Margarita
Barbáchano, periodista de larga trayectoria y autora de Mujeres en la edad invisible, Ver,
oír y NO callar, La piscina azul
y La dama rosa, llega ahora con una
novela sobre una mujer valiente y decidida, que llevará al lector en un viaje a
través de la selva amazónica, la alta sociedad colombiana de principios del
siglo XX, las mitologías y costumbres indígenas, las nostálgicas playas
gallegas y mucho más.
El Gran Hotel del Salto de Margarita Barbáchano, imagen de cubierta |
Con una
mente inquieta y un espíritu luchador, Violeta Saramago siente la necesidad
imperante de descubrir y conocer nuevas realidades. El siglo XIX se apaga y da
comienzo a una etapa histórica plena de cambios en los que esta joven gallega quiere
participar. Por eso, en cuanto la edad y los ahorros de la familia se lo
permiten, abandona lo que ella considera una existencia insatisfactoria y
frustrante en Lariño, un pequeño pueblo de la Costa da Morte, y se embarca en
el famoso transatlántico Lusitania con destino a la hacienda cafetalera de su
tío Eliodoro Saramago en el valle del Cauca, lugar por el que siente una
patente fascinación desde niña, cuando su padre les leía las cartas que su
hermano le mandaba describiendo aquellos parajes.
Violeta
deja atrás a su familia, a su mejor amigo, su playa revuelta y la comodidad de
un futuro planeado. Pero en Colombia encuentra experiencias que jamás habría
conocido en su tierra. Es testigo de las duras condiciones en las que viven los
indígenas de las plantaciones desde un lugar privilegiado: la sobrina del amo. Y,
además, ve las injusticias, los abusos y las matanzas de la burguesía política y
el ejército, la unión de los pueblos indígenas, su sublevación y su lucha por
conservar una identidad propia.
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Manuel Quintín Lame (sentado, fumando) junto a sus compañeros, 1915 |
Margarita
Barbáchano introduce, con mucho acierto, hechos y figuras históricas reales, a
veces modificados, para dotar de mayor entidad y consistencia a su obra.
Ejemplo de ello es Manuel Quintín Lame, líder de la causa indigenista que en
1910 fue elegido defensor de los cabildos del Cauca y desde entonces no dejó de
luchar por los derechos de la población y culturas indígenas, cada día más
explotadas y esquilmadas. Y, en El Gran
Hotel del Salto (Ediciones B, 2014), personaje por el que Violeta siente
una admiración y una amistad profunda, tales que llegan a ser su inspiración
vital en muchos momentos de la historia.
Otra de
esas figuras es la del premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García
Márquez, transformado en Gabriel García Ponce a través del poder inmensurable
de la ficción. Gabriel es un joven periodista nacido en Aracataca que conoce —y
entusiasma— a Violeta cuando las vidas de ambos comienzan a seguir un camino
propio.
Pero García
Ponce no es el único que trata de enamorar su corazón de mujer. A lo largo de la
obra, Violeta conoce distintas clases de amor y, aunque algunos comparten la
característica común de su amistad, no se parecen entre sí como personas ni en
el tipo de relación que mantienen con ella. Porque lo de Juan es el despertar
de la mano de un amigo, lo de Leonardo pura fiebre, con Rodrigo un “para
siempre”, mientras que Alonso es una herida a olvidar y Armand, curiosidad.
Lo que
demuestra que, de nuevo, la naturaleza inconformista de Violeta Saramago está
presente y no le permite estancarse en un lugar, una persona o una causa que no
la llenen de la manera en que ella siente que necesita. En eso se parece a su
padre, el médico rural Odilo Saramago, según él mismo asegura en varias
ocasiones. Aunque, tanto en la forma como en el fondo, la historia se encarga
de desmentirlo con sutileza.
