¡Hola a todo el mundo! ¿Cómo
lleváis la semana? Parece mentira pero... ¡Ya es jueves! Y como cada jueves,
aquí estoy con una nueva entrega de Maquillaje para Dummies.
En la anterior entrada,
empezamos a ver el orden de aplicación de los cosméticos. En concreto, nos
quedamos con el rostro perfectamente maquillado con prebase, base de
maquillaje, corrector y polvos.
Hoy vamos con lo más
divertido: dar color a ojos, mejillas y labios. Preparaos, porque vengo con una
entrada muy completa, en la que, además del orden de aplicación, comentaré
algunos aspectos interesantes de cada producto.
¡Vamos allá!
Empezamos con los ojos:
1. Primer o base
para sombra: como ya comenté sobre
la prebase de maquillaje, la base de sombra de ojos es un producto opcional,
pero muy recomendable en mi humilde opinión. Cambia muchísimo el resultado -a
mejor, por supuesto-, de llevar base a no llevarla.
La base hace que las
sombras, tanto en polvo como en crema, duren muchísimo más en el párpado, a la
vez que evita que éstas se cuarteen y se acumule producto en los pliegues.
Además, se consigue una
mayor intensidad del color y la aplicación resulta mucho más fácil y rápida.
Esto es importante sobre todo en sombras en polvo y mates, que por lo general,
suelen pigmentar poco y ser difíciles de trabajar.
Como ejemplo, en la foto os
muestro 4 bases de sombra que uso habitualmente:
Basta con aplicar una
pequeña gotita o una mínima cantidad de base sobre todo el párpado móvil et
voilà!!
Para que veáis la
diferencia, os muestro la sombra Carbon de MAC (negra mate y muy seca), con
base y sin ella:
¿Se nota o no se nota? ;) |
2. Sombra de ojos. Otro producto que, por su relevancia en un look, merece una entrada aparte.
Las sombras de ojos pueden
ser en polvo o en crema. Yo suelo preferirlas del primer tipo, aunque tengo
algunas en crema que me fascinan, y la verdad es que la aplicación de estas
últimas suele ser más fácil, gracias a su textura untuosa.
Las sombras se aplican
con un pincel específico para ellas.
En general, de pelo natural para sombras en polvo y de pelo sintético para
sombras en crema.
Así que, a partir de ahora,
vamos a ir olvidándonos para siempre de aplicar la sombra untándola con el
dedo. Y esto, por varias razones:
-Porque la yema del dedo no
permite una aplicación precisa ni tampoco nos deja difuminar los cortes, de
manera que el resultado final suele quedar de lo más desastroso.
-Porque la piel del dedo
tiene grasa, y esa grasa se transfiere a la sombra en polvo, y poco a poco la
va apelmazando y compactando. De manera que cada vez va soltando menos polvillo
y, por tanto, menos pigmento. Es echar a perder la sombra, directamente.
Por cierto, no hace falta
que os gastéis una fortuna en pinceles para los ojos. Para empezar, os basta
con tener dos: uno de pelo natural y forma plana para aplicar la sombra, y
otro más tupido y en forma cónica para difuminar (este pincel en concreto es
para mí “la piedra de Rosetta” del maquillaje, ya os explicaré más adelante por
qué, cuando os hable de las diferentes brochas y pinceles).
Para las que empezáis a
maquillaros, os recomiendo los pinceles y brochas de Deliplus (Mercadona):
buenos, bonitos y baratos.
3. Delineador o eyeliner. Lo hay en múltiples presentaciones: desde el
clásico lápiz de ojos, al delineador en crema con un pincel para aplicarlo (mi
preferido), el kâjal o el típico eyeliner líquido, que exige un
pulso casi de cirujano.
El delineador se puede
encontrar también en infinidad de colores (marrones, verdes, azules,
violetas...), aunque el clásico negro va con todo y favorece a todo tipo
de color de ojos. Para mí es el más versátil.
