Franck Thilliez, escritor francés de novela negra y de
suspense, es autor de El síndrome E, Gataca y Atomka;
novelas que forman una saga de culto a nivel internacional protagonizada por
los policías Franck Sharko y Lucie Hennebelle. Además, La
chambre de morts (2005) le valió el premio Quais du polar y el SNCF
a la mejor novela polar francesa. En 2007, el director Alfred Lot la adaptaba al cine.
Thilliez,
como Dan T. Sehlberg, el sueco autor
de Mona
(reseña aquí), es un ingeniero
informático que estrena la cuarentena. Parece ser que al final las letras
pudieron más que los números, en ambos casos, y tanto la crítica como el
público están encantados con sus novelas. Y Paranoia (Destino, 2015) no hace más que aumentar
los motivos, veamos por qué.
Paranoia de Franck Thilliez, imagen de cubierta |
Lo
primero que hay que decir es que la historia o, más bien, las historias que
narra Paranoia son difíciles de
explicar sin destruir el verdadero valor de la obra. Así que, con eso como
premisa, aquí va un intento.
Lucas Chardon acaba de despertar en la cama de un
hospital, está rodeado de personal sanitario, le duele la garganta y unas
correas le impiden mover las extremidades. Entre el grupo de personas presente
está su psiquiatra, la joven doctora Sandy
Cléor, que ha tratado de “curar” su psicosis mediante diversas técnicas
—incluido el electrochoque— desde que meses atrás Lucas ingresase en la Unidad para Enfermos Difíciles (UMD, Unité pour Malades Difficiles).
Tras la
retirada de los electrodos que obtienen los datos para el electroencefalograma,
Chardon pide quedarse con la doctora Cléor a solas. La sorpresa de ella es
mayúscula cuando lo escucha hablar con una claridad mental impropia de su
paciente, quien en repetidas ocasiones ha demostrado ser violento, agresivo y
peligroso, además de manifestar en su discurso una evidente desconexión con la
realidad.
Pero
ahora Lucas Chardon quiere explicárselo todo.
De
forma paralela, aunque dejando claras las fechas, Thilliez hace testigo al
lector del hallazgo de ocho cuerpos brutalmente apuñalados en el refugio de
montaña del Grand Massif, cerca de Morzine, en los Alpes. El presunto culpable es un joven que no recuerda nada.
Y hay
un tercer hilo a seguir, el que se convertirá en el principal de toda la
novela, la carrera contrarreloj de Ilan Treserres junto a su ex novia, Chloé
Sanders, por ganar un juego de ingenio que mezcla el entorno 2.0 con la
realidad física y cuyo premio son 300.000 euros. Se trata de Paranoia. Las pistas se esconden en la
red y los enigmas hay que resolverlos en persona; su lema advierte que los
participantes tendrán que enfrentarse a sus terrores más profundos.
En esa
búsqueda del tesoro, la organización de Paranoia
organiza la final del juego en el Swanessong,
un hospital psiquiátrico abandonado cerca de Grenoble, rodeado de nieve y muy lejos de cualquier resquicio de
civilización. Allí, bajo las indicaciones de Virgile Hadés, tendrán que superar distintas pruebas y enfrentarse
a otros seis concursantes: Naomie Fée, Frédéric Jablowski, Gaël Mocky, Vincent Gygax, Ray Leprince
y Maxime Philoza.
A las
pocas horas de comenzar la partida, empiezan a aparecer concursantes muertos.
“Ilan no sabía cómo reaccionar. Si golpeaba
la puerta y gritaba para salir, tal vez se arriesgara a perderse el juego. A
ser expulsado del laboratorio y quedar definitivamente fuera de la competición.
Pero una frase le daba vueltas sin cesar en la cabeza: «Esto no es un juego».
¿Qué era entonces? ¿Un secuestro? Qué estupidez. Allí no, no de aquella manera,
con tanta gente alrededor. Y ¿con qué
objeto?
Trató de mantener la calma y observó
el cubículo: cuatro paredes muy juntas tapizadas de espuma, una mesita sobre la
que se hallaba el micro, altavoces y una silla. De una de las paredes colgaba
una caja transparente de metal y cristal que contenía el objeto sobre el que
debía disertar. Ilan se acercó a la misma. Todo era cada vez más raro. ¿Por qué
querían que hablar de aquel objeto?
De repente…”
Esas
tres historias determinan, por fuerza, la estructura de las 491 páginas y 64
capítulos que constituyen la obra. Aunque se produce algún salto que el lector
dará como válido dentro de ciertos capítulos, sin cuestionar nada más.
En
cuanto al estilo, el narrador, omnisciente y en tercera persona, utiliza un
tiempo verbal en pasado pero Franck Thilliez tiene claro desde el principio que
quiere la participación del lector en el juego o rompecabezas que despliega a
lo largo de la novela. De hecho, en una segunda lectura se apreciarían detalles
o pistas que quizás la primera vez no se vieron y que posteriormente encajan
como piezas de un puzzle. Eso hace que el ritmo, al comienzo, sea un poco lento
y se cree cierta confusión e intriga al no saber bien cuál es la imagen final
que se va a obtener una vez todo haya sido ensamblado. Pero pasada la página
50, Paranoia se adherirá a las manos
del lector y será difícil que lo suelte, empujado por esa necesidad de saber
qué sucede con los personajes.
“Policías.
Se echó a un lado cuando el albino
alzó la vista hacia lo alto del edificio.
Estaban allí por él.
Habían ido a buscarlo.
No tenía tiempo de reflexionar.
Debía dejarse guiar por el instinto. Ilan se metió la llave y la foto en el
bolsillo, se precipitó hacia el rellano, echó un vistazo por el hueco de la
escalera, oyó el ruido de una puerta al cerrarse y, abajo, vio las dos siluetas
que entraban.
Conteniendo la respiración…”
Si te
gustan las historias con una trama que te obliga a pensar, barajar
posibilidades, imaginar mil excusas creíbles, seguir leyendo como si no hubiera
mañana o si, sencillamente, te gusta armar puzzles… ¿Qué haces que todavía no
has empezado a leer Paranoia de
Franck Thilliez? Aquí una que se anota la saga de Franck Sharko y Lucie
Hennebelle.
¡Leed!,
@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com
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