28 noviembre 2013

Homo Faber

Homo Faber del autor suizo Max Frisch es una novela publicada por primera vez en 1957, que cuenta ciertos pasajes de la vida de Walter Faber, un ingeniero de pensamiento matemático y cuya visión del mundo se rige por las probabilidades.

Sin seguir una estructura lineal, sino con continuos saltos de tiempo que van proporcionando la información sólo pertinente para mantener atento al lector pero sin desvelar nada precipitadamente, Frisch sitúa a Walter en el Instituto Federal Tecnológico de Zurich durante los años 30, donde conoce a la joven Hannah. Ambos se enamoran y empiezan una relación que termina cuando a Walter le ofrecen un trabajo en Bagdag para la UNESCO. Él acepta y, justo antes de marcharse, Hannah le confiesa que está embarazada y piensan en el aborto. Aún así, Walter se marcha, pero deja a su amigo Joaquim, médico, el encargo de cuidarla.

Unos veinte años después, ya casi con cincuenta, Faber continúa trabajando para la UNESCO como ingeniero y viaja sin cesar de un país a otro, llevando en su maleta, como siempre, ciertos elementos que lo caracterizan: la cámara de vídeo, la maquinilla de afeitar y su máquina de escribir Hermes Baby. En esta ocasión, va camino de México y su avión sufre un fatal accidente que supondrá el comienzo de un serio cambio en su perfecto mundo de probabilidades, donde la casualidad existe y puede llegar a ser terrible.

Max Frisch, arquitecto además de escritor, planteó en esta obra de nuevo las temáticas que, como buen suizo, más le preocupaban: la búsqueda de la verdadera identidad, la responsabilidad de cada ser humano, el valor moral y el concepto de individualidad. Quizás, todo eso y el camino filotecnológico —dice el DRAE que me lo acabo de inventar— al que cada día se dirige la cultura occidental de forma inexorable hayan propiciado que ésta se convierta en una de las novelas más importantes de la literatura contemporánea. Y no es en inglés, sino en alemán, la lengua de Frau Merkel.

Las alusiones a inventos y avances tecnológicos son constantes. Las estadísticas que establecen las probabilidades son mencionadas varias veces para avalar la fiabilidad de esos inventos. Pero lo mejor es que lo que va sucediéndole a Walter desde ese punto de inflexión que supone el viaje en el avión siniestrado, es tan absolutamente poco probable que se sale de todo pronóstico admisible para su pensamiento creyente de la máxima “las casualidades no existen”.

Hablar de los personajes, más allá de Walter y Hannah, es adentrar esta recomendación de lectura en unas explicaciones que romperían la magia del descubrimiento que ha de prevalecer en toda aventura literaria y en cualquier otra narración, se siga el método y el medio que sea. Solo decir que cada uno de estos personajes tienen un peso importante en la historia, su presencia es decisiva para el desenlace final.

Por otra parte, los escenarios son múltiples, desde Suiza hasta Grecia, pasando por México, Estados Unidos, Alemania, Italia… La característica casi nómada de Walter proporciona multitud de enclaves a la novela, al igual que da relevancia al movimiento, al viaje generalmente en un medio de transporte producto de la invención tecnológica antes mencionada.

Homo Faber, cubierta del libro

¿Por qué leer esta obra, escrita hace más de cincuenta años? Porque quizás consiga, durante unos efímeros segundos, empujar al lector a la reflexión. Puede que lo aparte de su smartphone o de su tablet, puede que haga que se baje de su coche o se pare a mirar a las personas que tiene a su alrededor, en lugar de lo que sale por la televisión. E, incluso, puede que se pregunte un ratito sobre lo que compone el mundo, además de dinero, trabajo y objetos. Porque, sin duda, la novela de Max Frisch tuvo algo de premonitoria, con ese título que viene a significar el “hombre que fabrica”, el siguiente eslabón en la línea supuestamente evolutiva tras el Homo Sapiens.

Sin embargo, para aquellos que no se animen con la obra escrita, también existe una adaptación cinematográfica, dirigida por el alemán Volker Schlöndorff y protagonizada por Sam Shepard, Julie Delpy, Barbara Sukowa, Dieter Kirchlechner y August Zirner. En inglés pasó a ser Voyager, El viajero. Ese año, además, recibió el premio a la Mejor Producción en el Festival de cine bávaro, el premio a la Mejor Película alemana en el Festival internacional de Berlín y obtuvo tres nominaciones de los Premios del Cine Europeo.

Cartel de la película


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