El lápiz de ojos y el kâjal
permiten hacer una línea más gruesa a ras de las pestañas superiores e
inferiores, que luego se puede difuminar para hacer un ahumado fácil y rápido,
como éste:
En cambio, el eyeliner
líquido y el delineador en crema exigen algo más de pericia (¡y paciencia!), y
son perfectos para hacer la raya superior con rabillo, muy típica de los looks sixties o pin-up. Es
el caso de este look que lleva la
cantante Adele, siempre tan vintage, ella:
De momento, cierro aquí el
capítulo de los delineadores. Más adelante ya os hablaré de los diferentes
tipos y los trucos para sacarles el máximo partido a cada uno.
4. Máscara de pestañas. O el rimmel de toda la vida. (Típico caso de
cambio semántico, por el cual el producto acaba llamándose como la marca).
Os confieso que la máscara
de pestañas es mi gran amor entre los diferentes potingues. Me fascina, no lo
puedo evitar, hasta el punto de que acumulo un montón en mi tocador. Algunas
están ya bastante resecas, pero me da pena tirarlas. Una locura.
Creo que la máscara de
pestañas es uno de los productos más fáciles de aplicar (si no el que más), y
además, el cambio que produce en la mirada es espectacular. Si no te da tiempo
a pintarte los ojos, al menos, ponte dos capas de máscara (son 10 segundos) y
ya verás.
Este producto se aplica con
su propio cepillo, de raíz a puntas, y haciendo movimientos en zig-zag. Mejor
aplicarla rápidamente, ya que tiende a secar enseguida, y se puede apelmazar.
Hay quien se pone máscara
también en las pestañas inferiores. A mí no me gusta demasiado cómo queda.
Cuestión de gustos... :)
Como pasa con los lápices de
ojos, hay diferentes tonos de máscara de pestañas (incluso azules y morados),
pero yo prefiero el típico negro. Cuanto más oscuro, mejor.
5. Lápiz de cejas. También se vende en diferentes presentaciones:
lápiz de ojos marrón con un cepillito en el otro extremo, sombra marrón con
cera para fijar, mini máscara en color marrón, etc
Este producto es perfecto
para rediseñar y dibujar la forma de las cejas, peinarlas, disciplinarlas y
rellenar calvitas. Para mí, con mis cejas rebeldes, es un must.
Lápices de cejas de Benefit, marca especialista en este tipo
de producto.
|
Bien, una vez tenemos
maquillados los ojos, pasamos a contornear, iluminar y dar rubor al rostro, en
este orden:
1. Contorno e iluminador: los pongo juntos porque son como las dos caras de
la misma moneda, aunque obviamente, no se ponen a la vez, sino primero uno, y
después el otro.
El contorno y el iluminador
son totalmente opuestos, pero por eso mismo, se complementan a la perfección.
El contorno sirve para oscurecer y hundir determinadas zonas del rostro,
mientras que el iluminador, como su propio nombre indica, ilumina y resalta
otras. Así pues, con ambos se crea un juego de luces y sombras que redefine el
óvalo del rostro a nuestro gusto.
Un rostro demasiado redondo
o cuadrado se puede afinar combinando ambos productos, hasta conseguir lo más
parecido al rostro ovalado, que sería el ideal.
El contorno, por ejemplo, se suele utilizar para sombrear las
sienes, la mandíbula y la barbilla (si es muy ancha). Para aplicarlo, lo mejor
es adoptar la pose “Mario Vaquerizo”. O sea, sorber moflete:
XD |
Como bien explica Isasaweiss
en este vídeo,
para aplicar el contorno podéis imaginaros un 3 que empezaría en la sien, seguiría
por debajo del pómulo y acabaría en la barbilla.
OJO: no confundir el
contorno facial con el bronceador o los simples polvos matificadores que ya
vimos en la anterior entrada.
El iluminador, en cambio, se suele aplicar en el hueso del pómulo
(la “manzanita”), en el lagrimal y el entrecejo, en el hueso del párpado
(debajo del arco de la ceja), en las aletas de la nariz y en el centro de la
frente.
OJO: no confundir el
iluminador con el corrector antiojeras. El iluminador no tapa defectos ni
corrige. No camufla ni disimula, al revés: destaca, amplifica y aporta luz.
Cuidadín con esto.
Tanto el contorno como el
iluminador se pueden adquirir en diferentes texturas (polvo o crema) y
presentaciones. La más habitual es un kit o paleta en la que aparecen los dos
productos juntos. Una prueba más de que son una pareja inseparable.
Ambos se suelen aplicar con
una brocha de corte biselado.
