19 marzo 2015

Treintañera (y a mucha honra) - Amabile Giusti

Amabile Giusti es una escritora calabresa, autora de novelas como Nin c’è niente che fa male così, Cuore Nero y Odyssea, todas ellas en italiano. Pero ahora llega con su estilo optimista, fresco y divertido, a través del sello editorial Esencia, para presentar en España Trent’anni… e li dimostro (2014), su último título.

Carlotta Lieti vive en Roma con Luca, un hombre guapo, atractivo y encantador, del que está loca y perdidamente enamorada. Pero el problema es que no es su novio, ni siquiera su amante ni su marido, tan solo es su compañero de piso, un amigo y, a veces, incluso un hermano. Una lástima, porque ella estaría dispuesta a lo que Luca quisiera desde el momento en que lo conoció, seis meses atrás, cuando le alquiló la habitación libre de su casa por necesidades económicas. Y es que Carlotta lleva sentada en el banquillo del desempleo una temporada o como si lo estuviera, ya que el trabajo anterior era pésimo. A sus 29 años, con estudios de Bellas Artes y una lista de trabajos algo penosos en su haber, no encuentra un puesto remunerado ni aunque la dignidad que aún conserva peligre.

“Me siento en el borde de la cama, frente al espejo del armario, y me observo. Aquí estoy, Carlotta Lieti. Insegura crónica. Sarcástica compulsiva. Especializada en mala suerte y similares.
Cumpliré treinta años dentro de pocos meses, no tengo novio, ni siquiera un amigo con derecho a roce, acabo de perder un trabajo con el que ganaba menos que si me dedicara a mendigar, mañana debo ir a una entrevista como si acabara de graduarme y además me ha salido un grano en la nariz.
Mi reacción es comerme otro trozo de chocolate. Los granos son síntomas de juventud, así que con gusto me aseguraré de que me salgan un par más. Mejor una colección de granos que de patas de gallo.
Me dedico una sonrisa y dos docenas de arrugas se amontonan alrededor de los ojos…”


Así que, aunque esté sufriendo lo indecible cada noche con los recitales eróticos de Luca y las mujeres sin nombre que éste se lleva a casa para practicar gimnasia sexual, no puede echarlo ni protestar. Está en su derecho como inquilino.


“La odio, odio que haya hecho el amor con Luca, odio que critique mi nevera, que vaya desnuda por la casa y, lo más importante, odio a Luca.
No es que me sorprenda su éxito: es un tipo que no pasa desapercibido. Todas las mujeres querrían tirárselo y todos los hombres lo odian, a menos que sean gays; en ese caso, también se lo tirarían con mucho gusto.
Tiene unos hombros como armarios de caoba, una cereza confitada en lugar de boca, la espalda de una estatua griega y ojos un poco verdes y un poco negros, dependiendo de su humor y de cómo le da la luz. Se ríe mucho, de manera sensual, echando la cabeza hacia atrás, mirando el mundo entre sus pestañas, pasándose las manos por el pelo castaño, alborotado, largo hasta la nuca, tan espeso que, haciendo un estudio estadístico, en el mundo debe de haber al menos quinientos hombres calvos por su culpa. En pocas palabras, Luca es esplendoroso.”


El panorama que se le presenta a la protagonista no es nada halagüeño. ¿Pero y sus padres, amigos y familia? ¿Dónde están?

La verdad es que amigos tiene pocos, solo dos buenas amigas: Giovanna, la guapísima modelo que se enamora y desencanta a la velocidad que le permite su gran corazón; y Lara, una madre divorciada que ha acabado odiando tanto a los hombres tras su experiencia matrimonial que trata de hacerse lesbiana. Y luego está Luca.

En cuanto a sus padres, son dos figuras totalmente antagónicas. Están divorciados desde hace relativamente poco, cuando su padre por fin se enteró de que su madre tenía una aventura con su profesor de salsa. El padre de Carlotta es un hombre tranquilo, cariñoso, sencillo pero no atractivo y ella siempre hace referencia a su gran parecido físico. Tema con el que está muy descontenta, aunque trata de llevarlo con resignación. Pero para eso está ahí su madre, para recordarle a cada momento y oportunidad lo poca cosa que es, el pelo tan desastroso que tiene, lo torpe que es con los hombres, la necesidad de sexo, boda e hijos; y su incompetencia para conseguir un trabajo del que no avergonzarse, como su hermana Erika. Porque Erika, la diosa, es perfecta: guapa, alta, con melena esplendorosa, pecho contundente, con hombres a patadas, sexo espontáneo y bajo demanda, y un trabajo como modelo que le permite llevar una vida más que acomodada. Por eso su madre la adora, presume de ella y Carlotta no la puede ver ni en pintura. Aunque esto quizás también se deba a la lista de hombres que Erika ha ido coleccionando y desechando con el título “le interesan a Carlotta”. Y luego está Luca.

Sobre el resto de su familia… tías y primas que repiten el patrón de mujer cuya existencia se basa en tener a un hombre en su vida, aunque sea feo, calvo o le huela el aliento. Y luego está Luca.


