Homo Faber del autor suizo Max Frisch es una novela
publicada por primera vez en 1957, que cuenta ciertos pasajes de la vida de
Walter Faber, un ingeniero de pensamiento matemático y cuya visión del mundo se
rige por las probabilidades.
Sin
seguir una estructura lineal, sino con continuos saltos de tiempo que van
proporcionando la información sólo pertinente para mantener atento al lector
pero sin desvelar nada precipitadamente, Frisch sitúa a Walter en el Instituto
Federal Tecnológico de Zurich durante los años 30, donde conoce a la joven
Hannah. Ambos se enamoran y empiezan una relación que termina cuando a Walter
le ofrecen un trabajo en Bagdag para la UNESCO. Él acepta y, justo antes de
marcharse, Hannah le confiesa que está embarazada y piensan en el aborto. Aún
así, Walter se marcha, pero deja a su amigo Joaquim, médico, el encargo de
cuidarla.
Unos veinte
años después, ya casi con cincuenta, Faber continúa trabajando para la UNESCO
como ingeniero y viaja sin cesar de un país a otro, llevando en su maleta, como
siempre, ciertos elementos que lo caracterizan: la cámara de vídeo, la
maquinilla de afeitar y su máquina de escribir Hermes Baby. En esta ocasión, va
camino de México y su avión sufre un fatal accidente que supondrá el comienzo
de un serio cambio en su perfecto mundo de probabilidades, donde la casualidad
existe y puede llegar a ser terrible.
Max
Frisch, arquitecto además de escritor, planteó en esta obra de nuevo las
temáticas que, como buen suizo, más le preocupaban: la búsqueda de la verdadera
identidad, la responsabilidad de cada ser humano, el valor moral y el concepto
de individualidad. Quizás, todo eso y el camino filotecnológico —dice el DRAE que me lo acabo de inventar— al que
cada día se dirige la cultura occidental de forma inexorable hayan propiciado
que ésta se convierta en una de las novelas más importantes de la literatura
contemporánea. Y no es en inglés, sino en alemán, la lengua de Frau Merkel.
Las
alusiones a inventos y avances tecnológicos son constantes. Las estadísticas
que establecen las probabilidades son mencionadas varias veces para avalar la
fiabilidad de esos inventos. Pero lo mejor es que lo que va sucediéndole a
Walter desde ese punto de inflexión que supone el viaje en el avión
siniestrado, es tan absolutamente poco probable que se sale de todo pronóstico admisible
para su pensamiento creyente de la máxima “las casualidades no existen”.
Hablar
de los personajes, más allá de Walter y Hannah, es adentrar esta recomendación
de lectura en unas explicaciones que romperían la magia del descubrimiento que
ha de prevalecer en toda aventura literaria y en cualquier otra narración, se
siga el método y el medio que sea. Solo decir que cada uno de estos personajes
tienen un peso importante en la historia, su presencia es decisiva para el
desenlace final.
Por
otra parte, los escenarios son múltiples, desde Suiza hasta Grecia, pasando por
México, Estados Unidos, Alemania, Italia… La característica casi nómada de
Walter proporciona multitud de enclaves a la novela, al igual que da relevancia
al movimiento, al viaje generalmente en un medio de transporte producto de la
invención tecnológica antes mencionada.
![]() |
Homo Faber, cubierta del libro |
¿Por
qué leer esta obra, escrita hace más de cincuenta años? Porque quizás consiga,
durante unos efímeros segundos, empujar al lector a la reflexión. Puede que lo
aparte de su smartphone o de su tablet, puede que haga que se baje de su
coche o se pare a mirar a las personas que tiene a su alrededor, en lugar de lo
que sale por la televisión. E, incluso, puede que se pregunte un ratito sobre
lo que compone el mundo, además de dinero, trabajo y objetos. Porque, sin duda,
la novela de Max Frisch tuvo algo de premonitoria, con ese título que viene a
significar el “hombre que fabrica”, el siguiente eslabón en la línea supuestamente
evolutiva tras el Homo Sapiens.
Sin
embargo, para aquellos que no se animen con la obra escrita, también existe una
adaptación cinematográfica, dirigida por el alemán Volker Schlöndorff y
protagonizada por Sam Shepard, Julie Delpy, Barbara Sukowa, Dieter Kirchlechner
y August Zirner. En inglés pasó a ser Voyager,
El viajero. Ese año, además, recibió
el premio a la Mejor Producción en el Festival de cine bávaro, el premio a la
Mejor Película alemana en el Festival internacional de Berlín y obtuvo tres nominaciones
de los Premios del Cine Europeo.
![]() |
Cartel de la película |
Sea como sea, seguid leyendo,
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