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Playa de Lariño en la Costa da Morte, lugar donde Violeta Saramago pasa su infancia |
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Valle del Cauca en Colombia, la fascinación de Violeta se verá justificada por los impresionantes paisajes y secretos de aquellas culturas |
Además
de los personajes, otro de los aliados con los que cuenta Margarita Barbáchano
en El Gran Hotel del Salto es el
entorno, tanto la naturaleza que caracteriza a la costa y el monte gallegos,
como la selva amazónica o las jóvenes urbes colombianas. Porque, a través de
esas localizaciones, la autora consigue hacer mucho más que situar a los
personajes y los hechos en un escenario, logra dar una dimensión física a los
sentimientos, pensamientos y la propia idiosincrasia de sus habitantes.
Así,
muestra a los gallegos a menudo desconfiados y recelosos, siempre alerta en un
pueblo de pescadores donde el mar significa vida y muerte, salvación o
traición. Aunque, a pesar de todas sus precauciones, les siguen engañando y lamentablemente
continúan perdiendo vidas. Porque en la Costa da Morte o en el monte O Pindo la
gente sigue tan apegada a sus costumbres y cultura como los indígenas, a miles
de kilómetros de allí, en los Bosques de Niebla. Los indios nativos también temen,
aunque es un miedo distinto, les están robando sus tierras, su espacio sagrado
y no hay manera de prevenir la desgracia.
Pero, a
pesar de esta similitud entre ambos lugares, en la obra se distingue de forma
obvia a ese país indómito que emerge como el nuevo siglo, abriéndose paso y
dejando atrás la hegemonía tiránica de los europeos, de la sociedad conformada
del “reino español”. Aunque la United Fruit Company hace que la sombra de
Estados Unidos sea alargada.
Y la
manera en que la autora consigue perfilar todo eso es a través de los viajes
que realiza Violeta —sea cual sea la distancia—, con descripciones prolijas de
las playas y el oleaje temperamental durante su infancia en La Coruña o la
inmensidad de la selva, verde y misteriosa, pero nunca hostil, que guarda
secretos ancestrales de las tribus que la protagonista conoce junto a Quintín
Lame, Leonardo o en solitario muchos años después.
“Y
Violeta pensó emocionada que en este país todas las cosas hermosas estaban al
alcance de la mano.
—Es
como si brotaran a un paso, a tus pies. —Se refería, claro está, a la
vegetación que brotaba hasta invadirlo todo, a las orquídeas de mil colores
diferentes, a los pájaros extraños, a las ballenas que llegaban hasta las
playas para ser admiradas, a la belleza de las etnias indígenas.
Cuando
llegaron, violeta comprobó que las explicaciones de Leonardo se habían quedado
cortas, en la ensenada de Utría no hacía falta coger ningún barco para verlas.
Estaban ahí mismo, cerca de la tierra. Los cetáceos penetraban en la ensenada y
se ponían a jugar muy cerca de la costa. Entonces pensó que pocas cosas había
más tiernas que ver a un ballenato del tamaño de un vagón asomando el morro en
la superficie y cogiendo impulso para dar un magnífico salto e introducirse en
el mar luciendo su espléndida cola antes de hundirse de nuevo. Después de
contemplar a las ballenas, la pareja emprendió varios recorridos cortos para
perderse entre la vegetación exuberante, húmeda y prodigiosa de color de los
manglares cercanos.”
El Gran Hotel del Salto es una novela de dimensiones
considerables, casi 600 páginas que Barbáchano ha dividido en partes, cada vez
que el lugar en que se desarrollan los hechos cambia, anotando también la fecha
que sirve de referencia orientativa al lector. Por ejemplo, el primer capítulo
se titula “Lariño, Costa da Morte, Galicia, 1891”, y si se va avanzando en la
novela llegarán “Bogotá, 1906-1907” o “Salto de Tequendama, 1923”. Solo unos
pocos de estos capítulos son referidos a personajes y su misión es realizar aclaraciones
en las que la voz narrativa, en tercera persona y pasado, ha de despegarse de
la perspectiva de Violeta Saramago para acercarse a la visión de alguien
distinto.
Y,
aunque la estructura externa da muchas pistas sobre el desarrollo de la
historia, ésta tiene una división interna bastante clara también: infancia,
juventud y madurez de Violeta. Es decir, Lariño, Valle del Cauca y Bogotá,
desde 1891 a 1929.