“En ese momento suena el teléfono y del contestador surge la voz de mi madre, insinuante, ya crítica con tan solo pronunciar un inocente «Hola».
—Carlotta, cariño, si estás en casa, contesta. —Parece una invitación, pero en realidad es una orden. Solo le falta decir «Achtung, levanten la cabecen cuando suene la corneten, ja!»
—Mamá… —susurro al aparato, con voz de medio ocupada, medio distraída.
—¡Sabía que estabas! No eres una mujer de carrera, de las que comen fuera.
—¿Qué quieres?
—No hagas planes para dentro de dos semanas, que se casa Beatrice.
Los ojos me hacen chiribitas… debo de haber oído mal. Por lo que recuerdo, Beatrice es una prima mía que quería ser carmelita, con el firme empeño de ofrecerle su virginidad al Señor. Me acuerdo de que era reservada, aterrorizada, monja desde pequeña, con los dientes saltones y sonrisa sacrificada. Seguro que mamá se refiere a otra persona.
—¿Quién, perdona?
—¡Tu prima Beatrice! ¿Ya te falla la memoria?
—Pero ¿no estaba en un convento?
—Sí, es verdad, pero solo durante muy poco tiempo. No estás informada de las cosas que pasan en nuestra familia. Luego se operó la nariz y los dientes, se gastó los ahorros en una depilación láser, ha conocido a un chico español y va a casarse.
Estoy consternada. Beatrice se ha hecho un cambio de piezas. Me pregunto si le quedará alguna cosa original en la carrocería, alguna pieza natural modelo letrina.
—No debe de tenerme muy en cuenta, para no haberme dicho nada de eso.
—¡Mira que eres quisquillosa! ¡Intenta entenderla, la pobre con esa barriga!
—¿Barriga? ¿Qué barriga? No me digas que también se ha hecho la liposucción.
—¡Hablo de los gemelos! Carlotta, pareces tonta. ¿Has bebido quizás?”


Pero los 30 se acercan a marchas forzadas, están ahí, a las puertas, y ella ya no puede permitirse andar con demasiados remilgos. Así que se dispone a ir a una entrevista para hacerse cargo del decorado de una producción teatral. Esa podría ser una buena oportunidad para empezar a cambiar su suerte… o puede que no.

La historia de Carlotta se desarrolla en la Roma de la actualidad, con smartphones y crisis, con italianos seductores y mujeres maduras cacareando todo el día para que las cosas sean como ellas creen que deben ser, como han sido durante años.

Calles de Roma


La voz narrativa que utiliza Amabile Giusti es la de la ácida y sarcástica Carlotta, que usa esos recursos como escudo protector para no dejar que el desprecio de los demás le haga daño. Habla en primera persona en presente y así consigue hacer sentir al lector como una suerte de confidente de sus peripecias, amores, miedos y miserias. Por eso, si ante ciertos gestos de Luca, por ejemplo, la protagonista se derrite o arde de rabia e indignación, también el lector se sentirá así por solidaridad. Y es que Carlotta consigue meterse en el bolsillo a todos, nos pone de su parte desde la primera página, despierta nuestra empatía por aquellos que sufren, sea por amor, asuntos laborales o agotamiento de paciencia familiar.


“Me gustaría decirle que no soy partidaria de las reinterpretaciones de obras famosas, pero esto no es una conversación, no es cuestión de empuñar ya la escoba con los ojos desorbitados.
            —Muy interesante —replico, fingiendo una actitud pensativa—. ¿Quiere decirme algo más?
            Él se pone rígido, se chupa las mejillas, coge un extremo del foulard y lo sostiene entre los dedos, en una pose estudiada.
            —Franz, ¿estás seguro de que no es una espía de la competencia?
            —No lo creo, Rocky —responde el otro, guiñándome un ojo de manera confidencial—. Y, después de todo, salimos a escena en abril y no será fácil encontrar en tan poco tiempo objetos tan… originales como los que quieres. Considerando que las referencias de la señorita Carlotta son buenas y que los candidatos no hacen cola, yo me inclino por confiar en ella.
            —No sé —insiste el director, disgustado—. No lo tengo claro. No me gusta.
            Quisiera decirle que la aversión es totalmente recíproca. En ese momento, coge el cuestionario con mis datos y le echa una ojeada. Durante toda la lectura, frunce el cejo aristocráticamente.
            —Es que, de verdad, no lo veo claro —insiste, como si hubiera encontrado algo que confirmara su teoría—. A mí me hace falta alguien que brille por su genialidad, y sus experiencias precedentes son ínfimas. ¿Qué es este horror? No está a la altura de la misión, y además es de Calabria, y los calabreses son perezosos por naturaleza. Estaría bien si estuviéramos buscando un kilo de salami picante, pero por el resto se puede ver que es una incompetente —sentencia, echando mano de los tópicos regionales.
            A medida que habla, el fastidio genérico que he sentido al principio se convierte en una necesidad específica de cantarle las cuarenta. Bullo de cólera, me pican las manos y mi paciencia se esfuma.”


En cuanto a los temas tratados, el amor —romántico, filial, parental— y la amistad vuelven a ser una vez más las estrellas de la historia. Sin embargo, si al final queda una moraleja es la de que, a pesar de las apariencias, absolutamente nadie es perfecto. Por eso, hay que quererse sin compararse a nadie y estar dispuesto a salir de la burbuja de autoprotección para dejar que sucedan cosas buenas, que las malas continuarán pasando se haga lo que sea haga.

Treintañera (y a mucha honra) de
Amabile Giusti, imagen de cubierta



En definitiva, una historia divertida, más por la forma en que Amabile Giusti la narra a través de un personaje lleno de energía y fuerza, que por la trama. Aun así, el lector podrá encontrarse unos cuantos giros poco esperados y no sabrá exactamente hacia dónde lo lleva la autora hasta que no se encuentre sumido en otra de las situaciones con marca Carlotta impresa. La única pega han sido las múltiples erratas que podrían haber sido subsanadas con toda facilidad si la edición se hubiera hecho con mayor cuidado. 

¡Leed y reíd!

@rpm220981
rpm.devicio@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Eres libre, ¿no? ¡Pues, opina!