2. Colorete. Su función, como sabéis, es la de dar rubor a las
mejillas y acabar de modelar el rostro.
El colorete o blush se
comercializa tanto en polvo como en crema, y se puede encontrar en infinidad de
tonalidades (del fucsia al rojo, pasando por el rosa palo o el melocotón), así
como distintos acabados (mate, satinado, con destellos dorados, etc).
Según el tono de la piel y
la época del año, preferiremos unos u otros.
El colorete se aplica un
poco más abajo del hueso del pómulo, pero sin llegar al hueco de la mandíbula
donde ya habíamos aplicado el contorno. El sentido es descendente y de fuera
hacia adentro: de la patilla hacia la nariz (¡sin llegar hasta ella!).
Es conveniente no pasarse
aplicando producto y difuminarlo bien, para no acabar pareciéndonos a Heidi.
Para ello, hay que aplicarlo
con una brocha específica para colorete, que suele ser de pelo natural y algo
más pequeña que la brocha para polvos.
También hay quien la aplica
con la “mofeta” (que es la brocha que tiene las fibras negras y blancas), la
brocha tipo Yachiyo (de pelo de cabra, muy utilizada en el teatro tradicional
japonés), o la de corte biselado que ya hemos visto para el contorno e
iluminador.
Como ya he avanzado: os
prometo una completa entrada sobre brochas y pinceles, su tipología y usos.
Y bien, ya sólo nos queda
dar forma y color a los labios...
1. Primer o base
para labios. Su función es suavizar
e hidratar la superficie labial, rellenar las grietas, dar volumen y fijar el
color de la barra que se aplica a continuación. Para mí es totalmente opcional.
Yo por ejemplo no lo gasto.
Es más, si queréis tener los
labios suaves, nada mejor que exfoliarlos cada cierto tiempo raspando con un
cepillo de dientes viejo que ya no uséis, e inmediatamente después, poneros
vaselina o bálsamo labial. Mucho más barato y efectivo.
2. Perfilador de labios. Dibuja y define la forma de estos.
Muy importante: NO DEBE
notarse. Nunca. Jamás. Never.
El tono del perfilador debe
ser exacto o muy similar al de la barra de labios, de modo que ambos se fundan
en uno.
Un perfilador en color
ciruela, rojo o marrón oscuro, si no va con una barra de labios en el mismo
tono, queda horrible y vulgar.
Y por otro lado, una barra
de labios rouge sin perfilador en el mismo tono también queda
desastrosa: parece que acabes de comer macarrones y se te haya quedado los
morros llenos de tomate.
Unos labios rojos bien
pintados exigen un perfilador, sí o sí.
3. Barra de labios. Puede ser en acabado satinado, ultrabrillante,
aterciopelado, mate... Hay infinidad de posibilidades.
En cuanto a colores, ídem:
desde los tonos nude a los fucsias, Burdeos, marrones, rojos intensos,
corales, ciruela...
En cualquier caso, para mí,
una regla prácticamente inquebrantable es que, si ya hemos acentuado los ojos,
los labios deben quedar en un discreto segundo plano. En cambio, si el
maquillaje de ojos es sencillo, podemos optar por unos labios rojos o en tono
cereza, bien marcados. Ley de la compensación, vaya.
4. Brillo o gloss. Para rematar el maquillaje labial. También lo
considero opcional. Ojo, me gusta, pero no lo veo indispensable. Si la barra
que nos hemos puesto previamente ya tiene un acabado brillante, aplicar encima
un brillo sería recargar demasiado, a mi modo de ver. Mucho brilli-brilli.
Por otro lado, los labios en un tono mate resultan elegantísimos y perfectos
para el otoño.
El gloss lo veo
perfecto para looks veraniegos, o si hemos optado por prescindir de la barra de
labios pero queremos aportar algo de color y brillo.
En materia de brillo de
labios también hay gran variedad: transparentes, con color, con purpurina (algo
chonis para mi gusto), etc.
Y ya está: ya tenemos
nuestro look de maquillaje completo. :) Así que lo dejamos aquí por
hoy y nos vemos en el próximo número.
Feliz semana, y recordad: el
mejor truco de belleza es sonreír a la vida.
Ciao!
@mireiuski
mhm.devicio@gmail.com
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