“Es una
verdad universalmente conocida”, como diría la voz narrativa en Orgullo y prejuicio de Jane Austen, que
cuando se intenta destruir algo es porque supone una amenaza a la que se le
tiene miedo. Un miedo importante, de hecho, y así se ha demostrado
históricamente que sucedía con los libros. Considerados grandes enemigos de
diversas causas, muchas de ellas relacionadas con acontecimientos bélicos y
todas con la privación de la libertad, se han quemado millones de ejemplares a
lo largo y ancho del planeta.
He aquí
algunos ejemplos históricos de este intento por exterminar la libertad y por
homogeneizar el pensamiento humano para dirigirlo en una dirección muy
concreta.
Cuenta
el Tanaj, conjunto de libros sagrados hebreo, que en el año 605 a. C. el rey
Joaquín de Judá quemó parte de un pergamino —se disponían en rollos— que Baruc
ben Nerías había escrito al dictado del profeta Jeremías con un mensaje de Dios
donde advertía al pueblo de Judá sobre el castigo que les enviaría si
continuaban con sus perversiones y pecados. Baruc ben Nerías lo fue leyendo
frente a todos los habitantes, hasta que a través de algunos funcionarios llegó
a oídos del rey Joaquín, quien fue quemándolo según se lo leían.
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Rey Joaquín de Judá |
En el
año 212 a. C., durante el mandato de Qin Shi Huang, conocido éste por ser el
Primer Emperador de una China unificada y por su famoso mausoleo con los
guerreros de terracota, se produjo una quema masiva de libros y varios
asesinatos de académicos. En su afán unificador, también impuso un único sistema
de escritura, “el de los sellos pequeños”, y eliminó todos los demás.
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Los guereros de terracota del mausoleo de Qin Shi Huang en Xian |
Unos
cuantos siglos después, en 292, las tropas de Diocleciano, posteriormente
emperador de Roma, tomaron y saquearon Alejandría durante las revueltas de
Lucio Domicio Domiciano. Asediaron la ciudad durante ocho meses y, tras vencer,
dicen que Diocleciano pidió que la masacre continuase hasta que la sangre de
los alejandrinos llegase hasta las rodillas de su caballo. Pero, accidentalmente,
éste cayó —por eso la estatua equina erigida allí— y eso evitó más muertes.
Aunque, antes, Diocleciano apuntó su objetivo contra la enorme y mítica
Biblioteca Real de Alejandría, la más grande del mundo en aquella época. Y
ordenó quemar todos los libros relacionados con la alquimia y las ciencias
herméticas con el fin de mantener el sistema monetario impuesto a duras penas.
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Antigua Biblioteca de Alejandría |
Otro
emperador romano, esta vez Constantino, emitió un edicto tras el Primer
Concilio de Nicea, en 325. Este iba dirigido a los arrianos —cristianos que
ponían en duda la divinidad de Cristo— y en él se incluía la quema sistemática
de libros.
“Además,
si se hallase alguna escritura perteneciente a Arrio, deberá ser arrojada a las
llamas, por lo que no solo se evitará lo pernicioso de sus enseñanzas, sino que
no quedará nada de él que le recuerde a la gente su existencia. Y, mediante
esto, emito una orden pública: si alguien fuese hallado en posesión de un texto
escrito por Arrio, que haya escondido en lugar de mostrarlo inmediatamente y
destruirlo con fuego, su pena será la muerte. Tan pronto como sea descubierto
en este delito, será sometido a la pena capital.”
Recaredo,
rey de los visigodos y primer rey católico de lo que posteriormente sería España,
tras su conversión al catolicismo en 587, dos siglos más tarde del mandato de
Constantino, también ordenó quemar todos los libros arrianos. Pero no se
conformó con eso, ya que, con ellos, también ardían las casas donde fueron
encontrados.
Y,
dando un salto cronológico importante, el Martes de Carnaval de 1497 en
Florencia tuvo lugar lo que históricamente se ha llamado la Hoguera de las
vanidades. Impulsados por el monje Girolamo Savonarola —viejo conocido, junto a
la Hypnerotomachia Poliphili, para
los lectores de El enigma del cuatro
de Ian Caldwell y Dustin Thomason—, cientos de personas echaron al fuego obras
de arte, pinturas, instrumentos musicales, libros y otros objetos que
consideraban inmorales o que empujaban al pecado y la vanidad, como el
maquillaje, los espejos y la ropa lujosa. Se cuenta que entre ellos estuvo el
propio Sandro Botticelli arrojando a la hoguera obras suyas dedicadas a la
mitología.
El 12
de julio de 1562, durante el que es conocido como Auto de fe de Maní, en la
península del Yucatán, el sacerdote Diego de Landa mandó quemar todos los
manuscritos, códices, objetos de culto e imágenes mayas como parte de un
proceso inquisitorial contra aquellos indígenas que todavía continuaban
adorando a sus propias deidades.
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Quema de literatura maya por la Iglesia católica de Diego Rivera |
A
principios del siglo XVI, tras la expulsión de los musulmanes, los andalusíes
de la Península Ibérica tenían que entregar a las autoridades de Castilla las
obras escritas en árabe. Se les devolvían las que trataban sobre historia,
medicina o filosofía, pero el resto iban a la hoguera.
