Antonio Machado, Juan
de Mairena o Abel Martín como
también firmó sus escritos el autor sevillano reconocido como una de las más
jóvenes figuras de la Generación del 98,
de cuya desaparición se cumplían esta semana setenta y seis años, es el poeta
elegido en esta ocasión para acercarnos un poco más al mundo de los versos sin
ese miedo a no comprender o a caer en el tedio.
De
Antonio Machado se pueden incluir datos, fechas y anécdotas con relativa
facilidad, puesto que su vida estuvo ligada de forma activa a otros autores,
pintores, artistas y personas vinculadas a la trama histórica de España y la
huella que ha dejado en nuestra sociedad está patente tanto en los centros de
enseñanza, donde su obra se estudia, como en la cotidianeidad del nombre de una
calle o la letra de una canción de las que se tararean lejos de casa.
Por lo
tanto, es imposible realizar un acercamiento a su poesía, teatro o narrativa
desde el punto de vista porque el abogaba el formalismo ruso o el New Criticisim, porque además esto no es
una crítica sino una manera de leer, aunque a veces puedan confundirse.
Así
que, dentro de esos quizás no tan pequeños apuntes sobre la experiencia vital
de Antonio Machado, cabe hacer memoria y recordar que nació el 26 de julio de
1875 en Sevilla, donde su familia materna tenía una confitería y su padre era
periodista y abogado, hijo del rector y catedrático de la Universidad de
Sevilla. A través de una cátedra concedida a éste, su abuelo paterno, la
familia se trasladó a Madrid y tanto Antonio como su hermano Manuel, quien
también se convertiría en escritor, comenzaron a recibir la educación propia de
la Institución Libre de Enseñanza,
de cuyos profesores —figuras destacables como Giner de los Ríos o Joaquín
Costa— Machado guardó buenos recuerdos y adoptó una manera de aproximarse al
mundo que lo haría cambiar de perspectiva más de una vez.
Pero
Madrid no era Sevilla y en un lapso de tiempo relativamente corto, fallecieron
su padre y su abuelo, dejándolos en una situación económica poco favorable. Aún
así la ciudad estaba llena de intelectuales, artistas de distintas disciplinas
y Manuel y Antonio participaban en ella, estimulados por la juventud y las
ganas de formar parte de algo diferente.
En 1899
viajó a París por primera vez y trabajó junto a su inseparable Manuel en una editorial. Allí tuvo la oportunidad de
conocer a figuras de la talla de Oscar
Wilde, Pío Baroja o Paul Verlaine. Un año después, ya en Madrid, también tuvo trato con Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez.
En 1907
publicó su primera obra de peso, Soledades. Galerías. Otros poemas, partiendo
de su primer libro publicado cinco años antes, Soledades. También en 1907 se trasladó a Soria para ocupar una
plaza como profesor de francés. Es allí donde conoció a Leonor Izquierdo, entonces una niña de trece años, de la que se
enamoró perdidamente y con la que se casó dos años más tarde, ya él con treinta
y cuatro. Pero el matrimonio duró poco, puesto que ella falleció en 1912 de
tuberculosis. Eso y el cambio de estilo de vida que había tenido en París y
Madrid, rodeado de intelectuales, novedades y ambientes bohemios, al mundo
rural, silencioso y por momentos espiritual de Soria, lo llevó a adoptar un
estilo distinto en su obra y de ahí nació Campos
de Castilla.
Ejemplar de Antología poética de Antonio Machado. Imposible leerlo y no ir dejando notas para luego volver a ellas |
Posteriormente
se trasladó por motivos de trabajo a Baeza, municipio de Jaén en el que
permaneció siete años a disgusto por la realidad de la que era testigo: las
diferencias sociales entre ricos y pobres, la inaccesibilidad a la educación,
el poder de la Iglesia sobre el pueblo, etc. De lo poco bueno que le quedó de
aquello, según atestiguan sus cartas, fue su amistad con Federico García Lorca.
En 1919
se trasladó a Segovia y, además de participar en la vida cultura del allí,
regresó a su actividad en Madrid, dada la cercanía entre ambas ciudades.
Regresaron las tertulias, las colaboraciones en revistas y la presencia de su
familia. En esa época, incluso llegó a ser nombrado miembro de la Real Academia
Española, aunque no tomó posesión de la silla nunca.
Fue
hacia 1928 cuando conoció a Pilar Valderrama, una mujer casada con la que
mantuvo una amistad promovida por ella y su vocación de poetisa. Ella será Guiomar, objeto de deseo de Antonio
Machado y musa de su obra. Esta relación, según muchos más que amistosa,
permaneció relativamente oculta y Pilar Valderrama siempre negó que llegasen a
ser amantes, pero la mismísima Concha Espina publicó en 1950 un libro con la
cartas del poeta dirigidas a Pilar bajo el título De Antonio Machado a su grande y secreto amor.
Cuando
el 14 de abril de 1931 se proclamaba la Segunda
República Española, Machado estaba en Segovia y fue llamado desde el
ayuntamiento para celebrarlo. Con este nuevo régimen político, finalmente
consiguió una cátedra de francés en Madrid. Y durante los siguientes años hasta
el estallido de la Guerra Civil,
escribió y estrenó junto a Manuel Machado las obras de teatro que escribían
conjuntamente, además de continuar colaborando en periódicos y revistas con su
faceta narrativa.
Sin
embargo, con la convulsión producida por la Guerra Civil —muertes, revanchas,
hambre, terror— y un Machado ya mayor y de salud delicada, un grupo de
intelectuales, entre los que se encontraba Rafael Alberti, lo ayuda a huir
hasta el pueblo francés de Colliure, con estancias previas en Rocafort y
Barcelona. Pero apenas tres semanas después de su llegada a Colliure, el 22 de
febrero de 1939, fallecía por graves problemas de salud.
Modernista,
a veces influenciado por el simbolismo francés y con características
románticas, representante de la Generación del 98, observador existencialista
en otras etapas… a Antonio Machado se lo ha definido de muchas maneras en
relación a su creación literaria, pero no es requisito sine qua non para entender lo poemas como los que siguen.
Españolito
Ya hay
un español que quiere
vivir y
a vivir empieza,
entre
una España que muere
y otra
España que bosteza.
Españolito
que vienes
al
mundo te guarde Dios,
una de
las dos Españas
ha de
helarte el corazón.
LIII, Campos de Castilla
Un loco
Es una
tarde mustia y desabrida
de un
otoño sin frutos, en la tierra
estéril
y raída
donde
la sombra de un centauro yerra.
Por un
camino en la árida llanura,
entre
álamos marchitos,
a solas
con su sombra y su locura
va el
loco, hablando entre gritos.
Lejos
se ven sombríos estepares,
colinas
con malezas y cambrones,
y
ruinas de viejos encinares,
coronando
los agrios serrijones.
El loco
vocifera
a solas
con su sombra y su quimera.
Es
horrible y grotesca su figura;
flaco,
sucio, maletrecho y mal rapado,
ojos de
calentura
iluminan
su rostro demacrado.
Huye de
la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas
virtudes y quehaceres
de
chulos aburridos, y ruindades
de
ociosos mercaderes.
Por los
campos de Dios el loco avanza.
Tras la
tierra esquelética y sequiza
—rojo
de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de
la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne
triste y espíritu villano!—.
No fue
por una trágica amargura
esta
alma errante desgajada y rota;
purga
un pecado ajeno: la cordura,
la
terrible cordura del idiota.
CVI, Campos de Castilla
Atreveos y leed,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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