En
cuanto a la temática, el lector lo tendrá claro nada más abrir el libro, puesto
que hay una dedicatoria de cuatro palabras en la soledad de una página en
blanco: “A las mujeres valientes”. Y eso es exactamente Violeta, esa es la gran
diferencia que existe entre su padre y ella, ese es el motor de la novela. Pero
además habla de la libertad como derecho indispensable para mantener una
identidad propia, tanto la de Violeta como la que les va faltando a los
indígenas. Opone el conformismo o la aceptación de las obligaciones impuestas
por costumbre, como es el caso de Juan, frente a la consecución de sueños e
ilusiones a través de la lucha, como sucede con el Gran Hotel del Salto de
Tequendama de Armand o el activismo social de Rodrigo. Y varias veces el lector
será testigo de venganzas que, con mayor o menor recorrido, se han ido
fraguando durante páginas y páginas.
El
estilo narrativo de Barbáchano en esta obra es pausado, lleno de descripciones
detalladas y circunloquios reflexivos con una clara intención recreativa,
aunque los hechos se suceden sin tregua. Por otro lado, el léxico —con
abundancia de adjetivos— y la sintaxis son asequibles para el lector medio, que
aprenderá más de un término curioso relativo a la cultura indígena durante la
época en que la protagonista vive allí. Ejemplo de ello son chichuca (“caliente”, regalo típico
entre las mujeres de la tribu), tunjos
(“piezas decoradas con hilos de oro”) o yanacona
(“el que ayuda”, nombre de tribu).
¿Y por
qué ese título? Esta no es la historia de un hotel situado en plena selva
amazónica, pero en cierto sentido representa la esencia de la novela. Uno ha de
luchar por lo que quiere, aunque parezca inalcanzable y peligroso. E introducir
a la sociedad “urbanizada” en el interior de la selva no carece de atractivos,
pero se corre el riesgo de pagar un precio muy alto antes o después.
“—De
momento lo que hay en el Salto de Tequendama es una parada con una pequeña
caseta, pero el sitio es tan espectacular que los viajeros siempre se bajan del
tren para ver el salto y escuchar el estruendo que produce. Lo cierto es que
cuesta que vuelvan al tren, se quedan como hipnotizados contemplando la caída
del agua a escasos metros del mirador. Mi idea es convencer a socios con dinero
para levantar un hotel de lujo allí mismo, sobre el precipicio. Creo que sería
un buen negocio por su singularidad y belleza.
—¡Dios
mío! Me estremezco solo de pensar estar allí. No sé si podría… —reconoció la
joven imaginándose el lugar.
—Sí, lo
sé, pero hay muchas personas a las que les gusta enfrentarse a la naturaleza o
estar cerca de situaciones de riesgo. Sería un hotel pensado para esa gente muy
rica y muy aburrida a la que le gusta mezclar el lujo más sofisticado con un
poco de naturaleza salvaje; desde luego, contemplada desde un mirador o desde
los cristales de un conformable dormitorio. De todas formas, es solo un proyecto
descabellado que no sé si verán mis ojos —matizó.
—Parece
un proyecto ambicioso; seguro que consigue financiación. Las ideas
extravagantes en Colombia suelen triunfar —dijo Violeta, animándole.
Armand
Doisneau dio gracias al cielo por oírla hablar, moverse, escucharla y volver a
estar cerca de esa criatura que lo llenaba de una extraña paz. Le gustaría
atreverse a acariciar su pelo, besar sus labios y explorar su boca para
perderse en su sabor, que intuía delicioso.”
En
definitiva, si sois lectores con ganas de recrearos, con languidez y abandono,
en paisajes plagados de misterio y encanto —tanto los colombianos como los
gallegos—, si os apetece viajar con Violeta en el Lusitania para descubrir el
Valle del Cauca a principios del siglo XX o si, quizás, os gustan las historias
de vida protagonizadas por personajes valientes, El Gran Hotel del Salto tiene muchas opciones para gustaros.
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