05 febrero 2015

La cocinera de Himmler – Franz-Olivier Giesbert

Franz-Olivier Giesbert, nacido en Estados Unidos pero afincado desde niño en Francia, es director del semanario Le Point y autor de varias novelas como L’Affreux (1992), La Souille (1995), L’Immortel (2007) o Un trés grand amour (2010), entre otras. Con ellas, ha ganado el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, el Premio Interallié y el Premio Duménil. En 2012 publicó La Cuisinière d’Himmler y obtuvo tal éxito entre crítica y lectores que los derechos de traducción han sido vendidos a varios países, llegando hasta el nuestro. Primero, a través de Alfaguara (y se nota) y ahora con punto de lectura.

La cocinera de Himmler, imagen de
cubierta

Rose es una peculiar anciana que, a punto de cumplir los ciento cinco años, empieza a barajar la posibilidad de morirse y decide escribir sus memorias. De ese modo, la voz narrativa de la novela —la de ella, la propia Rose— va intercalando escenas de la época actual (2012) en Marsella, donde posee y dirige un restaurante famoso por su estupenda cocina, con el desarrollo en orden cronológico de su vida, desde su nacimiento y corta infancia en “Kovata, capital de la pera y orinal del mundo” (Turquía) hasta los días que están por llegar.

“El día de mi nacimiento, los tres personajes que iban a arrasar la humanidad ya estaban en este mundo: Hitler tenía dieciocho años, Stalin, veintiocho, y Mao, trece. Había caído en el siglo equivocado: el suyo.”

Decir que la suya ha sido una existencia complicada sería un eufemismo. Sin embargo, el humor con que Rose relata, en primera persona, su historia pasada y presente y el sentido práctico que demuestra casi siempre hacen que la lectura de La cocinera de Himmler (punto de lectura, 2015) se convierta en una sucesión de risas y sonrisas.

“Hasta mi último aliento, e incluso después, no creeré en nada salvo en las fuerzas del amor, de la risa y de la venganza. Son ellas las que han guiado mis pasos durante más de un siglo, a través de las desgracia, y francamente, nunca he tenido que arrepentirme, ni siquiera hoy, cuando mi viejo cuerpo me está fallando y me dispongo a entrar en la tumba.
Debo decirles en primer lugar que no tengo nada de víctima. Por supuesto estoy, como todo el mundo, en contra de la pena de muerte. Salvo si soy yo quien la aplica. Y la he aplicado alguna vez, en el pasado, tanto para hacer justicia como para sentirme mejor. Nunca me he arrepentido.”

Rose es la protagonista absoluta, cualquier otro personaje —con excepción de Teo, su Pepito Grillo— no dura más de veinticinco páginas. Y aunque hay un total de cincuenta capítulos, prólogo, epílogo y recetas, solo son 340 páginas a repartir entre ciento cinco años en los que suceden muchas cosas. Además, la verdad es que la gente le dura poco: o se mueren o los matan… o ella se aleja y después mueren. Un siglo entierra a cualquiera, menos a Rose.

“Esa tarde encontré al ser que cambiaría mi destino y que me acompañaría en cada instante de los años siguientes. Mi amiga, mi hermana, mi confidente. Si nuestros caminos no se hubiesen cruzado, quizás habría acabado muriendo, roída sin piedad tanto por el resentimiento como por los piojos.
Era una salamandra. La había pisado. Las manchas amarillas de su cuerpo eran particularmente brillantes, y deduje que debía de ser muy joven. Nos comprendimos desde la primera vez que nos miramos. Después de lo que yo le acababa de hacer, jadeaba con fuerza y leí en sus ojos que me necesitaba. Y yo la necesitaba también.”

“Hice unos agujeros en la tapa para que pudiese respirar y le di un nombre: Teo, diminutivo de Teodora Comnena, la princesa cristiana de Trebisonda cuya belleza celebra la posteridad desde el siglo XV.
Mi caja con la salamandra me acompañaba a todas partes, hasta al retrete. No podía estar sin Teo: era a la vez mi tierra, mi familia, mi consciencia y mi álter ego. Me sermoneaba a menudo y yo no me privaba de responderle. Teníamos mucho tiempo para hablar.”

A pesar de todo, ha tenido una vida plena, tanto en alegrías como en tristezas, llena de gozos y sufrimientos. Fue esclava sexual a los ocho años, tras el holocausto armenio —pueblo al que ella pertenece—, mendigó a los doce, volvió a enamorarse a los diecisiete de un hombre, cenó con el Führer antes de los cuarenta. Fue madre, enviudó, se casó, tuvo amantes, enviudó y volvió a enviudar sin haberse casado. Se enamoró de hombres y mujeres, los disfrutó —y disfruta— sin reparos, separando sexo de amor y de pasión.

“El deseo es demasiado fuerte, no puedo evitar fijarme en Mamadou y en Leila mientras ponen las mesas. Del primero me gustan sobre todo los brazos y las piernas, que me recuerdan las de su madre. De la segunda me fascina su trasero, el más hermoso de Marsella. Es como un tomate pulposo de piel tersa. Con más de cien años, me dirán que ya no tengo edad, pero no me importa, siento un cosquilleo interior cuando los miro: son dos auténticos cantos al amor.
Todavía encuentro amor en las páginas de contactos que visito por las noches, en Internet. Sólo es virtual, por supuesto, pero me sienta bien. Hasta el día en que, atrapada mi presa, acepto con desgana quitarme el velo: hay que ver la cara de susto que se les queda a los hombres cuando por fin me ven, después de haberles hecho suspirar durante un tiempo.”

“Dentro de dos o tres años, cuando el hombre haya invadido al niño y se convierta en una bola de pelos y deseos, me gustaría que me abrazase, que me estrechase con fuerza, que me hablase con crudeza y me diese un buen meneo. No pido más. Sé que a mi edad suena incongruente e incluso estúpido, pero si tuviésemos que expulsar todos nuestros fantasmas de la cabeza, no quedaría gran cosa dentro. Alguno de los diez mandamientos nadando en zumo de cerebro y poco más. La vida sería pura muerte. Lo que nos mantiene en pie son nuestras locuras.”

Hablar ya del estilo narrativo de Franz-Olivier Giesbert, tras leer estas citas, quizás resulte superfluo, al contrario que mencionar los escenarios, puesto que estos pueden revelar más de lo necesario. Baste decir que la protagonista se mueve por tres continentes, lo demás es Historia conocida.

En cambio, se hace casi obligatorio decir que La cocinera de Himmler es un canto a la vida, en contraposición a tanta tragedia, ya que Rose nunca llega a perder del todo esa energía para continuar hacia delante. Es una historia de venganzas, sí, pero también de amor, de entrega y lucha. Sin olvidar esa costumbre, quizás apegada a pueblos mediterráneos, de tener presente la comida incluso en los peores momentos, porque es requisito indispensable para sobrevivir. Por eso, esa veneración a la vida se transmite también a través de la gastronomía, muy presente en la obra.

Rose es una superviviente y sus palabras, además de un juicio de valor realizado con el derecho que otorga padecerlo, son una crítica dura a la humanidad supuestamente civilizada del siglo XX.


Así que si quieres reírte con el sentido del humor que despliega Franz-Olivier Giesbert a través de Rose en una, por momentos, disparatada aventura de vida que consigue exponer la barbarie y la miseria padecidas durante las guerras y las dictaduras totalitarias que le robaron los ideales existenciales al mundo civilizado durante el siglo XX, entonces, no puedes dejar de leer La cocinera de Himmler

Leed, reíd y disfrutad,

@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com

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