Isabel
Allende se da un paseo por la novela negra con su última obra. Tras arrasar
hace ya más de treinta años con La casa
de los espíritus, cuya adaptación cinematográfica la convirtió en un éxito
arrollador, y mantener un ritmo de publicación bastante fluido, moviéndose
entre diversos géneros, ahora llega para contar nada más y nada menos que ¡una
de crímenes!
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Cartel de La casa de los espíritus, protagonizada por Jeremy Irons, Meryl Streep, Glenn Close, Antonio Banderas y Winona Ryder |
Amanda
Martín, hija de la sanadora holística Indiana Jackson y el inspector jefe de
homicidios Bob Martín, es una chica de apenas dieciocho años con una mente ágil
y una forma de ser peculiar. En sus ratos libres, es la maestra de Ripper, un
juego de rol virtual en el que varios jóvenes, repartidos por la geografía
internacional, representan un personaje e investigan crímenes ficticios, planteando
diversas teorías. Sin embargo, la estrecha relación de Amanda con el cuerpo de
policía de San Francisco —su padre es el jefe de homicidios— los conduce a
investigar casos reales, concretamente el de Ed Staton, el vigilante de un
instituto al que encuentran en el gimnasio con un bate de béisbol introducido
por el recto. ¿Asesinato ritual, venganza, accidente…?
Y, como
suele suceder, hasta aquí se puede desvelar de la trama, pero todavía queda
mucho por decir en cuanto a los personajes, los escenarios, el estilo de la
autora y otros pequeños detalles que dan forma a las historias.
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El juego de Ripper, imagen de cubierta |
Como en
casi todas las novelas de Isabel Allende, hay un protagonista ligeramente más
destacado, pero la mayoría de los personajes, que suelen ser bastantes, tienen
un peso que varía desde el cercano al protagonista hasta el que cumple un papel
de reparto. Es decir, si El juego de
Ripper (Plaza & Janés, 2014) fuese un dibujo, Amanda Martín sería el punto central y el primer
círculo concéntrico que lo envolvería sería el formado por Indiana, Bob y su
abuelo materno, Blake. Después, otro círculo mayor rodearía ambos y en él
podrían estar Ryan Miller, Alan Keller, los chicos de Ripper, Danny D’Angelo y
la abuela Encarnación… y así sucesivamente.
De
manera que la visión que ofrece es más bien una biografía de cada uno de ellos que
un entramado de historias con hilos comunes. Por momentos, y de manera muy
subjetiva, la sensación que produce es el relato que puede hacer cualquier
señora, quizás una madre o una abuela, sobre los vecinos del barrio cuando
comienzan a contar a quién se encontraron el otro día por la calle, a aquel que
tenía un hermano ingeniero que se casó en segundas nupcias con la mujer de un
primo que vivía en el extranjero y adoptó a los hijos del primo pero luego tuvo
otros dos más y trabajaba para una empresa de recambios de coche aunque había
estudiado para profesor de latín.
Este
rasgo del estilo de Isabel Allende es hasta positivo cuando narra la historia
intergeneracional de una o varias familias, donde se refleja muy bien el cambio
político, mental y social que se ha ido sufriendo a lo largo de los años en
determinados lugares. Sin embargo, resulta un poco desconcertante en una novela
donde lo que prima, supuestamente, es la investigación criminal. De hecho, si
quitas un 20% del libro donde se trata información relativa a la parte de
misterio, el resto es una narración costumbrista sin costumbres. Porque no hay
acontecimiento histórico en el que enmarcarlo, no hay historia de amor tampoco,
ni siquiera crítica social aunque se hable de temas como la inmigración, la
homosexualidad, las secuelas de los soldados, el alcoholismo… porque se ven de
manera superficial e inocua.
Sí, es vox populi que Isabel Allende es una de
esas autoras a las que gran parte del público sigue fielmente y la mayoría de
la crítica destroza sin piedad, incluidos otros escritores bastante reconocidos
como pueden ser Roberto Bolaño, Elena Poniatowska o el propio Harold Bloom. Y,
por eso, su caso sería un acicate estupendo para volver a plantear la eterna cuestión
de qué puede considerarse literatura y qué no. Pero aún así, alejándonos del postureo intelectual y acercándonos
mucho al concepto de literatura como aquello que se lee para disfrutar, ¿de
verdad, tras leer El juego de Ripper,
el lector sabe qué ha querido contarle la autora chilena?
Los
personajes representan arquetipos simpáticos, vistos bajo un prisma de
inocencia simplista, que no consiguen conmover ni apasionar. Por ejemplo, la
relación entre Amanda y Blake es bonita, pero no llega a ser entrañable ni
muchísimo menos. Y es, de largo, junto con la de Miller y Atila, la mejor de
toda la obra.
El
escenario en el que tienen lugar los hechos es San Francisco de la actualidad,
donde está la clínica holística y donde residen o trabajan la mayoría de los personajes.
Allende habla de ciertos barrios y explica someramente algunas de sus
tradiciones.
En
cuanto al léxico es sencillo, directo y hasta puede sospecharse cierto toque de
estandarización lingüística. Este tipo de vocabulario asequible y las estructuras
sintácticas no acrobáticas responden a características del grupo donde muchos
encuadran a Isabel Allende, el movimiento Post Boom. Pero, así como en otras de
sus obras sí cumplía con lo que marcaba a esta tendencia como diferente, en El juego de Ripper no ha sido así, como
ha quedado claro en lo que hemos comentado anteriormente.
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Isabel Allende |
Las
ventas, obviamente, son indiscutibles. Pero la pregunta inevitable que a
algunos les surge, cuando suceden este tipo de cosas, es si en ocasiones los
autores ya consagrados por el público —o la opinión de los críticos— no se
echan a dormir y escriben libros como el que hace una redacción para el
colegio, mientras desayuna con la televisión puesta, porque son conscientes de
que todo lo que lleve su nombre debajo será bien acogido.
Y
después de todo esto, si creéis que os puede gustar o entretener, adelante…
leedlo y disfrutadlo.
Seguid leyendo.
@rpm220981
rpm.devico@gmail.com
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