickens, ningún Shakespeare. Todos los de
Harry Potter, en tapa dura. En el siguiente estante descansaba Annie Proulx,
todos los libros que Sara le conocía, y Proulx era una de sus favoritas. Atando cabos estaba tanto en tapa dura
como en edición de bolsillo, el resto de los títulos eran todos de bolsillo y
estaban muy manoseados: algunos Philip Roth y Suave es la noche de F. Scott
Fitzgerald, más toda una colección de novelas de intriga: Dan Brown, John
Grisham y Lee Child, un descubrimiento que alegró a Sara casi tanto como
Proulx.
También
estaba Christopher Paolini: Eragon, Eldest y Brisingr, y ahí Sara tuvo que hacer un alto y dejarse caer de nuevo
sobre la cama.
Un libro que consigue hacer sonreír al lector. Y que, de
algún modo, explica el sentimiento o, incluso, la tendencia de algunas personas
por la lectura. No necesariamente son intelectuales, culturetas, desapasionados de la vida, aburridos que no ven más
allá de las tapas de un libro, ni que hablan del estructuralismo, el
existencialismo o el determinismo biológico como algo cotidiano. No, no lo
somos.
Carl era realmente guapo, hasta el
punto de rozar lo inverosímil. Parecía sacado de una portada de Ediciones
Harlequín. Pero llevaba camiseta blanca en vez de camisa de seda. Aún así, no
perdía nada.
A veces, hasta este tipo de personas, gente tranquila como
Sara Lindqvist, pueden
revolucionar la vida de toda una comunidad. Eso sí, página a página.
¡Y leedme!, aunque sea en las citas
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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