Unos
cuatrocientos años después, entre 1930 y 1945, los nacionalsocialistas (nazis)
en Alemania persiguieron y eliminaron no solo a los judíos como personas, sino
también sus obras. Pero, quizás, como más claro representante, tanto del caso
particular en Alemania como de la práctica general de esta destrucción de las
letras a lo largo de la historia, se pueden nombrar los hechos desencadenados
el 10 de mayo de 1933. Estos se refieren a las acciones, previamente
planificadas y organizadas por la Unión Estudiantil Nacionalista, llevadas a
cabo por ellos y otros estudiantes y docentes en la campaña llamada “Acción
contra el espíritu antialemán” en la Plaza de la Ópera de Berlín, la Opernplatz
que posteriormente pasó a ser la Bebelplatz, frente a la Universidad de
Humboldt. Ese mismo acto se repitió hasta en veintiuna universidades con el fin
de destruir las obras de autores marxistas, judíos, pacifistas o cualquier cosa
que supuestamente amenazara la fortaleza del espíritu alemán.
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Monumento en la Bebelplatz que representa el vacío que dejó la quema de libros el 10 de mayo de 1933. Sencillo, frío e impactante. |
Y de un
régimen totalitarista a otro. El 11 de septiembre de 1973, tras golpe de Estado
en Chile, que derrocó a Salvador Allende como presidente de la república y
erigió a Augusto Pinochet como líder de la Junta Militar de Gobierno, este
último ordenó quemar miles de libros supuestamente políticos.
Algo
similar sucedió en Argentina tres años después, con el golpe de Estado del 24
de marzo de 1976 que dio paso al Proceso de Reorganización Nacional,
considerado como la dictadura más sangrienta de la historia argentina. Este
proceso gestionado por las tres fuerzas armadas del país —ejército, marina y
fuerza aérea— fue liderado por Jorge Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando
Ramón Agosti. Y, además de muchas vidas humanas, le costó a Argentina más de un
millón y medio de libros, quemados bajo las órdenes del general Luciano
Benjamín Menéndez a quien posteriormente se lo juzgó por delitos de lesa
humanidad.
Ocho
años más tarde, en 1984, y en un continente diferente, África, el Amsterdam’s
South African Institute fue asaltado por un grupo organizado para llamar la
atención sobre el apartheid. Aunque
no quemaron, sí destruyeron muchas obras de importancia para la comunidad
internacional, que condenó este gesto en lugar de reforzar el apoyo a la
población segregada.
Y más
cercano todavía en el tiempo a nuestros días es lo sucedido en agosto de 1992, cuando
el nacionalista serbio Ratko Mladic dirigió un ataque con misiles sobre la
Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia. Los sarajevitas intentaron
salvar los libros del fuego, mientras llegaban los bomberos. Pero cuando estos aparecieron,
los nacionalistas serbios comenzaron a disparar indiscriminadamente contra la
multitud, matándolos, y cortaron el suministro de agua para evitar que acabasen
con el incendio. Finalmente, el edificio ardió entero, perdiéndose más de un
millón y medio de ejemplares, entre los que se encontraban unos 150.000 libros
raros. Y éste solo fue uno de los muchos ataques dirigidos por los
nacionalistas serbios contra bibliotecas, museos y obras arquitectónicas y
culturales del legado otomano en Bosnia-Herzegovina.
Guerras,
dictaduras totalitarias, masacres, imposiciones políticas o religiosas… en
todas ellas, tan humanas y tan poco divinas, uno de los objetivos ha sido
destruir los libros. ¿Por qué será?
Comparado
con todo esto, lo que sucede en El
Quijote de Miguel de Cervantes con la quema de libros de caballería del
capítulo IV, titulado "Del donoso escrutinio y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron de la liberaría de nuestro ingenioso hidalgo", parece algo leve. Sin embargo,
no estamos tan alejados como creemos de esa sociedad distópica de Ray Bradbury
en Farenheit 451, temperatura a la
que arde el papel.
“El cual aún todavía dormía.
Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del
daño, y ella se las dió de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama con
ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados,
y otros pequeños; y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con
gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y
dijo: tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí
algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena
de la que les queremos dar echándolos del mundo. Causó risa al licenciado la
simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros
uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no
mereciesen castigo de fuego. No, dijo la sobrina, no hay para qué perdonar a
ninguno, porque todos han sido los dañadores, mejor será arrojarlos por las
ventanas al patio, y hacer un rimero de ellos, y pegarles fuego, y si no,
llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Lo mismo
dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos
inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos.” Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes
Y, a
pesar de todo esto, por ejemplo, en la religión sij, cualquier copia del Guru
Granth Sahib, su libro sagrado, que esté demasiado deteriorada por el uso y
cualquier fragmento impreso de éste que ya no se utilice han de ser
incinerados. Ellos lo consideran una cremación similar a la que realizan con
los miembros sij fallecidos.
También,
como parte de una estrategia de marketing usual, son quemados miles de
ejemplares por parte de las editoriales que no quieren ver cómo sus libros
pasan a ser un espacio ocupado o se devalúan en el mercado cuando su momento álgido
ha pasado.
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Torre de libros en la Bebelplatz de Berlín |
Esto demuestra que el fuego no es el culpable de la destrucción, sino la voluntad de
determinados seres humanos.
Ahora
cabe preguntase si realmente habrá logrado el soporte digital evitar futuras
pérdidas.
Por si acaso, vosotros leed,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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