26 febrero 2015

Españolito que vienes al mundo...

Antonio Machado, Juan de Mairena o Abel Martín como también firmó sus escritos el autor sevillano reconocido como una de las más jóvenes figuras de la Generación del 98, de cuya desaparición se cumplían esta semana setenta y seis años, es el poeta elegido en esta ocasión para acercarnos un poco más al mundo de los versos sin ese miedo a no comprender o a caer en el tedio.

De Antonio Machado se pueden incluir datos, fechas y anécdotas con relativa facilidad, puesto que su vida estuvo ligada de forma activa a otros autores, pintores, artistas y personas vinculadas a la trama histórica de España y la huella que ha dejado en nuestra sociedad está patente tanto en los centros de enseñanza, donde su obra se estudia, como en la cotidianeidad del nombre de una calle o la letra de una canción de las que se tararean lejos de casa.

Por lo tanto, es imposible realizar un acercamiento a su poesía, teatro o narrativa desde el punto de vista porque el abogaba el formalismo ruso o el New Criticisim, porque además esto no es una crítica sino una manera de leer, aunque a veces puedan confundirse.

Así que, dentro de esos quizás no tan pequeños apuntes sobre la experiencia vital de Antonio Machado, cabe hacer memoria y recordar que nació el 26 de julio de 1875 en Sevilla, donde su familia materna tenía una confitería y su padre era periodista y abogado, hijo del rector y catedrático de la Universidad de Sevilla. A través de una cátedra concedida a éste, su abuelo paterno, la familia se trasladó a Madrid y tanto Antonio como su hermano Manuel, quien también se convertiría en escritor, comenzaron a recibir la educación propia de la Institución Libre de Enseñanza, de cuyos profesores —figuras destacables como Giner de los Ríos o Joaquín Costa— Machado guardó buenos recuerdos y adoptó una manera de aproximarse al mundo que lo haría cambiar de perspectiva más de una vez.

Pero Madrid no era Sevilla y en un lapso de tiempo relativamente corto, fallecieron su padre y su abuelo, dejándolos en una situación económica poco favorable. Aún así la ciudad estaba llena de intelectuales, artistas de distintas disciplinas y Manuel y Antonio participaban en ella, estimulados por la juventud y las ganas de formar parte de algo diferente.

En 1899 viajó a París por primera vez y trabajó junto a su inseparable Manuel  en una editorial. Allí tuvo la oportunidad de conocer a figuras de la talla de Oscar Wilde, Pío Baroja o Paul Verlaine. Un año después, ya en Madrid, también tuvo trato con Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez.

En 1907 publicó su primera obra de peso, Soledades. Galerías. Otros poemas, partiendo de su primer libro publicado cinco años antes, Soledades. También en 1907 se trasladó a Soria para ocupar una plaza como profesor de francés. Es allí donde conoció a Leonor Izquierdo, entonces una niña de trece años, de la que se enamoró perdidamente y con la que se casó dos años más tarde, ya él con treinta y cuatro. Pero el matrimonio duró poco, puesto que ella falleció en 1912 de tuberculosis. Eso y el cambio de estilo de vida que había tenido en París y Madrid, rodeado de intelectuales, novedades y ambientes bohemios, al mundo rural, silencioso y por momentos espiritual de Soria, lo llevó a adoptar un estilo distinto en su obra y de ahí nació Campos de Castilla.


Ejemplar de Antología poética de Antonio
Machado. Imposible leerlo y no ir dejando
notas para luego volver a ellas


Posteriormente se trasladó por motivos de trabajo a Baeza, municipio de Jaén en el que permaneció siete años a disgusto por la realidad de la que era testigo: las diferencias sociales entre ricos y pobres, la inaccesibilidad a la educación, el poder de la Iglesia sobre el pueblo, etc. De lo poco bueno que le quedó de aquello, según atestiguan sus cartas, fue su amistad con Federico García Lorca.

En 1919 se trasladó a Segovia y, además de participar en la vida cultura del allí, regresó a su actividad en Madrid, dada la cercanía entre ambas ciudades. Regresaron las tertulias, las colaboraciones en revistas y la presencia de su familia. En esa época, incluso llegó a ser nombrado miembro de la Real Academia Española, aunque no tomó posesión de la silla nunca.

Fue hacia 1928 cuando conoció a Pilar Valderrama, una mujer casada con la que mantuvo una amistad promovida por ella y su vocación de poetisa. Ella será Guiomar, objeto de deseo de Antonio Machado y musa de su obra. Esta relación, según muchos más que amistosa, permaneció relativamente oculta y Pilar Valderrama siempre negó que llegasen a ser amantes, pero la mismísima Concha Espina publicó en 1950 un libro con la cartas del poeta dirigidas a Pilar bajo el título De Antonio Machado a su grande y secreto amor.

Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamaba la Segunda República Española, Machado estaba en Segovia y fue llamado desde el ayuntamiento para celebrarlo. Con este nuevo régimen político, finalmente consiguió una cátedra de francés en Madrid. Y durante los siguientes años hasta el estallido de la Guerra Civil, escribió y estrenó junto a Manuel Machado las obras de teatro que escribían conjuntamente, además de continuar colaborando en periódicos y revistas con su faceta narrativa.

Sin embargo, con la convulsión producida por la Guerra Civil —muertes, revanchas, hambre, terror— y un Machado ya mayor y de salud delicada, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba Rafael Alberti, lo ayuda a huir hasta el pueblo francés de Colliure, con estancias previas en Rocafort y Barcelona. Pero apenas tres semanas después de su llegada a Colliure, el 22 de febrero de 1939, fallecía por graves problemas de salud.

Modernista, a veces influenciado por el simbolismo francés y con características románticas, representante de la Generación del 98, observador existencialista en otras etapas… a Antonio Machado se lo ha definido de muchas maneras en relación a su creación literaria, pero no es requisito sine qua non para entender lo poemas como los que siguen.

Españolito

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios,
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

                          LIII, Campos de Castilla


Un loco

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.

Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando entre gritos.

Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.

El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.

Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maletrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.

Huye de la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.

Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
 hay un sueño de lirio en lontananza.

Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—.

No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.


                                      CVI, Campos de Castilla

Atreveos y leed,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com

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